En mi último post, dedicado a un nombre tan inolvidable como el de Werzog Wong Olafsson, me permití una digresión sobre la serie Los casos del inspector O'Jal, de Vázquez, autor bastante más conocido al que, sin embargo, nunca que yo recuerde había dedicado antes un párrafo entero. Ha asomado por este blog más de una vez, pero nunca en artículos largos. Y ya es raro, porque entre inspectores y agentes secretos, bebés y abuelitas, Gildas y Cebolletas, raro es el tebeo en mi baúl que no contenga un memento de Vázquez, ni que sea en el ático de 13, Rúe del Percebe.
Lo cual me lleva a preguntarme: ¿Fue Vázquez un autor de relleno?
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Hay argumentos a favor. Si definimos "autor de relleno" como aquel que está en la revista a la sombra del personaje titular, entonces sí, porque Manuel Vázquez Gallego (Madrid, 1930 - Barcelona, 1995), con todos sus años en Bruguera, con toda su popularidad y con toda su influencia catedralicia en los apartados gráfico y humorístico, no tuvo nunca una cabecera propia. De hecho, antes de Ibáñez en 1970, nadie la había tenido. Y después de él, que yo sepa, sólo Escobar (1972) y Jan (1985). Muchos más autores merecerían este honor, pero la omisión de Vázquez es particularmente flagrante, porque era ya en los sesenta una estrella de su editorial, el más moderno de la primera generación Bruguera, seguramente el portaestandarte de la segunda, apenas seis años mayor que Ibáñez (quien reiteró su admiración por Vázquez muchas veces)... e Ibáñez le pasó por delante. Desde el primer número de Mortadelo, Vázquez desapareció de las portadas para siempre, limitándose su reino a las páginas interiores. Bicolores, para más inri.
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Una de Anacleto en un Mortadelo de 1970. Mucho que admirar. |
Por otro lado, hay a quien puede parecerle un agravio colgarle a Vázquez el sambenito de rellenador. Primero, según lo expuesto en el anterior párrafo, todos los historietistas antes de 1970 serían relleno. Las revistas Bruguera previas a Mortadelo no hacían hincapié en las individualidades de los autores. Sus títulos —Pulgarcito, Din Dan, DDT— prometían regularidad, no genialidad; contenido, no arte. Posiblemente la editorial ni siquiera esperaba que el público infantil reconociese firmas; su uso y abuso de ectógrafos así lo respalda. Afirmar que Vázquez era entonces autor de relleno es afirmar que también lo eran Conti o Cifré. Que sí, que vivían en la sombra. Pero no era la sombra de otro autor más reconocido: era la sombra del cuarto de las escobas donde Bruguera les tenía haciendo monigotes. En aquella época, la oscuridad venía con el oficio.
Y en segundo lugar, a Vázquez no le falta reconocimiento. Menos, incluso, que a Conti o Cifré. O Jan. Ha sido objeto de exposiciones, monografías, biografías y hasta un biopic (El Gran Vázquez, de Óscar Aibar, 2015). Su maestría es evidente en cualquier tebeo de los sesenta y setenta, en cuyas páginas acartonadas y mal impresas la historieta de Vázquez es siempre un bofetón de dinamismo y claridad. Su rol de pionero es indiscutido; el aplauso a su obra, unánime. Lectores, autores, todos le admiraban. Los editores son, quizá, los que menos fe le tenían.
