lunes, 4 de agosto de 2025

Soy un autor de MASILLA

Durante años en este blog he hablado de los autores de relleno como si fueran la casta más baja de las revistas de cómics, los artistas cuyas series contribuían a hinchar la paginación del Mortadelo o Zipi y Zape semanal. Y esa es una mala costumbre por mi parte. Porque así sólo contribuyo a invisibilizar a otros autores aún más marginados: los de los chistes sueltos, sin serie ni regularidad, ni cabecera, ni crédito a veces, metidos al buen tuntún allí donde cabían. Los mismos chistes que hoy decoran los márgenes de este rincón mío de bloguismo dosmilero. Chistes como estos:

Es bastante frecuente, en cualquier revista de cómics de Bruguera/B, al menos una página de chistes de una sola viñeta. Los americanos los llaman gag cartoons, o one-liners, porque suelen incluir el diálogo en una sola línea colocada a modo de pie de foto, sin bocadillos. Esta regla es tan estricta que a veces, en un chiste mudo, los editores añaden la línea que dice textualmente "Sin palabras", o se las apañan para introducir una descripción innecesaria del dibujo, pero no he visto a nadie fuera de Bruguera/B ser tan ortodoxo. El formato, de hecho, es popularísimo. Es el preferido por revistas como The New Yorker o Playboy. Es el formato en que brilló, por ejemplo, Charles Addams, padre de la familia homónima. Ed Steen es uno de mis favoritos de la generación actual. En España, Mingote me parece un referente del género.

Conti en un Mortadelo de 1984.
José Royo en un Mortadelo Extra de 1991.

En mis primeros tebeos (ca. 1985), el autor de los chistes sueltos a menudo es Conti (Carlos Conti Alcántara, Barcelona 1916–1975), un pilar de la escuela Bruguera. Expresivo, accesible e inmune a la censura franquista ("El humorista debería ser apolítico", dijo en una entrevista [J.M. Vilabella: Los humoristas, Amaika, 1975]), su vasta obra incluye muchísimos de esos chistes inocuos que Bruguera reimprimiría durante años —siempre, eso sí, con la debida acreditación. En la época de B, el mismo rol recaía, hablando así de memoria, en Pañella (Vicenç Pañella, Barcelona 1936 – Vilafranca del Penedès 2020) y en José Royo (Barcelona 1922 – Castelldefels 2012). 

En tebeos más viejos que yo, sin embargo, la cosa cambia. En los años setenta la revista Mortadelo incluía bastantes más páginas-contenedor con one-liners como los del principio de este post. Y mientras que hay algún producto de kilómetro cero (a veces se reconoce por las narices puntiagudas un Ibáñez de dos décadas antes), la mayoría es material extranjero. No hay crédito más allá de la firma, cuando esta aparece y si es legible. La traducción, imagino, se hacía en la casa. Son one-liners: no hay que saber mucho francés o inglés o neerlandés para intuir el chiste.

Tan claro es que esas páginas se componían en la redacción, que a menudo había que complementarlas con chistes en formato texto. Esto de abajo es el aspecto típico de la página 3 en un Mortadelo de los primeros años.

Página 3 de un Mortadelo de 1971. Alrededor de tres one-liners (dos de ellos sin firma), los créditos (arriba a la izquierda), y unos cuantos chistes de casete de gasolinera, todos anónimos. Tres de ellos, además, escenificados en dibujo, también sin firmar (pero ya os digo yo que es Gosset, el de "Hug el Troglodita").

¿Y de dónde salían esos one-liners? Pues miren, no tengo el gusto de conocer a nadie que trabajase en una redacción de Bruguera en los setenta, pero me encanta imaginarlo, así que voy a tirarme a la piscina. La cosa es que en el mundo pre-internet, la prensa tiraba mucho de recurso gráfico contratado por agencia. Igual que hoy día una revista se suscribe a un banco de imágenes online para utilizar sus fotos y ahorrarse el fotógrafo, o pide permiso a Universal Press Syndicate para que le dejen poner la tira de Snoopy, en los setenta a.C. (antes del Chrome), las agencias mandaban representantes a tu redacción, que llegaban con una carpeta como un vendedor puerta a puerta y te enseñaban su mercadería. No sólo imágenes, sino muchos contenidos atemporales: pasatiempos, horóscopos... y supongo que también one-liners. Esa es una posible explicación para que el trabajo de muchos dibujantes americanos y europeos acabara, agencia mediante, en las páginas de Mortadelo.

