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domingo, 12 de mayo de 2024

Cera - Pafman


Vamos a ser honestos: el día que se me ocurrió abrir un blog sobre autores de relleno sabía ya que habría al menos dos artículos obligados: el de Ramis y el de Cera. El de Ramis lo escribí hace once años. Que el de Cera se haya retrasado tanto me parece inexcusable, siendo uno de mis dibujantes favoritos, quizá el autor de relleno por antonomasia. Es más, siendo seguramente él la primera persona de quien leí impreso el concepto "relleno", en esta viñeta de Pafman Redevuelve (2004).

Gracias a mi pana Guille Martínez-Vela,
por la foto.

Cameo de Pafman en la página 23
de Un camello subió a un tranvía en Grenoble
y el tranvía le está mordiendo la pierna
,
de Jan (1992)
Sin embargo, entre los mortadelófilos de mi generación Cera y Pafman son tan populares que reivindicarlos en otro blog de paleotebeología parecía baladí. Pafman es sin lugar a dudas el segundo superhéroe español. Desde que yo abriera este blog, y lo llenase con mi habitual parsimonia, he visto publicados artículos, glosas y entrevistas a su autor. No hace ni un año se editaba una nueva antología de sus historietas, corregidas y recoloreadas. Todos queremos a Cera, y Cera sabe que le queremos. ¿Por qué, entonces, añadir elogios a la pila cuando podría invertir mi tiempo en, por ejemplo, promocionar mi nueva novela de misterio, cabras y coches molones?

Pues ya os lo digo yo: porque para decir cosas bonitas de un autor al que admiras no hacen falta motivos. Se dicen y punto.

*Coge el micrófono.*

*

Rebuznos en el espacio,
de Cera. 1986.
N.º 1 del Mortadelo de B.
1987. 100% Ibáñez-free.
Tengui.

Joaquín Cera (Barcelona, 1967) debuta en los últimos estertores del Mortadelo de Bruguera con una serie de ciencia-ficción, Rebuznos en el espacio. Pero es en el Mortadelo de B donde se consolida como gran rellenador. De hecho, recuerdo perfectamente que la contraportada del primer número de esa revista (1987) era una viñeta de tema futbolero que firmaban mano a mano Cera y Marco. (Editado 16/7/24: Según mi juevesbró Jordi March, no debía de ser el mismo Marco de Porrambo y Jarry Jarrón; es otro con el que Cera hacía un fanzine llamado Pepados.) No sé si esta dupla se repitió muchas veces. En cambio sí sé que esta tendencia de deciros yo cosas que recuerdo sin aportar ninguna prueba se va a repetir muchísimo, porque este artículo no va a brillar por su documentación.

A los pocos números de la revista se estrena la serie Pafman, "defensor del bien y del salpicón de marisco", y sus aventuras, coprotagonizadas por su sidekick felino Pafcat, continuaron hasta el último número. También llenaron cuatro álbumes de la colección Olé, que ni de lejos cubren toda su bibliografía. 

Yo los tengo los cuatro. No a mano. De hecho, alguno no lo he visto en décadas; para ilustrar este artículo pienso tirar de Internet y morro. Pero me bastan y sobran para basar en ellos toda mi argumentación sobre por qué Cera es el puto amo.

 

PAFMAN (1989)

El catálogo de la primera época de álbumes Olé (los pequeños), inciada por Bruguera y continuada por B, suma unos setecientos títulos. Pues bien: este está en el top diez. Y sí, hablo de la misma colección Olé que incluye El sulfato atómico y La caja de Pandora. Ahí arriba está Cera. Con historietas que dibujó con 20-21 años.

¿Cómo justificar esta preeminencia? Pues de entrada, porque Cera dibuja muy bien. Pero MUY bien. Su entintado en este álbum, particularmente, es de traca, y sus señas personales, como lo de no hacer viñetas rectas, nunca restan, siempre suman. Su trazo es agresivo, dinámico. Las entregas de dos páginas le dan tiempo para prodigarse en los acabados, y aunque la influencia Ibáñez es evidente, no se encasilla en el plano lateral sin perspectiva como Mortadelo ya llevaba tiempo haciendo. Cera se gusta mucho. Y con razón.

