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lunes, 4 de agosto de 2025

Soy un autor de MASILLA

Durante años en este blog he hablado de los autores de relleno como si fueran la casta más baja de las revistas de cómics, los artistas cuyas series contribuían a hinchar la paginación del Mortadelo o Zipi y Zape semanal. Y esa es una mala costumbre por mi parte. Porque así sólo contribuyo a invisibilizar a otros autores aún más marginados: los de los chistes sueltos, sin serie ni regularidad, ni cabecera, ni crédito a veces, metidos al buen tuntún allí donde cabían. Los mismos chistes que hoy decoran los márgenes de este rincón mío de bloguismo dosmilero. Chistes como estos:

Es bastante frecuente, en cualquier revista de cómics de Bruguera/B, al menos una página de chistes de una sola viñeta. Los americanos los llaman gag cartoons, o one-liners, porque suelen incluir el diálogo en una sola línea colocada a modo de pie de foto, sin bocadillos. Esta regla es tan estricta que a veces, en un chiste mudo, los editores añaden la línea que dice textualmente "Sin palabras", o se las apañan para introducir una descripción innecesaria del dibujo, pero no he visto a nadie fuera de Bruguera/B ser tan ortodoxo. El formato, de hecho, es popularísimo. Es el preferido por revistas como The New Yorker o Playboy. Es el formato en que brilló, por ejemplo, Charles Addams, padre de la familia homónima. Ed Steen es uno de mis favoritos de la generación actual. En España, Mingote me parece un referente del género.

Conti en un Mortadelo de 1984.
José Royo en un Mortadelo Extra de 1991.

En mis primeros tebeos (ca. 1985), el autor de los chistes sueltos a menudo es Conti (Carlos Conti Alcántara, Barcelona 1916–1975), un pilar de la escuela Bruguera. Expresivo, accesible e inmune a la censura franquista ("El humorista debería ser apolítico", dijo en una entrevista [J.M. Vilabella: Los humoristas, Amaika, 1975]), su vasta obra incluye muchísimos de esos chistes inocuos que Bruguera reimprimiría durante años —siempre, eso sí, con la debida acreditación. En la época de B, el mismo rol recaía, hablando así de memoria, en Pañella (Vicenç Pañella, Barcelona 1936 – Vilafranca del Penedès 2020) y en José Royo (Barcelona 1922 – Castelldefels 2012). 

En tebeos más viejos que yo, sin embargo, la cosa cambia. En los años setenta la revista Mortadelo incluía bastantes más páginas-contenedor con one-liners como los del principio de este post. Y mientras que hay algún producto de kilómetro cero (a veces se reconoce por las narices puntiagudas un Ibáñez de dos décadas antes), la mayoría es material extranjero. No hay crédito más allá de la firma, cuando esta aparece y si es legible. La traducción, imagino, se hacía en la casa. Son one-liners: no hay que saber mucho francés o inglés o neerlandés para intuir el chiste.

Tan claro es que esas páginas se componían en la redacción, que a menudo había que complementarlas con chistes en formato texto. Esto de abajo es el aspecto típico de la página 3 en un Mortadelo de los primeros años.

Página 3 de un Mortadelo de 1971. Alrededor de tres one-liners (dos de ellos sin firma), los créditos (arriba a la izquierda), y unos cuantos chistes de casete de gasolinera, todos anónimos. Tres de ellos, además, escenificados en dibujo, también sin firmar (pero ya os digo yo que es Gosset, el de "Hug el Troglodita").

¿Y de dónde salían esos one-liners? Pues miren, no tengo el gusto de conocer a nadie que trabajase en una redacción de Bruguera en los setenta, pero me encanta imaginarlo, así que voy a tirarme a la piscina. La cosa es que en el mundo pre-internet, la prensa tiraba mucho de recurso gráfico contratado por agencia. Igual que hoy día una revista se suscribe a un banco de imágenes online para utilizar sus fotos y ahorrarse el fotógrafo, o pide permiso a Universal Press Syndicate para que le dejen poner la tira de Snoopy, en los setenta a.C. (antes del Chrome), las agencias mandaban representantes a tu redacción, que llegaban con una carpeta como un vendedor puerta a puerta y te enseñaban su mercadería. No sólo imágenes, sino muchos contenidos atemporales: pasatiempos, horóscopos... y supongo que también one-liners. Esa es una posible explicación para que el trabajo de muchos dibujantes americanos y europeos acabara, agencia mediante, en las páginas de Mortadelo.

Otra explicación es que lo recortasen de revistas extranjeras, lo tradujesen y publicasen por la puta cara. No digo que lo hicieran, ojo. Digo que es otra explicación.

Página 3 del núm. 4 (1970). Seis one-liners, dos sin firmar (¿diría que el de abajo es Conti?), uno de Marianico el Corto... y un par de ítemes de actualidad, que no todo ha de ser jijí-jajá. Por ejemplo, esa noticia sobre esos "rascacielos gigantes" que están construyendo en Nueva York, y que estamos deseando ver acabados. Un momento, me comunican por el pinganillo que... ¿Cómo? ¿Qué me dice? ¿Un avión? Hostia puta. Bueno, pues menos mal que construyeron dos, ¿no? Ja, ja. 