Otra explicación es que lo recortasen de revistas extranjeras, lo tradujesen y publicasen por la puta cara. No digo que lo hicieran, ojo. Digo que es otra explicación.

Página 3 del núm. 4 (1970). Seis one-liners, dos sin firmar (¿diría que el de abajo es Conti?), uno de Marianico el Corto... y un par de ítemes de actualidad, que no todo ha de ser jijí-jajá. Por ejemplo, esa noticia sobre esos "rascacielos gigantes" que están construyendo en Nueva York, y que estamos deseando ver acabados. Un momento, me comunican por el pinganillo que... ¿Cómo? ¿Qué me dice? ¿Un avión? Hostia puta. Bueno, pues menos mal que construyeron dos, ¿no? Ja, ja. 

Que esas páginas contenedor casi desaparezcan en la etapa de Ediciones B (1986 en adelante) podría significar que eran una mala práctica de Bruguera que se quería dejar atrás. Pero lo dudo. Primero, porque no veo a nadie de B diciendo "esto es una mala práctica y deberíamos dejarlo atrás". Segundo, porque otra cosa que va en declive a partir de la etapa B es la publicidad.

Página contenedor típica construida en torno a dos anuncios, uno de otra revista de la casa, y otro del Instituto Americano, por si ahora, cuando termines de leer Anacleto, te da por ir a aprender aeromecánica. Que serías un perfil de persona que me fascina, pero se ve que en los setenta en España era normal. 

Y es que el director de publicidad, en una revista, tiene mucho que decir sobre la escaleta semanal. Busca anunciantes, les vende el espacio, y luego llega a la reunión y canta el menú: "Hoy tengo un cuarto de página del Sanson Institute, media vertical de CEAC, cuarto bicolor de Tigretón, dos y cuarto de libros y promociones, y contra de las muñecas de Famosa". Total: cuatro páginas y cuarto de publi. En un Mortadelo de 32 páginas, menos 24 de series fijas y una portada, eso querría decir que esa semana quedan dos y tres cuartos por rellenar. En bloques desperdigados por toda la revista. Algunos a color, otros en bicolor o en b/n. 

¿Cómo llenas eso? No puedes encargar otra serie a un colaborador habitual, porque no tendrá regularidad: otra semana igual entra más publicidad y se pierde ese espacio. La solución son los one-liners. Pequeños, monocromos y fáciles de maquetar. Perfectos para tapar huecos. La masilla de la revista.

Ojo: "masilla", como "relleno", no es una ninguna marca de deshonor. Es trabajo que aún hoy se hace en la redacción de cualquier medio impreso. Masilla eran los célebres "Diálogos para besugos" de Armando Matías Guiu. Masilla son series importadas como "Cuervo Loco" ("The Crows"), de Reg Parlett (Londres, 1904–1991), una tira que aparece en Mortadelo con regularidad, pero con las viñetas reposicionadas como haga falta. (Que no haya deshonor en la factura no significa que haya respeto por parte del editor.) En el argot periodístico de Estados Unidos existe el concepto bus plunge, referido a las noticias de accidentes de bus que salían en los diarios, no porque fueran importantes, sino porque se podían resumir muy sucintamente y te llenaban un agujero en la maquetación. Lo mismo pasa hoy en El Jueves: siempre hay algún faldón o una columnita de dibujos rápidos hechos a última hora por tu encofrador de confianza.

¿Ves? Doblando un poco la tira de Cuervo Loco, que el autor es extranjero y no se queja, te entra aquí el anuncio del estiraenanos, y este bujero te lo tapo con dos guanláiners que me he encontrao en el fondo de un cajón. Maquetación profesioná. Enga, vamos a hacer el tercer desayuno.

Sabe dios que en este blog nos encanta rescatar nombres enterrados con nuestras colecciones de tebeos viejos, pero reconocer a todos los autores de masilla en Bruguera y B sería tarea de una magnitud que supera mi entusiasmo. Estas, sin embargo, son algunas de las firmas que he sabido leer e identificar. Son una fracción de todos los publicados.

viernes, 13 de junio de 2025

Cómo veranean

Bien es sabido que en este blog nos preocupa la naturaleza del Autoris rellenensis, el obrero de la industria tebeística: quién era, qué hacía y cómo lo llevaba. Normalmente los propios tebeos, sujetos a la corrección y la censura brugueriana, no serían una fuente fiable sobre la vida privada de nuestros pintamonas. Pero cuando se encarga a unos cuantos artistas de la casa una ilustración de sus vacaciones, y cinco de ocho se dibujan siendo explotados por su editorial, creo que vale la pena comentarlo.