Y la calidad del guion no se queda atrás. Cada entrega de dos páginas está trufada de chistes, desde los detalles de fondo ibañecescos hasta las distintas cabeceras. La primerísima página de este primerísimo álbum (y primera aparición del archinémesis de Pafman, el Enmascarado Negro) ya contiene un running gag (el de los efectos de sonido paroxítonos) que tiene piso en mi cabeza desde que lo leí por primera vez. Treinta años lleva ahí. Tromptromptrompa.

 

Y al igual que el dibujo, el guion tampoco se queda estancado exclusivamente en los patrones del humor Bruguera. Va más allá. Cera tiene un concepto de la historieta más parecido a un sketch, en el sentido pythoniano. En vez de una narrativa circular clásica tipo "todo era un equívoco" (premisa - nudo - revelación de un malentendido en la premisa y caída hacia atrás), a menudo opta por una estructura lineal: partir de una sola situación y alargarla dos páginas en un crescendo majadero. Como muestra, véase "El Capitán Europa" (título de la historieta y segundo secundario recurrente del Pafverso).

Quizá el mejor ejemplo de esta tendencia sea "Persecución implacable", una entrega extraordinaria de cuatro páginas con planteamiento y ejecución estelares. Porrón de chistes que no arruinan en ningún momento la sensación de velocidad y adrenalina.

A medio álbum, aparentemente, los editores le pusieron a Cera más deberes: tres páginas por entrega. Y diréis: el dibujo se resentiría un poco. Pues mira, no:

Lo de decir "mumble, mumble y mumble" mientras pienso muy fuerte aún lo hago a veces. Estúpido Cera.

Pocas páginas de sólo dos viñetas más satisfactorias he visto yo en mi vida. Sólo digo eso.

Me da un poco de reparo subir más material de un álbum por el que el autor merecería estar nadando en royaltis, pero francamente dudo que todas estas historietas se puedan encontrar ya más que en mercadillos. Esto, o está en tu sótano, o no está. Y en el mío está, y quiero enseñároslo, porque es buenísimo.

Con esa historieta concluye Cera su primer recopilatorio. Tiene 22 años. 

Me bastaría con este álbum, sin pasar por los otros tres, para justificar toda esta elegía. Y lo hubiera hecho, si este fuera el primer álbum suyo que leí. Pero resulta que no. Mi primer Cera fue este:


PAFMAN - EL DR. GANYUFLO Y OTRAS HISTORIAS (1991)

Solo hay un álbum Olé (again, uno entre los sopotocientos ocho) del cual recuerdo su aterrizaje en el kiosco. Lo vi en el estanco de mi pueblo, reconocí al personaje de algunas historietas sueltas, lo compré (= pedí a mi señor padre que me lo comprara) y al día siguiente lo estaban comprando mis amigos. Fue un evento editorial. "Ha salido un álbum Olé que hay que tener." Eso pasaba poco.

Las historietas aquí empiezan siendo de tres páginas, que luego caen de nuevo a dos. El dibujo está aquí más establecido, más eficiente pero aún con destellos de calidad. Y el guion sigue brillando: las premisas son divertidas; la densidad de gags, altísima; la cuarta pared, frágil. El humor empieza a verdear: recuerdo con particular cariño el gag en que Pafcat, desplegando el póster central de una revista de tetas, deja fuera de juego a un trío de ninjas que le acechaban por la espalda. (Ramis y Cera se convertirían en pioneros del humor picantón en B; la censura laxa y el Dr. Slump de Akira Toriyama, del que Cera es claramente fan, abrieron esa puerta.)

Pero la joya de la corona es, sin duda, "El Doctor Ganyuflo", una historia episódica de diez entregas de dos páginas cada una, con cliffhangers, giros loquísimos y momentos de gran descacharre. No conozco detalles del making of de esta historia, pero me sorprendería que fuese idea del editor diciéndole a Cera: "Estás listo para un largo". No digo que Cera no lo estuviese. Digo que me parece más probable que se le ocurriese este formato por hacer algo nuevo, y a las diez entregas se cansase otra vez. Esta inconstancia sería imperdonable en otro autor, pero no en Cera, a quien veinte páginas dan para un festival. Tras esa entrada semitriunfal de ahí arriba, el Doctor Ganyuflo, a quien ni Pafman ni sus propias albóndigas mutantes acaban de tomar en serio, termina en un manicomio. En los siguientes episodios sale y vuelve a entrar en el manicomio un par de veces hasta que da con un nuevo vehículo para su venganza: un "gazpacho licantrópico" que le convierte en hombre lobo.