Que esas páginas contenedor casi desaparezcan en la etapa de Ediciones B (1986 en adelante) podría significar que eran una mala práctica de Bruguera que se quería dejar atrás. Pero lo dudo. Primero, porque no veo a nadie de B diciendo "esto es una mala práctica y deberíamos dejarlo atrás". Segundo, porque otra cosa que va en declive a partir de la etapa B es la publicidad.

Página contenedor típica construida en torno a dos anuncios, uno de otra revista de la casa, y otro del Instituto Americano, por si ahora, cuando termines de leer Anacleto, te da por ir a aprender aeromecánica. Que serías un perfil de persona que me fascina, pero se ve que en los setenta en España era normal. 

Y es que el director de publicidad, en una revista, tiene mucho que decir sobre la escaleta semanal. Busca anunciantes, les vende el espacio, y luego llega a la reunión y canta el menú: "Hoy tengo un cuarto de página del Sanson Institute, media vertical de CEAC, cuarto bicolor de Tigretón, dos y cuarto de libros y promociones, y contra de las muñecas de Famosa". Total: cuatro páginas y cuarto de publi. En un Mortadelo de 32 páginas, menos 24 de series fijas y una portada, eso querría decir que esa semana quedan dos y tres cuartos por rellenar. En bloques desperdigados por toda la revista. Algunos a color, otros en bicolor o en b/n. 

¿Cómo llenas eso? No puedes encargar otra serie a un colaborador habitual, porque no tendrá regularidad: otra semana igual entra más publicidad y se pierde ese espacio. La solución son los one-liners. Pequeños, monocromos y fáciles de maquetar. Perfectos para tapar huecos. La masilla de la revista.

Ojo: "masilla", como "relleno", no es una ninguna marca de deshonor. Es trabajo que aún hoy se hace en la redacción de cualquier medio impreso. Masilla eran los célebres "Diálogos para besugos" de Armando Matías Guiu. Masilla son series importadas como "Cuervo Loco" ("The Crows"), de Reg Parlett (Londres, 1904–1991), una tira que aparece en Mortadelo con regularidad, pero con las viñetas reposicionadas como haga falta. (Que no haya deshonor en la factura no significa que haya respeto por parte del editor.) En el argot periodístico de Estados Unidos existe el concepto bus plunge, referido a las noticias de accidentes de bus que salían en los diarios, no porque fueran importantes, sino porque se podían resumir muy sucintamente y te llenaban un agujero en la maquetación. Lo mismo pasa hoy en El Jueves: siempre hay algún faldón o una columnita de dibujos rápidos hechos a última hora por tu encofrador de confianza.

¿Ves? Doblando un poco la tira de Cuervo Loco, que el autor es extranjero y no se queja, te entra aquí el anuncio del estiraenanos, y este bujero te lo tapo con dos guanláiners que me he encontrao en el fondo de un cajón. Maquetación profesioná. Enga, vamos a hacer el tercer desayuno.

Sabe dios que en este blog nos encanta rescatar nombres enterrados con nuestras colecciones de tebeos viejos, pero reconocer a todos los autores de masilla en Bruguera y B sería tarea de una magnitud que supera mi entusiasmo. Estas, sin embargo, son algunas de las firmas que he sabido leer e identificar. Son una fracción de todos los publicados.

domingo, 26 de mayo de 2024

Elegía del ectógrafo

Entro a saco: el personaje que menos me gusta de F. Ibáñez es El Botones Sacarino. Desde pequeño. Y nunca he sabido muy bien por qué. No creo que fuera el humor formulaico porque, seamos sinceros, no es que el resto de la obra de Ibáñez fuera innovación constante, y la peligrosamente obvia inspiración en el Gaston Lagaffe de Franquin no es algo que a mi yo de ocho años le quitase el sueño. 

Un Olé de 1985.
De los míos.
Sin embargo, muy aburrido tenía que estar yo para no pasar de largo las páginas de Sacarino que solían concluir la mayoría de álbumes Olé de Mortadelo en los 80. "Mortadelo y Filemón con el Botones Sacarino" es la cabecera más frecuente en mi (lo admito) fragmentaria colección. Sacarino era el relleno de los álbumes Olé. Quizá por eso lo menospreciaba.

Pero hace un año se me ocurrió otra posible razón: no estoy seguro de tener ni una página de Sacarino dibujada por Ibáñez.

Revista Sacarino, 1975.

No estoy diciendo que no existan, ojo. Sacarino fue creado para la revista DDT en 1963 (aunque la estructura tradicional de sus historias, con un "presi" que recibe los golpes y un "dire" que recibe golpes y castigos del presi, nace en el 66); en el 75 tuvo incluso revista propia, que duró seis meses, según Tebeosfera. No cuestiono que Ibáñez hizo al menos las portadas; el estilo es inconfundible. Pero ese estilo está a años luz de las páginas que cierran mis Olés viejos de los 80 en adelante. Como muestra, tres botones. (Sacarinos. Ja, ja. Ah, musas del humor, dejadme vivir.)

Pido disculpas por la calidad pésima de estas fotos. Desde que me embarqué en este blog en 2013 ha habido algún que otro cambio en mi vida; por ejemplo, que me cambié de país y me dejé el escáner encima del piano. También notaréis que, fotos aparte, las historietas son una puta mierda. Eso no es culpa mía. Las tres acreditan a guionistas (José María Casanovas, Jaume Ribera, Jesús de Cos) y ninguna divulga al dibujante. Lo que me lleva al tema del que quería hablar hoy: los ectógrafos.