Los scans proceden del Mortadelo Gigante, especial Vacaciones, julio de 1974. Los autores: Conti, Escobar, Peñarroya, F. Ibáñez, Raf, García Lorente, Segura y Alfons Figueras.

Mucho que comentar (o pocas ganas por mi parte de trabajar en cosas más urgentes, que viene a ser lo mismo). Me sorprende gratamente la viñeta de Escobar, de quien tengo la mala costumbre de rajar mucho por aquí. Don Josep (Barcelona, 1908–1994) nos regala una estampa familiar entrañable, lejos de los rigores del batín y las corbatas en la residencia de los Zapatilla. A destacar el matamoscas, la fila de los cafés, la señora haciendo el allioli y... ¿me confundo, o hay ahí una niña jugando a fútbol? ¿En 1974? Caratsus. Inesperado desafío a los roles de género en can Escobar. 

Me agrada también que tanto Raf (Barcelona, 1928–1997) como Segura (Barcelona, 1927–Premià de Mar, 2008) hagan hincapié en el vox populi ingenuo que idealiza el oficio de historietista. Muy oportuno. Ambos os están diciendo: "Si alguna vez nos conocemos, esto es lo que no tenéis que decirnos a la cara." ¿Podría, por cierto, establecerse dónde pasaba las "vacaciones" Segura basándonos sólo en el paisaje? Yo apuesto por el Golf de Roses. Sugieran en los comentarios. 

Ah, ¿y queréis un detalle mórbido? Ese fue el último verano de Peñarroya. (El Forcall, 1910–Barcelona, 1975). 

Tremenda profesión. "Enrolaos, decían."

martes, 3 de junio de 2025

El pijama se está perdiendo

Lo de las camisetas debió de salir muy bien (preguntad a vuestros abuelos el hartón de camisetas de Mortadelo que se veían por las boites más yeyés), así que el siguiente paso era evidente:

Las comillas en el texto de Anacleto me producen gran confusión. ¿Sales en "ellos", Anacleto? ¿En "ellos"? ¿Hay alguna lectura entre líneas aquí que se me escapa, Anacleto?

Voy a aventurar que, si se hubiera estampado un solo pijama de Mortadelo, ni que fuera de prueba, lo habrían fotografiado para esta promoción. Posiblemente con una persona dentro. De lo que deduzco que estos pijamas, sencillamente, no existieron. Jamás. 

Lo cual es... ¿positivo? No estoy seguro. Porque yo no me pondría un pijama de esos ni a punta de pistola, pero a mi edad (44 años) uno ya ha descubierto que hay en el mundo unas pocas personas, poquísimas, escogidas, que son bellas infaliblemente, en cualquier tesitura y en cualquier atuendo, hasta el punto en que las imaginas en los artículos de vestuario más atroces posibles sólo por poner su don a prueba y confirmar que su sensualidad seguiría ilesa, inmitigada. Y esa permanencia, esa esquirla de verdad absoluta, te consuela y te ayuda a sobrevivir el lodazal de incertidumbre que es la vida.

Todo esto es para decir que cuando he encontrado esta página en un tebeo de 1972, INMEDIATAMENTE he pensado en Kristen Stewart en un pijama de invierno de Zipi y Zape. Y en que seguiría siendo maravillosa.

(Y sí, acabo de hacer una secuela a un post de 2013. Porque me apetecía hablar de Kristen Stewart. Mira, dejadme en paz. ¿Os digo yo cómo hacer vuestros blogs?) 

domingo, 1 de junio de 2025

Helados que ya no existen (VI)

¿Recuerdas el Pachá de Camy? ¿Sí? Pues espérese que le aumente el tamaño de letra, abuelo, porque el helado es de 1976. Creo que se acababa de inventar el palo.

Yo no lo recuerdo, pero el anuncio es de Jan. Y Jan dice que estaba bueno. ¿Qué más pruebas necesitamos?

(En anteriores entregas de "Helados que ya no existen":  I II III IV V)

lunes, 5 de mayo de 2025

Jan - El castillo de arena

De niños todos somos desacomplejadamente obsesivos. Mi monotema eran los bichos. Era el típico crío que te regalaba datos no solicitados sobre insectos, arácnidos y microalimañas en general. Descubrir un escarabajo o un caballito del diablo era como avistar una celebridad. Una mantis era una aparición mariana. Así que podéis imaginaros por qué un tebeo como El castillo de Arena (B, 1993) me entró por los ojos.