Lo de la jota jota, otro gag que no se me va
de la cabeza ni a hostias.

Contra todo pronóstico, Pafman confunde a Ganyuflo-lobo con un "pobre perrito" y lo convierte en su nuevo ayudante, despidiendo a Pafcat. Cuando se pasan los efectos del gazpacho, Ganyuflo intenta repetir la fórmula, con variopintos resultados; en una ocasión, se convierte en gato, y se hace pasar por Pafcat. Añadan a todo este potaje al Enmascarado Negro, que no se pierde un berenjenal, y el resultado es el argumento más denso que se ha visto en un tebeo fuera de Superlópez.

Y quizá el más memorable. Yo sé que alguien es buena persona por el brillo en sus ojos cuando menciono "El Doctor Ganyuflo".  

PAFMAN (1993)

Muchas cosas han cambiado entre este álbum y el anterior. De entrada, la colección Olé misma, que ahora ya está en su segunda época, la de las portadas con relieve. Las entregas de Pafman han pasado de dos a cuatro páginas, y va en aumento. Y esta vez, sí, el dibujo se ha resentido. De hecho, las primeras historietas de este álbum todavía recuerdan en calidad al anterior; en la primera, incluso, aún colea el sufrido Doctor Ganyuflo. Pero a medida que las historias se alargan, el dibujo declina. Los fondos están mucho más bosquejados, el entintado es basiquísimo. Y tampoco ayuda el color mecánico, factor que nunca es culpa del dibujante, pero que en este álbum es particularmente penoso. (Un día podríamos hablar de la profesión del colorista de imprenta. No tengo pruebas, pero lo imagino como un oficio de esos de bajar a desayunar y caer dos Estrellas Galicia con el bocata tortilla, más carajillo de ron Pujol y una litrona de Xibeca para pasar el rato. Y luego, pues mira, esta semana los guantes de Pafman son lilas. A tomar por culo.)

Y el guion ha cambiado también. No en vano Cera es el BFF de nuestro querido Ramis, el Will Eisner de la subnormalada. Ambos son por esta época los rellenadores estrella (el número de páginas de Ramis en un Mortadelo Extra de los noventa es demencial), y la evolución (o involución) de Sporty y Pafman es paralela. Cuando el tiempo apremia, lo primero que se pierde es la planificación. Las historias se vuelven más incoherentes y el protagonista, que ya raramente es una lumbrera, más tonto. ¿Es eso lo que le ocurrió a nuestro Man of Paf?

I rest my case.

Es difícil decir si fue Ramis el que influyó en Cera, o viceversa, pero que sus guiones cambian en la misma dirección parece bastante obvio. En ambos el humor es cada vez más risqué, más sexualizado, con más tacos. Abundan los cameos (Pedro Almodóvar, Emilio Aragón) y las referencias a cultura basura: no olvidemos que estamos en la época de Barragán y las Mamachicho. Incluso a medio álbum aparece un comisario Mafrune (el secundario sempiterno cuya custodia comparten Cera y Ramis) que se convierte en jefe de Pafman y Pafcat, a lo Comisario Gordon en el Batman de Adam West. Con esto se despacha la tarea de plantear las misiones.

Hay en este álbum una historieta concreta, "El caso de las gafas churrifocales", que me parece el punto de inflexión. Quizá abrumado por un deadline imposible, Cera se sienta a la mesa de dibujo y empieza la historia tal que así:


Lo remarcable es que un planteamiento tan gilipollas dé para tantos momentos sublimes. Una página más tarde, Pafman captura a los cuatrocientos encapuchados (estaban escondidos en el lavabo), y claro, llega el momento de interrogarles.

Qué queréis que os diga. John Cleese y Graham Chapman podían coger una idea montonera, y controlaban lo bastante el ritmo y la puesta en escena para convertir la idea en genialidad. Cera acaba de hacer lo mismo. Sin tiempo para pensar, sin tiempo para dibujar la mitad de bien que podría, hace esta soberana chorrada, y le sale de puta madre. Porque sabe.