*

A ver, lección de tebeología 101: hay toneladas de material de personajes de Ibáñez que no es de Ibáñez. Lo escribieron y dibujaron ectógrafos (= negros, en castellano problemático). Tebeólogos más rigurosos que yo, que son todos, los han enumerado, historiado y hasta entrevistado. Old news. Sigan andando, nada que ver.

Pero una cosa es saber esto, y otra muy distinta es repasar tu propia pila de los tebeos y descubrir cuánto de lo que consumiste de crío era gato por liebre. La última vez que yo pasé por Villa Cantero me dio por contar las páginas de Ibáñez en un Super Humor enteramente de personajes de Ibáñez (B, primera época, n.º 37). Conté seis. Seis. Un Super Humor son 320 páginas.

Osete, ectógrafo prolífico.

Por supuesto que esta no es la peor mentira que nos han colado a la generación de la Transición. Véase la Transición, sin ir más lejos. Además, cuando eras pequeño esta información no te importaba mucho; ni siquiera tenías claro el concepto de autoría; tú querías tebeos y punto. No obstante, la existencia de los ectógrafos ya empañaba a veces la lectura: yo recuerdo perfectamente, siendo muy niño, quejarme a mi madre de que una historieta de Mortadelo "estaba mal". No sabía expresarlo de otro modo. Ahora sé que lo que pasaba es que era de Osete. Imagino que es como se siente un niño que pide el DVD de Cars y recibe el mockbuster brasileño Os Carrinhos. Con la diferencia de que aquí no podías culpar a tu abuela por ser una cutre que compra los DVD en el bazar chino, porque en el caso de los tebeos, el falso y el genuino estaban uno al lado del otro en el kiosco, publicados bajo el mismo sello. Bruguera era su propio Vídeo Brinquedo.

Mi experiencia con los mortadelos apócrifos durante mi infancia, pues, se resume en que eran mayormente invisibles, y si yo conseguía verlos, malo.

Pero ya no soy un niño, como se empeñan en recordarme mi alopecia y el segurata del chiquipark. Ahora sé apreciar a los artistas que trabajan en la sombra. Conste que en general, ahora mismo, creo que no les falta aprecio entre la intebeolligentsia: casi todo lo que he leído sobre ellos es amable, agradecido, y francamente más piadoso de lo que escribiría yo. No obstante, en mis incursiones en mi baúl de los tebeos sí ha habido al menos tres hallazgos que me han hecho pensar que los ectógrafos merecían, al menos, un post, un hey, un hasta luego y gracias por el pescado.

 

1. Las criaturas de cera vivientes (1982)

Ramón María Casanyes (n. Barcelona, 1954) no es sólo uno de los ectógrafos más reconocibles y productivos de mi colección; también es un pionero en la reivindicación de su oficio. En 2010 escribió y publicó un documento de dieciocho páginas resumiendo su trabajo a la sombra de F. Ibáñez, al que nunca conoció, desde que entrara en 1975 en el Bruguera-Equip, la fábrica de los mortadelos apócrifos. Si no lo habéis leído, es lectura obligada. Un texto amargo, descarnado a veces, pero no carente de ilusión. La experiencia de un soñador atrapado en la rueda del capitalismo.
 
Este contraste, a posteriori, es obvio en las mismas páginas de Casanyes. Él mismo afirmaba que Bruguera pretendía formar un equipo de "autómatas", generadores de páginas para alimentar a la imprenta insaciable. Pero evidentemente los artistas detrás de esas páginas no eran robots. Por mucho que les fastidiara a sus jefes, Casanyes tenía personalidad, talento y (sobre todo de joven, como suele pasar) ganas de lucir. Y cuando Ibáñez ya se había encadenado a los planos fáciles y la escenografía escasa, Casanyes, por ejemplo, hacía esto:
 

 
La historia se titula Noche terrorífica, y es de 1977. Este esmero en la ambientación de las últimas viñetas, reconozcámoslo, no es algo que en Mortadelo se diera por sentado, Ibáñez o no. Pero en las cuatro páginas de esta historieta, Casanyes se regala. Los referentes ibañecescos no dejan de ser obvios; el coche elegido, por ejemplo, parece sacado del que Ibáñez dibujó en El Sulfato Atómico (álbum del que, según Casanyes, había originales en la redacción de Bruguera de los que los ectógrafos tenían prohibido copiar, por ser el estilo demasiado elaborado); del murciélago y el castillo también encontraríamos antecedentes. Pero el entintado prolijo, el plano con profundidad y el currazo evidente es todo Casanyes: un dibujante ambicioso de 23 años al que el encargo de hacer mortadelos apócrifos no le resta entusiasmo. Esto un autómata no te lo hace.
 
Otro ejemplo de Casanyes copiando de la pila
de los mortadelos buenos: véanse los detalles de
la ropa, y cameo del toro de Valor y al ídem.