A mis doce años, mi relación con la obra de Jan (Toral de los Vados, 1939) no era quizá de fanatismo tan incondicional como ahora, pero empezaba a serlo. Además de la obligada devoción a los clásicos de la era Bruguera (1981–86), la arquitectura del Hotel Pánico (1991) ya estaba instalada en mi cerebro para toda la vida. Artísticamente, ya le había copiado muchas cosas (sus bocadillos, por ejemplo: aún me entusiasman), pero no estaba al corriente de toda su bibliografía: lo último que me había llegado, vía revistas, era un episodio suelto de El tesoro del ciuacoatl (1992).  En general, Superlópez me interesaba, me gustaba... pero aún no me pasmaba. 

Quizá El castillo de arena fue el largo que me convirtió. De entrada, porque parecía hecho para mí: ¿un tebeo de darse tortas con insectos gigantes, dibujados con ese gracejo y meticulosidad del Jan de los 90? Tome mi semanada, señor kiosquero. Pero más que la historia o el dibujo, en este tebeo destaca la dirección. En cine, diríamos que El castillo es un álbum de autor. La sinopsis "una aventura con mensaje anti-nucleares y matones artrópodos radioactivos", aunque veraz, no le hace justicia; Hergé o Franquin podrían ejecutar tal premisa, pero ninguno lo haría con el tempo o el lirismo de Jan. No seré el primero en escribir sobre este álbum en concreto, pero tampoco voy a leer lo que han escrito mis predecesores: si creo tener argumentos ya mismo, no necesito contrastarlos.

Resumo la trama: el ataque en Barcelona de un escorpión gigante, escapado del laboratorio del profesor Escariano Avieso, lleva a Superlópez a investigar una instalación de almacenaje de desechos radiactivos en Djebana, norte de África. Pronto descubrimos que, tras una serie de incidentes inexplicables, las autoridades han perdido control sobre la instalación sita en la remota Rud Báalak. Superlópez se adentra en el desierto, plagado de fauna mutante, para descubrir al misterioso ente en el epicentro de la infección antes de que esta se expanda por todo el planeta.

Hay muchos componentes familiares en esta historia, comunes a otros tantos álbumes de Superlópez: la aventura en un paisaje exótico, la conciencia ecologista, la sátira al poder (en la figura del emir de Djebana, Si Bey, politicastro más preocupado por sus cofres que por dilemas morales)... El mismo estado de Djebana ("excolonia claustrobúlgara") recuerda a Tontecarlo, otro país inventado pero creíble de la geografía lopezesca (véase En el país de los juegos, 1988). Todos esos ingredientes están ahí, mezclados con la maestría habitual del Jan de circa-1990. Podría incluso criticarse que el nudo es un tanto formulaico: los obstáculos, en forma de bichos gigantes, son casi siempre superados con más fuerza que maña. (También el enemigo final, hasta cierto punto.) Quien quiera ver El castillo como una mera sucesión de peleas poco emocionantes, puede verlo. Se equivoca, pero puede. 

Página 1. Cinco viñetas mudas.
Son las decisiones estilísticas de Jan las que separan El castillo de las aventuras más clásicas y lo acercan a ese tono mágico-poético con el que tonteaba ya en El asombro del robot (1989). De entrada: El Castillo es el primer largo de Superlópez con páginas de tres filas de viñetas: espacio sobrado para el paisajismo, para que el dibujo respire. Esto es obvio ya en la primera página, que por cierto, no contiene apenas texto. (¿Cuántas veces pasa esto en Superlópez? ¿En B/Bruguera?). De hecho, ni siquiera es el principio de la historia; un flashback se encarga de explicarnos qué hace nuestro héroe corriendo por el desierto. Corriendo. No volando. Otra decisión importantísima, ya en la página 1, que dicta el ritmo de todo el álbum.

Y es que, aunque la historia es particularmente rica en mamporros, está lejísimos de ser frenética. Estamos ante un cómic pausado, dilatado como el desierto. Aventura y tortas a mansalva, sí, pero que la adrenalina no nos impida ver las dunas. Me recuerda a otro álbum que más tarde aprendí a amar, Los cerditos de Camprodón (1990), el grueso del cual es una trepidante persecución por carretera y, sin embargo, cada viñeta da ganas de acurrucarse a dormir en un arcén o la plaza de un pueblo. El desierto de Djebana es igual: irónicamente, transmite paz. ¡Qué guía extraordinario es Superlópez, qué pedazo de anfitrión es Jan, que te lleva a un erial lleno de monstruos invertebrados y te apetece quedarte!