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¿Es Vázquez el moroso del ático de 13, Rúe del Percebe? Yo digo sí. Ibáñez decía que no. ¿A quién vais a creer? |
Aquí toca mencionar el elefante en la habitación, que decimos a orillas del Mississippi: Vázquez hizo poco en vida para ganarse la fe de nadie. Su modus vivendi, basado en el sablazo, la morosidad y la jeta de pórtland, no es una mera anécdota; es parte de la historia del cómic, como el judaísmo de Jack Kirby o la noción de consentimiento de Neil Gaiman. Esto quizá no afecte al estatus del artista en el sistema de castas tebeístico, pero sí afecta, por ejemplo, a las ganas que tenga yo de hablar de él en mi blog de cosas que me hacen feliz. Cada uno tiene su propio umbral de dónde acaba la picaresca y empieza la vileza, pero yo, personalmente, creo que abandonar a tu mujer y tres hijos y casarte con otra no es tanto de pillastre indomable como de mala persona. No peor persona que, por ejemplo, votar a la derecha, pero tampoco mucho mejor. Tl;dr: es bastante posible que el carácter vazquiano, que le inmortalizó como personaje, a su vez socavase su carrera como artista.
Lo cual es un temarraco, si te lo paras a pensar. Dos tipos de inmortalidad platónica: tu obra o tu vida. O cultivas tu obra, al precio de cansarte mucho y destacar poco (véanse casi todos los autores en este blog), o dedicas tu vida a encarnar un personaje que te valdrá fans, pero también enemigos. Es un dilema ontológico de la hostia, que diría Sócrates.
Otro elefante en la habitación, a raíz de lo del biopic, es que Santiago Segura es bastante mal actor, ¿no? Ya, ya sé: ha hecho tres millones de pelis y todas son éxitos de taquilla, pero eso dice menos de él que del listón del cine español, creo yo. No sé. Yo veo a Álex Angulo en la misma peli y pienso: "Este actúa bien." Y Segura, no. En fin. Opiniones mías. Podría ser el título de este blog.
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En los tebeos que ya compraba yo (época B, últimos 80) había muy poco material de Vázquez. Recuerdo tiras de Ángel Siseñor (siempre en la página dos del Mortadelo súper o sin plomo de la época) y alguna de Los cuentos de Tío Vázquez. Las primeras eran reimpresiones. Las segundas, no; eran nuevas. Y se notaba. No era la etapa clásica del personaje, sino una posterior, más punk, con un trazo y una autocaricatura aún más desmadejada, reflejo de la edad del autor y su pachorrismo desatado.
A mi yo de nueve o diez años, este "tío Vázquez", personaje y artista a la vez, gordo y calvo, jetudo y a la vez increíblemente cruel consigo mismo (una actitud que ahora asocio a cómicos problemáticos como Louis C.K.), no me parecía un autor en la misma categoría que Cera o Ramis. Eran especies distintas. No mejores ni peores. Cera y Ramis no tenían el ego de sacarse en sus historietas cada semana; eran más jóvenes y más humildes, aplicados meritorios que parecían estar ahí, en la retaguardia de la revista, esperando su oportunidad de saltar a las primeras páginas. Vázquez, no. A él ya no le interesaban las primeras páginas. Ese tren ya había pasado, y lo sabía. Me parecía (perdón por la dureza) un has-been: un veterano tan veterano que ya no necesitaba ideas más allá de su propio día a día, ni el esmero de Ibáñez para ejecutarlas. Y sin embargo, recuerdo perfectamente copiarle los dibujos. Qué envidia, ser tan bueno y hacer que parezca tan fácil.
Creo que Vázquez pertenece a un nicho aparte en el ecosistema historietil, uno del que él es el único espécimen conocido: la estrella que se convirtió en rellenador. No tuvo nunca cabecera propia, aunque por talento y creatividad hoy muchos le colocan por encima de Ibáñez y Escobar. Nunca fue olvidado (su reputación se encargó de ello), pero en su breve vejez él también dependió del magro sueldo de las revistas de tebeos, relegado a la mera subsistencia profesional como tantos otros autores mucho más oscuros. Hasta qué punto Vázquez se labró ese destino es otro tema. Parte de la raison d'être de este blog es que yo me siento autor de relleno, sufro (y gozo) de ese mismo anonimato, pariendo páginas semana a semana que quizá un día alguien encontrará en un desván y le harán decir: "Anda, pues este tenía gracia...". En todos estos autores descubro facetas de quien fui, soy, o quiero ser. Y de Vázquez hay mucho que aprender.