Repasando mi colección me doy cuenta de que he leído muchísimo Casanyes. Y aunque con ojos adultos la diferencia con Ibáñez es evidente, de niño debía de ser el autor apócrifo que me molestaba menos. Sí, Ibáñez es mejor guionista y humorista, pero Casanyes no tiene miedo a probar cosas nuevas. Ibáñez se encasilla enseguida en patrones que le funcionan: puede hacer ¡A la caza del cuadro! treinta veces (sustituyendo cuadros por calcetines, llaves, diamantes de la gran duquesa) y confiar en que los gags los harán bastante distintos. Casanyes se obliga a hacer historias distintas desde el planteamiento.

Primera página de Las criaturas
de cera vivientes
.
Me sorprende que su famoso texto no mencione, por ejemplo, su primer largo de 44 páginas, Las criaturas de cera vivientes (1982). Aunque en gran medida parece Casanyes haciendo su propia versión de Los Monstruos (1973), la historia tiene méritos propios: más continuidad entre episodios, cliffhangers, y un villano con bastante carisma. Yo poseo un solo episodio en una revista vieja, el del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, que se desarrolla en un sanatorio donde el Súper ha sido ingresado, y lo recuerdo quizá como el único largo de Mortadelo que realmente me despertó curiosidad por encontrar las entregas anteriores y posteriores.

No he podido comprobarlo, pero puede que cronológicamente sea el primer largo de Mortadelo sin intervención de Ibáñez.Casanyes también abrió una puerta ahí. No tardarían en entrar otros.


2. La amenaza (1983)

Si Ibáñez hubiera escrito/dibujado/participado remotamente en este álbum, estoy seguro de que figuraría en las altitudes de muchos ránkings. Seguramente con otro título, además; Ibáñez lo habría llamado "Mogollón en la redacción". Pero como su autor no es Ibáñez, sino un ectógrafo llamado Jordi David Redó (Barcelona, 1950), pues aquí nunca se habla del mayor crossover del Ibañezverso. 

La historia empieza discretamente: como una historieta de Sacarino de relleno. Tu primera impresión es que has dado con el peor álbum Olé jamás editado: un "Mortadelo + Sacarino" en que el Sacarino empieza ya en la página 1. Pero en la página 3, la cosa empieza a ponerse interesante.
 

A partir de este punto, Mortadelo y Filemón se unen a la aventura, apareciendo muy esporádicamente para acabar de rubricar las catástrofes provocadas por Sacarino y su BFF de travesuras. Al BFF, por cierto, quizá le conoceréis también.
 
 
En serio no entiendo cómo a nadie más que a Redó se le ocurrió emparejar a Sacarino con Tete Cohete. En un país del primer mundo habría yaoi de estos dos. Tete y Sacarino explorando sus cuerpos.

En fin. La historia es episódica, pero con cierta continuidad. A medio camino también se unen por ahí el enésimo par de catástrofes calvas de la ganadería Ibáñez:
 
 
Y por supuesto termina con devastación absoluta y nueve personajes titulares en la misma viñeta. Hasta diez, si cuenta el tributo a 13, Rue del Percebe.
 
 
¿Es una buena historia? Mmmno. Ni en dibujo ni en gags gana al Ibáñez más fatigado. Pero representa una ejecución bastante digna de una idea muy buena que Ibáñez tuvo sesenta años para desarrollar, y nunca lo hizo. Hizo falta un outsider para verlo. El outsider fue Redó. Autor de la historia de Sacarino más innovadora hasta que salió esta otra: 


3. El escarabajo de oro (1985)

Este largo me salió en un Super Humor (B, 1a, núm. 52) y todavía me dura el asombro. O sea, ¿un largo de Sacarino, bastante bien dibujado, y que incluye localización exótica, continuidad y un secundario femenino? ¡¿Con  tintes de romance?! ¿Qué está pasando? ¡¿Acaso un quiropráctico le ha tocao un nervio a Ibáñez y le ha curado el cinismo?!


 
Años después de leerlo, resolví el misterio: El escarabajo de oro lo escribió y dibujó enteramente Lourdes Martín (Barcelona, 1958), y la razón tras este nuevo rumbo del personaje de Sacarino (podríamos decir la segunda fase de su spirouización, imitando al botones de Franquin no ya en aspecto sino en tipo de historias) es que se trataba de un encargo de una editorial alemana. Martín, que había sido ectógrafa al cuadrado, es decir, ectógrafa de ectógrafo, trabajando de ayudante de Casanyes (y que es también, creo, la primera mujer de la que hablo aquí en trece años; denme mi medalla de aliado feminista) hizo el álbum para Alemania y más tarde lo vendió también a B en España, razón por la que aparece en mi Super Humor. 

No fue el último intento de reciclar a Sacarino en un personaje algo más tintinesco: el mismo Super Humor contiene un segundo largo de Sacarino (sí, ya es mala suerte), esta vez con guion y dibujo de Miguel Fernández (Barcelona, 1963; no es el Miguel que dibujaba al personaje Fernández). La historia se titula El retorno de titi (1985), e incluye viaje en barco, isla desierta, y un simpático alienígena inspirado clarísimamente en otra franquicia más popular. Una mascota a medida para el Spirou barcelonés, vaya. 
 
Sí, Sacarino, es clavado a E.T.
La película ochentera que me viene
a la cabeza cuando veo este bicho
es sin duda E.T. Andaquetacuestes.