Postales de Kbar, capital de Djebana.
Aquí es clave, por supuesto, la calidad artística de Jan, el mejor dibujante de B/Bruguera, sin excepciones. A diferencia del de Vázquez, el desierto de Jan no es nunca una excusa para trabajar menos. Es un paisaje vasto, pero nunca vacío; colorido, lleno de rincones deliciosos: palacios, bazares, oasis, ruinas... Todo listo para entrar a vivir. A fe mía que yo lo he hecho. Yo he vivido semanas en viñetas de Jan.

Detalles de la arquitectura djebanesa.
Ayuda también la exquisita aura de misterio que rodea a Rud Báalak. Lo que el almacén de desechos radiactivos fue alguna vez (una nave industrial llena de ingenieros y maquinaria pesada, toda cemento y acero) lo vemos solo en unos pocos flashbacks. Pronto, los fenómenos sobrenaturales se multiplicaban; el personal desaparecía. Ya el emir Si Bey nos avisa que, después de que el ente despertase, no tienen ni fotos de satélite del lugar: "No sabemos qué hay allí". El ente, quizá un mero bichito en origen, el radiófago original, creció y desarrolló poderes telekinéticos que le permitieron transformar la estructura a su antojo; su poder hoy abasta kilómetros y kilómetros desde el epicentro que es Rud Báalak. Erige murallas concéntricas y manipula a otros invertebrados, sus "robots". Estos van a buscar desechos radiactivos cada vez más lejos para alimentar a su amo, conquistando oasis y asentamientos. Sus cerebros son "sólo arena". Esta última constatación, tan inocua y siniestra a la vez, es una perla del Jan guionista.

Primera aparición de la hormiga turras. My people.

Pero no todos los bichos son tan maleables. Cierta hormiga, por ejemplo, una vez crece lo bastante para sostener un libro, aprende a leer. Cuando Superlópez la conoce, en un poblado bereber, la meticulosa obrera atesora libros y snacks radioactivos, y salpica su discurso con versos de Cernuda o Guillén. Pronto se convierte en compañera de caminatas de Súper, y en uno de los secundarios más memorables de Jan. Reaparece incluso en álbumes posteriores ("La trilogía de Lady Araña", 1999-2000), siempre anónima. A ver, es una simpática hormiga gigante vestida de monje y que pega unas chapas tremendas. Con semejante perfil, quién necesita nombre. Para distinguirla de qué.


Todo el misterio en torno a la corrupción en el centro del desierto se resuelve en un tercer acto brillante. La revelación del castillo de arena titular está a la altura del lento crescendo. Cemento y acero han sucumbido a la arena, en polvo o cristalizada. Su arquitectura desconcertante responde a los sueños perversos de un insecto mutante desaforado. Hay sublimes vistazos a los procesos mentales de este ente, como el hecho de que el patrón geométrico de un azulejo inspirase, aparentemente, el plan general de su fortaleza. Por otro lado, el ente no habla, no se comunica: sigue siendo un insecto. Sus motivaciones, simplísimas. Su voracidad, infinita.

Quizá eso le haga contrastar aún más con el otro bando, el de un Superlópez expeditivo pero también maduro, concienciado, listo, y el de una hormiga rica en sabiduría pero pobre en amigos, una víctima más de la polución nuclear. La humanidad de ambos, sus sinos, hace de esta una historia extrañamente contemplativa. El desierto como símbolo de la soledad de los héroes. 

Estábamos poco acostumbrados a que un álbum Olé nos hiciera pensar tanto. Temo que es por eso que esta época de Superlópez se compara negativamente a la de Los cabecicubos o La caja de Pandora. Álbumes excelentísimos, sí, pero no tan alejados de lo que habíamos aprendido a esperar de su editorial. Esperábamos humor y batacazos, siempre. Arte, a veces. Muy de vez en cuando, enseñanzas y valores. No esperábamos, en ningún caso, poesía. 

Jan nos lo dio todo. Qué privilegio, crecer leyéndole.

lunes, 31 de marzo de 2025

Bellido - Punki Chungui

La magia de los tebeos viejos es que están llenos de misterios. En sus páginas encuentras nombres célebres, muchos olvidados, algunos reivindicados (casi cualquier rellenador de Bruguera, por modesto que sea, hoy tiene su elegía en algún libro de Antoni Guiral), y otros para los que, tanto en tu colección como en Internet, hay poquísimo contexto. 