Es sorprendente la cantidad de highlights que tiene un álbum tan malo. Inolvidable, por ejemplo, la historia en que Pafman y Pafcat son llamados a un plató de televisión para investigar el origen de las risas enlatadas. O aquella en que participan en un concurso de Telecinco. Por supuesto que voy a colgar un trozo de eso.

La ramisización de Pafman va viento en popa. Sólo falta la estocada final.

 

PAFMAN - EL ASESINO DE PERSONAJES (1997)

Serializado originalmente en la revista Super Mortadelo en 1993, el primer largo de Pafman es la Divina Comedia del humor post-Ibáñez. En una época en que el modelo de la revista Bruguera está muriendo definitivamente, en que Efe Punto ya ha hecho sus diez mejores álbumes (y sus veinte, y sus cien) y Jan ya ha dicho naranjas a los fans que le piden otros Alienígenas, Cera y Ramis han tomado las riendas de la línea editorial. Y han decidido que el imperio Bruguera/B ha de acabar no con un bang, sino con un . El humor tontuno triunfa. El dadaísmo prevalece. Pafman wins.

No voy a reseñar ahora, en 2024, el que seguramente sea el largo más famoso de Bruguera/B que no firmen Ibáñez o Jan. Voy a decir, eso sí, que es una historia sorprendentemente sólida, teniendo en cuenta que la componen enteramente chistes de este nivel:

El argumento NO es simple. El comisario Mafrune envía a Pafman y Pafcat a investigar el asesinato de otro personaje de cómic, Tintín, que ha sido hallado muerto de quinientas puñaladas (efectuadas con quinientos puñales distintos, porque mira). Para sorpresa de todos, nuestros héroes detienen al culpable a las cuatro páginas, sentando así las bases de lo que podría ser un largo episódico como el 99% de los de Ibáñez, rollo Caja de diez cerrojos o El gang del Chicharrón: cada episodio empieza con un personaje hallado muerto y termina con el asesino detenido. Y sí, así funciona hasta la mitad, cuando unos esbirros del villano supremo intentan rescatar a los que ya han sido capturados (llevándoselos con el calabozo a cuestas, por algún motivo, dando lugar a una serie de gags para los que no se me ocurre otro calificativo que "Cera"). A partir de ahí, la historia es cualquier cosa menos previsible. El clímax es tronchante y la revelación del villano final es para que los guionistas de Lost le paguen las cañas a Cera toda su puta vida.

Técnicamente, El asesino de personajes es la culminación (o el aterrizaje) de la trayectoria de Pafman. El dibujo está a años luz de lo que Cera es capaz. Sin embargo, le alabo que si un chiste requiere diez personajes en la viñeta, Cera no descarta ese chiste por otro más fácil; los dibuja, por mucha prisa que tenga. El guion sigue evidenciando tanto un talento natural para el sketch elaborado como una admirable tolerancia a gags de los de inmolar neuronas. La sexualización roza peligrosamente el machismo inmitigado, y hay algún gag digno de cringe en el siglo XXI. (Para todos los que dudasen de la posición de este blog, sí, el revisionismo es bien. Si no habéis cambiado desde 1997, no quiero conoceros.) Aun así, el balance es positivo. Al final de la lectura, la conclusión inmediata es que el primer largo de Pafman es muy gracioso, y visto con más perspectiva, muy original.

De hecho, visto aún con más perspectiva (casi treinta años, feel old yet) es un final increíblemente apropiado para la era de las revistas de cómics: un álbum en el que mueren varios personajes titulares, y en que el superhéroe de relleno encargado de vindicarlos convierte la investigación en una pantomima de humor grueso e irreverente. No quiero sobreanalizar un tebeo: no creo que Cera sea un iconoclasta. Creo que sencillamente hace lo que hace porque le parece gracioso. Pero admitámoslo: que una de las últimas historias en el ocaso de las revistas de Bruguera/B, los campofríos del humor blanco y posibilista, sea una gamberrada como El asesino de personajes es maravilloso. La escuela Bruguera ha muerto. Y el alumno más destacado de su última promoción está quemando el edificio.