 
El caso es que Sacarino y Titi (es como se llama el mogwai este) viven unas cuantas aventuras muy poco memorables, hasta el final del álbum en que ambos se despiden y se produce, creo, la única instancia de personaje de Ibáñez derramando lágrimas no irónicas. Ojo, que estamos yendo where no calvo had gone before.
 

Una vez más: ¿me parecen buenos álbumes? No. ¿Me parecen muy loables intentos de renovar personajes que ya huelen? Absolutamente. 
 
Y por cierto, siempre ha estado en el aire la cuestión de hasta qué punto Ibáñez era consciente de la existencia y la obra de ectógrafos hasta el cierre de Bruguera (1985). Sólo quiero mencionar que las portadas alemanas de Las criaturas de cera vivientes y El escarabajo de oro parece haberlas hecho él. Y la primera incluso contiene un personaje diseñado por Casanyes.


*

Para muchos de nosotros Ibáñez fue nuestra gateway drug al cómic. Pero no sé cuánto habríamos tardado en pasar a mandanga más fuerte si el Ibáñez que consumíamos no viniera cortado con tanto material subpar. Todos empezamos con Mortadelo, pero también fue el primero al que renunciamos. Astérix, Tintín, Superlópez... son más reivindicables cuando eres mayor. En cambio, cuando conozco a un adulto que me asegura seguir leyendo a Mortadelo con pasión, pienso si no debería acompañarle a casa y hacerle la compra. 
 
Ese desprestigio de Mortadelo es enteramente culpa de la superproducción de su autor, impuesta o autoimpuesta, que diluye el impacto de sus obras más memorables. Bruguera y B contratando a ectógrafos no hicieron más que ampliar aún más ese acervo, aguar más el vino, cortar más la merca. 
 
Pero a mí no me interesan las decisiones editoriales estúpidas, valga la redundacia, sino los artistas que las sufren: los ectógrafos en sí. Y aprecio sinceramente que dentro de las enormes restricciones creativas que se les imponían fueran capaces de explorar territorio nuevo. Que obligados a vivir en la sombra, aún tuvieran ganas de brillar un poquito. Ese es el espíritu del autor de relleno.
 
Viñetas de El crecepelo
infalible,
de Miguel Fernández (1985).
Casanyes ahí sentó un poco de cátedra: todos los largos del Bruguera-Equip después de Las criaturas son malos, pero no tiran de fórmula, y eso es algo. A la caza del Chotta (1985) es olvidable, pero le reconozco que se adhiera a la ambientación de alta montaña. El crecepelo infalible (id.), de Miguel Fernández, es una historia de 44 páginas no episódica (tipo El sulfato atómico) y que a veces hasta da la sensación de parecerse al género de espías que M&F supuestamente parodian. Es una época (la del cambio Bruguera-B) muy vilipendiada, y con razón. Es una mierda. Pero como público objetivo, como niño al que le tocó leer esa mierda, debo decir: al menos vi la diferencia. Vi artistas intentando hacer algo un poquito nuevo.
 
E irónicamente, gracias a que el botones Sacarino fuera el personaje menos popular, aquel del que Ibáñez quería saber menos, es con el que los ectógrafos se sintieron libres de experimentar más, y del que en esa época salieron cosas más interesantes. 
 
¿Exitosas? No. ¿Interesantes? Sí. Decidid vosotros qué cualidad os parece más importante. Yo lo tengo claro.

sábado, 5 de agosto de 2023

Ibáñez y tal

Ah, vale, ahora recuerdo por qué había reabierto un blog que llevaba enterrado desde que mandaba Obama. Que se ha muerto Ibáñez, tú. 

Ibáñez, by Ibáñez. No tengo los derechos
de esta imagen. Bienvenidos a mi blog.

Se ha escrito muchísimo estos días sobre el legado de Francisco Ibáñez (Barcelona, 1936–2023). Incluso yo he escrito sobre ello. Y no hay precisamente manifestaciones exigiéndome que añada más a la pila, pero qué demonios: nadie pidió nada de lo que he escrito en este blog en diez años, y lo escribí igual. En realidad, el reto al hablar de F. Ibáñez no es encontrar algo nuevo que decir ahora que ha muerto: es hacerse oír por encima de las toneladas de alabanzas vacías y superficiales que se le dedicaron mientras vivía, normalmente por parte de medios generalistas que, cuando tocaba hablar de él una vez al año con motivo del Saló, sacaban el tema en la tertulia con los cuatro todólogos de guardia (porque dios nos libre de tratar el cómic como una disciplina seria que requiera expertos), y todos decían lo de "bueno, Ibáñez... el maestro... qué decir, ¿no?", tirando del recuerdo de un álbum Olé que leyeron con ocho años y la boca llena de Nocilla. Ajenos a todo lo que Ibáñez hizo en las últimas tres o cuatro décadas, época de pocas luces y muchas sombras (el estancamiento, los escándalos, la decadencia innegable) que se ha analizado sólo desde blogs de expertos nunca lo bastante reconocidos (Corra, jefe, corra, En todo el colodrillo) resonando en círculos muy pequeños e ignorados por el mainstream

Y ahora que lo pienso, esto es un blog muy poco reconocido y a años luz del mainstream. Así que igual sí estoy cualificado para hablar de Ibáñez.