Por ejemplo: esta es la única página que poseo de este personaje y de este autor. 

El scan es mío, de hace años, pero desgraciadamente no recuerdo la revista. Tampoco serviría de mucho: por lo general, los autores relleno de la época de B reciben menos atención arqueológica que los de Bruguera. La firma críptica (¿"W.H."?) no me ayudó en su día a encontrar información sobre el autor. Al cual, además, no parecía prioritario dedicar un artículo basado en sólo diez viñetas. 

Sin embargo, hace poco hallé las respuestas, resumidas también en una sola página: En un hilo de El foro de la T.I.A. de 2008 un usuario rememoraba esta serie y, unas cuantas réplicas poco halagadoras más abajo, el mismo autor respondía como podía a las críticas. 

Portada de Bellido para un retapado de La Judía Verde, editorial Iru, 1991.
Revista Pulgarcito, 9a época (B, 1987). Portada de Jan.

Ahí se resolvió el misterio: "W.H." es en realidad Francisco "Siscu" Alarcón Bellido (Barcelona, 1966), hijo del barrio de Sants y alumno de la Llotja. Su huella en el tebeo infantil es escasa, pero no así en el cómic adulto y erótico, donde ha pasado por tropecientas cabeceras (El Papus, Hara Kiri, Kaña, Manga Cómics, Penthouse Comix...). Sabiendo su nombre completo, es fácil dar con una entrevista que Tebeosfera le hizo en 2012 en la que Bellido deja caer nombres a base de bien (Miguel Francisco, Pasqual Ferry). Por lo que ahí se explica, en 1987 Bellido era aprendiz en Intermagen, una editorial subcontratada por B, y hacía labores de maquetación para la revista Pulgarcito (en su novena época). Pero Bellido, además de maquetar, quería dibujar. Tras mucho insistir, su mentor, Josep Maria Beà, consideró que ya estaba listo para colar alguna historieta. Y de ahí surge Punki Chungui. (Estoy seguro de que la revista donde yo lo encontré no era un Pulgarcito, pero B republicaba material a menudo.)

Debo reconocer una cosa, yo que siempre rajo del color mecánico: en esa página de Punki Chungui, está muy bien puesto. Quizá es cosa del mismo Bellido, desde redacción, mimando ese aspecto de su debut. En cuanto a otros aspectos, como dibujo y guion... A ver, yo muchas cosas positivas no diría. Reiterando que juzgar a partir de sólo diez viñetas está feo, me parece una página inmadura. En todo. Hasta en el nombre. Y quizá por eso podría ahorrarme el artículo, pese a tener ahora algo de información. Pero la forma en que apareció esa información, con el propio autor defendiéndose en un foro (y junto a Miguel Francisco, que también pone los puntos sobre las íes), me hizo pensar que algo sí se podría decir.

El quid de la cuestión es que para publicar en una revista, más que buen dibujo, buen guion o buenos contactos, se valora la profesionalidad. Lo cual significa, básicamente, "buena regularidad". O como leí una vez a no sé quién, no que cuando des el 100% moles mucho, sino que tu 60% ya baste, porque el ritmo de entregas no te permitirá mucho más. 

Pero esta virtud de la profesionalidad sólo se entrena siendo profesional. Y eso implica que, de vez en cuando, una revista ha de publicar a gente que aún está verde. Mis primeras tiras de Edgar trabaja en El Jueves en 2008 me dan bastante vergüenza, y si yo lo veo, estoy seguro de que mi director de entonces, Albert Monteys, también lo veía. Pero debió de intuir que obligándome a publicar una tira cada semana yo acabaría encontrando mi 60%, el nivel en el que doy buen resultado sin exprimirme. Apostó por mí, como Beà apostó por Bellido. ¿Acertaron? Bueno, yo a lo tonto llevo casi dieciocho años en El Jueves, y Bellido ha pasado por más revistas que La Maña. Así que igual sí. Y parte de la función de una revista de cómics es crear dibujantes de cómics. Así que hay que hacer apuestas, y hay que publicar páginas inmaduras. Ha de haber Punki Chunguis. 

Una de las primeras tiras de Edgar Trabaja en El Jueves: El Jueves, 2008. Mea culpa.

Y alguien dirá: "Hombre, hay revistas en las que no te hacen la formación. En el New Yorker, has de ir enseñado." Y yo diré: Bueno, sí. Pero qué rollo, ¿no?