 *

La carrera de Pafman no acaba aquí. En 2004, con las revistas ya extintas, Cera descongela a su personaje para un nuevo largo, Pafman redevuelve. Es el primero de varios; el último data de 2013. No hablaré de ellos. Como tampoco me liaré en hablar del Dr. Pacostein, de los Xunguis que Cera co-creó junto con Ramis, o de su versión de los Zipi y Zape de Escobar. Ya hay gente seria escribiendo la historia del cómic español; yo aquí sólo escribo de lo que encuentro en mi altillo. No necesité más que cuatro álbumes Olé de Pafman para adorar a Cera en su día. No necesito más para defenderle hoy.

Decía el mismo Cera al principio de este artículo que Pafman no era más que un personaje de relleno. Es cierto. Pero lo que Cera nunca ha afirmado, y yo sí voy a hacerlo ahora, es que en su caso, el relleno era mejor que el pan. Cera llega a una revista en que la historieta titular la hacen ectógrafos. Él es joven, y la revista es vieja, incluso recién nacida. Él se luce cuando otros apenas cumplen. Él innova cuando la consigna es "que todo siga igual". Cuando el referente imperecedero, ¡en plenos años noventa!, eran señores con levita y lacito que aún se hablaban de usted, Cera y Ramis inventan el Mafrune y el . Ellos transforman el humor del tebeo. Para bien o para mal, no me importa: hacía falta una puta revolución, porque esa puta revista ya apestaba a Polil, y ellos la lideraron. No eras un autor de relleno, Cera. Eras el Che, Garibaldi, Emiliano Zapata. Brillabas tanto que hasta un niño de diez años se daba cuenta. 

Me volveré a olvidar de este blog mucho antes de rendir tributo a todos los rellenadores que se dejaron los túneles carpianos por entretenernos. Pero que me maten cuatrocientos encapuchados con sombrero mexicano si me olvido de Cera. 

*Deja caer el micrófono. Este rueda por el suelo haciendo "clinkclankclonka".*

martes, 15 de octubre de 2013

Ramis - Sporty (o Por qué quiero a Ramis más que a ti, volumen I)


A todos los que nos sentamos en la mesa de los niños en la cena anual de dibujantes de El Jueves nos une una cosa: el amor a Ramis. Preguntad a cualquier Rubén Fdez. o a algún Morán; creo que me darán la razón. No le conocemos, apenas le hemos hablado, no sabemos dónde para, y si lo supiéramos, tampoco correríamos a buscarle. Es algo extraño, como el tío gamberro que tus padres critican pero que a ti de niño te hace mucha risa. Somos los niños de Médico de familia, y él era nuestro Francis Lorenzo. Nos marcó, pero no queremos ser como él (tampoco podríamos). Nos enseñó mucho, y sin embargo sabemos que esa no es la manera de hacer las cosas. Ciertamente, ninguno de nosotros haría algo así:


Juan Carlos Ramis (Chantada, Lugo, 1962) es el autor de relleno con mayúsculas de la época de Ediciones B, a partir de 1986. Llegó a Mortadelo con Alfalfo Romeo y a Súper Mortadelo con Sporty, y él solo apartó estas revistas de la trayectoria Bruguera. De entrada, con un dibujo antiacadémico, de influencia Ibáñez clarísima, pero sin madurar. Todos los dibujantes de Bruguera y B hasta entonces parecían veteranos: fueran viejos o jóvenes, esmerados o frescos, clásicos o rompedores, el dibujo de un Ibáñez o un Cera o un Marco venía a decir "llegamos a esta revista con el culo pelao". El de Ramis, no. Ramis era sencillote, a veces torpe, más bien infantil; sus páginas tenían un aspecto poco profesional.

Y luego estaban los chistes.


Los chistes de Ramis eran... pues... No, no sé explicarlo. O sea, en parte encajaban con el dibujo: eran poco profesionales. Eran pueriles. Eran malísimos. Pero funcionaban. No entiendo por qué. Y si alguien asegura entenderlo, que le jodan. No escuchéis a teóricos del humor que intentan explicar qué es humor inteligente o cuándo un chiste malo es tan malo que es bueno; quienes formulan y siguen esas reglas suelen ser eficientes y poco más. Ramis era un genio.

Sporty temprano. 1987.