*

Revista Mortadelo n. 131 (1973)
En marcha el Mundial 82 (1981)
A ver, empezaré por las luces, porque luego todo son acusaciones de iconoclastia y parricidio literario: en un día bueno, Francisco Ibáñez era un genio. Esto es así. Dibujo de traca (v. portadas de la revista Mortadelo, las del gag de la "o"), guion de ritmo increíble (lo más cercano que has visto a Looney Tunes en papel), y humor descacharrante. Personalmente creo que se exagera su papel como satirista (Mortadelo y Filemón son tanto una parodia del género de espías como el Coyote y el Correcaminos lo son de National Geographic), pero fue un grandísimo satirista, de una acidez insólita en Bruguera y por tanto en el siglo XX (v. En marcha el Mundial 82 para una dosis memorable). 

Y en cuanto a evolución: sí, ha habido valles, y hasta fosas abisales, pero a mi juicio hubo también al menos tres picos: narices puntiagudas (c. 1961), el dibujo súper currado de los dos primeros largos (1969), y una época bastante más difusa pero que para mí abarca hasta la primera aparición de Chicha, Tato y Clodoveo (1986), donde Ibáñez inicia un proyecto nuevo y se le ve con muchísimas ganas. Quizá haga un post sobre ello algún día. Quizá no.

Dibujo, ritmo, humor, mensaje, y evolución: en una época u otra, sobresalió en las cinco cosas. A ningún otro dibujante de cómics de su época se le pedían siquiera las cinco. Con dos o tres ya tenías curro pa toda la vida. Así que sí: en un día bueno (y 65 años de MyF dieron para muchos días buenos) Ibáñez era el mejor.

Narices puntiagudas (c.1961)
Valor... ¡y al toro! (1970)

Y ahora, las sombras. A partir de la fundación de la revista Mortadelo (si no antes), Ibáñez se convierte en campeón de su editorial, en su símbolo y estandarte. Ibáñez es Bruguera, y Bruguera es Ibáñez. Para bien, y para mal. Y con "para mal" quiero decir que todas las malas prácticas que Bruguera empieza y Ediciones B continúa, Ibáñez las va haciendo suyas: la repetición de gags hasta el hartazgo, la caricatura racista/homófoba más imperdonable a cada año que pasa (again: 65 años), el uso de ectógrafos (ectógrafo es un neologismo que propongo como traducción directa del inglés ghostwriter, para no decir "negro"), el ninguneo a los colaboradores (Juan Manuel Muñoz, el caso más flagrante) y la desconexión absoluta del resto del cómic español. Por no decir de la cultura global. Y hay más sombras, lo sé. Contadme lo de los plagios en los comentarios, por favor, que no lo he oído nunca.

Escribe Vilches: "Atado a unos personajes agotados pero que eran todo lo que el público parecía querer de él". Lo suscribo, igual que todo el artículo, que me parece el panegírico más acertado de estos días, pero me pregunto: ¿era el público quien lo quería así? ¿O el editor? El pobre señor B, que apenas había superado lo de que Jan dejase Superlópez, y ahora se le muere el único otro historietista del que ha oído hablar en su puta vida. Vaya racha. 

*

Tiene poco sentido que un blog titulado "Soy un autor de relleno" hable de Francisco Ibáñez, que era justamente el autor titular. El tío por el que comprabas la revista, entre cuyas páginas asomaban Raf, Schmidt, Figueras, Jiaser, Tran, Gosset, Enrich, Jan, Rovira, Esegé, Marco, Maikel, RojasMiguel, Cera, Ramis, March... Pero es un hecho que todos ellos le deben muchísimo al papá de Mortadelo y Filemón. Quizá no todos abrazaron su influencia con las mismas ganas. Pero sin el genio de Ibáñez, y sobre todo, sin el declive de Ibáñez, no existiría este blog. Porque yo (como muchos) crecí con Mortadelos viejos, muchos años, pero cuando empecé a bajar al kiosco por mi propio pie lo que me encontré fue la época negra de El rescate botarate y El premio no-vel, y ese eclipse es lo que me ayudó a ver el brillo de los autores de relleno.

Y ahora Ibáñez ha muerto, ha caído el árbol que no dejaba ver el bosque. Y parece un buen momento para hablar de esos brotes que crecieron a su sombra, pugnando por ver la luz, por ser ellos mismos, esperando merecer alguna mención antes que la necrológica. Parece buen momento, sí. Pero ahora no toca. Porque Ibáñez y tal.

martes, 30 de agosto de 2016

Jan es nuestro Bill Watterson

Reconozco que el titular es irritante, sobre todo por el posesivo "nuestro", que suena a ese complejo chovinista de necesitar un homólogo local para cada logro extranjero. Pero no van por ahí los tiros. Es mi forma de justificar por qué, en el país de los autores de relleno, Jan es el rey.


Empiezo por el caso más célebre: Todos conoceréis a Bill Watterson (Washington, 1958). Es el creador de Calvin & Hobbes y probablemente uno de los... voy a decir 10 artistas de cómic más grandes del mundo, éver. No he hablado con ningún dibujante que le tenga por debajo de genio.