¿Acaso los chistes eran malos, pero eran muchos? ¿Eran tan malos que eran buenos? ¿O eran tan malos que eran idiotas? Cualquiera de esas explicaciones sirve para justificar que nos gustara de pequeños, pero lo más importante es que, por la misma razón, hoy lo admiramos. Porque, sencillamente, no tenemos huevos de hacer estos chistes. Se nos ocurren, sí, no diré que no; pero los soltamos en la mesa de los niños en la cena anual de jueveros; no los publicamos. Hay quien llamaría a eso profesionalidad; quizá sea vergüenza. En cualquier caso, es lo que Ramis no tenía y le hace querido e inolvidable. Yo no compartía tebeos con Guille Martínez-Vela o Xavi Morató, pero el chiste de "mentalizarse" es un referente común y reconocible. Como el de "acabaremos con el rayo".

¿Qué? ¿No hay apuestas? Bueno, os lo acabo de contar en otro momento.


Lo más sorprendente, sin embargo, fue su evolución. Nuevamente, yo no soy comicólogo ni consulto más bibliografía que mi escasa colección; estoy especulando, pero creo que hubo un momento en que Ramis pasó de hacer Sporty como lo hacía porque no daba más de sí a convertir su defecto en virtud. Se dio cuenta de que el dibujo feúno y el humor tonto eran sus armas, y las abrazó. Y el humor tonto se convirtió en suprema gilipollez:


En esta época, la serie se había librado ya del tema deportivo; las aventuras de Sporty pasaron a centrarse en su imposible relación con la bella Renata (sí; Mamerto, Renata... Ramis era el puto amo del nomenclátor) y el humor va haciéndose más picantón. Sin ir más lejos, observad cómo el maestro desarrolla tan desafiante premisa:

Y lo dejo aquí, porque esa última viñeta me parece sublime. La página es de 1992.


Guille y yo hablamos una vez con Ramis y Cera cuando firmaban en un salón del cómic. Ramis recordaba con cariño esta época, porque "hacíamos lo que nos daba la gana". No te haces idea de cómo "lo que te daba la gana" influyó en los niños de entonces/dibujantes de hoy, querido Ramis. Dudo que el auge del absurdo que hoy vivimos existiera sin ti. No sabes qué monstruos has creado.

Pero por favor, volvamos al malvado que pretende acabar con el rayo reparador de la capa de ozono.


Y por cierto, esa bazooka en la viñeta final... ¿acabamos de asistir al nacimiento de Mafrune?

viernes, 4 de octubre de 2013

Corrección política de qué (II)



Si creías que lo de Vázquez tenía la excusa de que era la España franquista y no había madurado nuestra conciencia plural, ale hop: Ramis, 1990.

Ey. Si Ramis no fuera como un crío, no le amaríamos.

martes, 3 de septiembre de 2013

Marco - Porrambo

José Luis Marco Gracia llegó al Mortadelo en la primera época de Ediciones B. Tenía un estilo tan característico que yo creí reconocerlo en libros de texto de 5º de EGB. Nunca supe si era él o alguien de su misma escuela.

De hecho, quizá Marco fue de los primeros dibujantes de relleno con un estilo realmente distinto, propio del vanguardismo gráfico de los 80. Cera me parecía mejor, pero no dejaba de ser muy Ibáñez; Ramis era diferente, pero no tanto por guay como por torpe (con cariño). Marco era distinto-bien. Su trazo es agresivo, tenso, con volumen. Cuando el personaje está en movimiento, parece más agarrotado que uno de Cera o Jan; en cambio, cuando está quieto, tiene más energía que aquellos.


De sus diseños para la serie Porrambo (1987), creo que me marcó el perro (llamado Héroe o "perro"). Tenía una pose que he imitado muchas veces, y lo del hocico que ocupa toda la nariz lo tengo muy interiorizado. Pero me fascinaban aún más Yin y Yang, los "malditos amarillos", simpáticos villanos para los que Marco prescindió no ya de pupilas (como suele hacerse con los personajes asiáticos), sino de ojos y de cara.

Lo de acentuar palabras sólo por énfasis también es un rasgo muy suyo.
Años después, me acordé de los malditos amarillos cuando tocó diseñar al maestro Dao Ni Jr. para unas tiras de Edgar trabaja en El Jueves donde se me fue mucho la flapa.

Y miren qué dedos más guays. Y qué letra. Los de la izquierda, digo.

La otra creación de Marco es Jarry Jarrón; la guardo para otro día.