Watterson creó la tira del niño y el tigre en 1985, y trabajaba con Universal Press Syndicate. El syndicate en EE.UU. es una especie de agencia de prensa que distribuye contenidos como columnas de opinión, cómics o pasatiempos a periódicos de todo el país. Una de las pegas de los syndicates es que tienden a uniformizar el formato de sus contenidos, para facilitar a los diarios la maquetación. Por ejemplo, especifican un tamaño único para las tiras diarias, al que han de ceñirse tanto Garfield como Peanuts. Para la tira de los domingos, que es más grande, las restricciones son aún mayores, porque algunos diarios le reservan un espacio en vertical, y otros, apaisado; unos con cabecera, otros sin; así que el formato ha de ser una historieta de ocho o nueve viñetas reposicionables en cuatro o tres filas, en que las dos primeras deben contener un título opcional, la siguiente cae en el formato vertical, etc.

Watterson creía que todas estas imposiciones limitaban su expresión artística, y un día de 1990 decidió unilateralmente que su tira dominical sería una página apaisada, dentro de cuyos márgenes haría lo que le diera la gana. Y si a los diarios no les gustaba, que dejaran de publicarle. Según cuenta Watterson en el prólogo de Páginas dominicales (B, 2001), Universal Press le apoyó y, pese a salir perdiendo con muchos diarios, consiguió lo que quería. Y gracias a esa decisión, pudo regalarnos obras maestras como estas:

 



Y ahora, flash forward... bueno, no; en realidad flash back a la España de la Brugueratroika.

En 1975, Juan López "Jan" (Toral de los Vados, 1939) hace debutar en Bruguera a Superlópez, creado dos años antes para la editorial Euridis. El decimotercer álbum Olé del personaje, El génesis de Superlópez (B, 1989), recoge muestras de esa época. Cuesta reconocer el dibujo expansivo de Jan encarcelado en páginas autoconclusivas de cinco filas por página, desarrollando las viejas tramas predecibles de la escuela Bruguera. Según Antonio Martín en el mismo prólogo del Génesis, Jan se negó a hacer esos guiones, que recayeron sobre Conti o Francisco Pérez Navarro "Efepé" (Barcelona, 1953), y otras fuentes que he leído indirectamente hablan de enfrentamiento entre Jan y el entonces director de Bruguera, Rafael González. No hace falta especular; convengamos, sencillamente, en que Jan se siente disconforme. Como si alguien estuviera limitando su expresión artística. ¿Empezáis a ver adónde voy a parar?

Y encima, sexista y pro-zoológicos.
Todo mal.

1979: Rafael González se ha jubilado. No sé hasta qué punto influye eso en la decisión de Jan de volver a llevar a Superlópez a Bruguera, pero así lo hace. Y su nueva propuesta incluye entregas más largas, con color manual, y guiones fantásticos y llenos de slapstick hilarante, cortesía de Pérez Navarro, que ha visto que el personaje tenía más que ofrecer.

Propuesta aceptada: aparecen las primeras historietas autoconclusivas (8 páginas) en Mortadelo Especial. Pero pronto Pérez Navarro se embarca en historias largas episódicas. Y llega El Supergrupo (1980). Y Todos contra uno, uno contra todos (1980). Para muchos (y muy amigos míos), la cima del personaje y del dibujante.



Un juicio un poco injusto, lo de la cima, porque inmediatamente después, Jan toma las riendas de los guiones y hace Los Alienígenas (1981). Y El señor de los chupetes (1981). Y La semana más larga (1981). Y Los Cabecícubos (1984). Y La caja de Pandora (1985). Y en cada una de estas historias, va resquebrajando más los moldes gráficos de Bruguera, pasando la mano por la cara a todos los demás autores de la casa. Sean de relleno o titulares.

Abrir un Mortadelo Especial por la página de Superlópez es para caerse de espaldas ante la explosión de color...


...la minuciosidad de cada tornillo...



...el despiporre argumental.


Bruguera publicó más de 300 álbumes en la colección Olé. Creo que los únicos que yo y mis colegas de El Jueves nos pondríamos de acuerdo en salvar de un incendio o de una mudanza son estos. No sé de qué otra manera describir lo increíblemente divertida e inspiradora que es la obra de Jan.


Pero ESTO NO ACABA AQUÍ. Y abomino de las mayúsculas, pero las voy a usar ahora.

Resulta que Jan es tan bueno que consigue lo que en la historia de Bruguera sólo han conseguido Ibáñez y Escobar: pasar de autor de relleno a tener revista con su propia cabecera.


Desgraciadamente, esto llega en 1985, en los últimos estertores del Imperio Bruguera. Y la revista aguanta tres números. La historia que serializaba, La gran superproducción, se termina directamente en álbum, el último de Bruguera antes de bajar la persiana. Y entonces llega B y todo eso que ya hemos contado.

Pero alguien en Ediciones B sigue creyendo en la cabecera; ve que Jan es un artistazo que tiene que comer aparte. Y en vez de meterle de relleno en su Mortadelo de marca blanca, le dan una nueva revista, en 1987. Y en ella empieza Viaje al centro de la Tierra.


Es en esta aventura exactamente donde muchos críticos denuncian el principio de la debacle, los primeros "síntomas de la enfermedad que acabará con la serie". Y aquí es donde me pongo serio. Porque si secuencias como esta:


...o esta:


...o esta:


...viniendo de la "escuela" del plano sin perspectiva y el fondo bosquejado, a alguien le parecen síntomas de una enfermedad, se puede ir al puto infierno de los nostálgicos en su cinicomóvil.

Sí, Superlópez cambia. De álbum en álbum. Algo ciertamente insólito cuando el referente vitalicio es Ibáñez, cuyos cambios de estilo se miden en periodos de diez superhumores, pero así es Jan. Aunque en nivel de detallismo toca techo en Viaje al centro de la Tierra, sigue desbordándose gráficamente en los siguientes álbumes, con una gestualidad apabullante y líneas cinéticas delirantes, haciendo viñetas más grandes para montarlas en composiciones de página locamente dinámicas que ningún otro autor de su escuela sueña. Para el lector infantil de Mortadelos, ver este Superlópez es como descubrir tres dimensiones adicionales. Pobladas, además, de petisos y otros animalitos. :_)



Y claro, los guiones cambian también, porque a Jan le apetece contar otras cosas, muchas y muy diversas, que sólo un filisteo puede meter en el mismo saco etiquetado como "Superlópez malo". Ahora, un viaje tintinesco en En el país de los juegos (1988). Ahora, una historia tierna starring Martha Hólmez en El asombro del robot (1989). Ahora, un loquísimo "Escoge tu propia aventura" en Los petisos carambanales (1989). Ahora —sí, ¿qué pasa?—, un mensaje antidroga a los jóvenes en Un camello subió a un tranvía en Grenoble y el tranvía le está mordiendo la pierna (1991). Porque a Jan le preocupan los jóvenes. Le preocupa que os endroguéis y vayáis a fiestas de punkis treintañeros y acabéis haciendo revistas que son fanzines con ínfulas en las que habláis de cuando Superlópez molaba. Mal, chicos, mal. Decid "naranjas".

Y por cierto, sólo en el título de ese álbum tan denostado Jan ya nos recuerda que tiene él más personalidad que todo Ediciones B. ¿Alguien imagina a Ibáñez diciendo a su director "mi próximo largo tendrá un título de dieciséis palabras"? No. El próximo largo de Ibáñez se titula La bombilla, ¡chao, chiquilla! Y los profesores de la escuela Bruguera ríen en sus tumbas.


La revista Superlópez se despide tras 55 números, al terminar Los cerditos de Camprodón (1990). Los siguientes largos se serializaron en Yo y Yo, y finalmente en Super Mortadelo: Jan vuelve a ser autor de relleno.

Las revistas se extinguen en 1995, pero Jan sigue produciendo álbumes hasta hoy. Que yo sepa. El radio de acción de este blog y de mi fascinación no va más allá de esa fecha, pero procuro no volver la espalda a todo lo que se salga de una subjetiva "edad de oro": en casi todos los Superlópez hasta 1995 me pierdo a gusto, y hay varios aún posteriores que me gustan mucho.

Y no, no ha vuelto a haber una Caja de Pandora. Sé que muchos dibujantes en la posición de Jan harían La caja de Pandora una y otra vez; muchos críticos la harían; muchos fans la harían. Pero Jan no la vuelve a hacer, porque ya la hizo. Y eso, eso exactamente, es un síntoma de genialidad. No de enfermedad. Superlópez lo dijo mejor que yo en Cachabolik Blues Rock.

Fun fact: Jan dibujó troquelables de Heidi para Bruguera en los 70.


Bill Watterson se cansó del cómic en 1995. Ahora pinta y hace música y ha pedido a sus agentes que no le envíen más fan mail de Calvin & Hobbes. Jan no fue tan drástico; no dejó Superlópez, pero dejó La caja de Pandora para perseguir otros intereses. Y si tu reacción a esto es "pues ojalá hubiera dejado a Superlópez del todo, para no empañar mis recuerdos de su buena época", eres una rémora inmovilista como los que se oponen a nuevas versiones de Cazafantasmas conflictivamente distintas a la que les gustó de niños.

Superlópez no es nuestro patrimonio, nos guste o no. Nosotros sólo lo comprábamos y leíamos en horas; Jan lo escribe y dibuja en meses. Por no mencionar que comparte nombre y apellido con él. Es su personaje. Y se lo llevó consigo en pos de nuevas aventuras.


*

Muchos ex alumnos de Bruguera son críticos con la difunta editorial. Le reprochan el humor formulaico, el desprecio al artista y la escasa innovación. Cabe preguntarse, sin embargo, si con B las cosas mejoraron o no. Yo, viendo mi colección, creo que no mucho. Sí, llegó sangre nueva, a la que he colmado y colmaré de elogios en este blog, pero la línea editorial avanzó poquísimo, en diseño y en contenido. Todos los dibujantes de las revistas de B a finales de los 80 pasan por el mismo cedazo: viñetas ortogonales, color mecánico, cero perspectivas, cero trama. Y del respeto por el artista baste decir que la historieta de Mortadelo la firmó un "Equipo B" durante dos años.

El único que desafiaba ese patrón, el único que se sale de la cuadrícula y de la página, es Jan. No sé muy bien por qué a él se lo permiten, pero las cosas como sean: gracias por permitírselo. Él es el que no pasa por el embudo; es el que desafía las imposiciones, y se lo consienten; es el que hace los cómics que quiere, pagando el precio: pierde público, pero no empeño. Él es quien nos enseña que vayamos a nuestra bola.

Ese es Jan. Nuestro Bill Watterson.