domingo, 26 de mayo de 2024

Elegía del ectógrafo

Entro a saco: el personaje que menos me gusta de F. Ibáñez es El Botones Sacarino. Desde pequeño. Y nunca he sabido muy bien por qué. No creo que fuera el humor formulaico porque, seamos sinceros, no es que el resto de la obra de Ibáñez fuera innovación constante, y la peligrosamente obvia inspiración en el Gaston Lagaffe de Franquin no es algo que a mi yo de ocho años le quitase el sueño. 

Un Olé de 1985.
De los míos.
Sin embargo, muy aburrido tenía que estar yo para no pasar de largo las páginas de Sacarino que solían concluir la mayoría de álbumes Olé de Mortadelo en los 80. "Mortadelo y Filemón con el Botones Sacarino" es la cabecera más frecuente en mi (lo admito) fragmentaria colección. Sacarino era el relleno de los álbumes Olé. Quizá por eso lo menospreciaba.

Pero hace un año se me ocurrió otra posible razón: no estoy seguro de tener ni una página de Sacarino dibujada por Ibáñez.

Revista Sacarino, 1975.

No estoy diciendo que no existan, ojo. Sacarino fue creado para la revista DDT en 1963 (aunque la estructura tradicional de sus historias, con un "presi" que recibe los golpes y un "dire" que recibe golpes y castigos del presi, nace en el 66); en el 75 tuvo incluso revista propia, que duró seis meses, según Tebeosfera. No cuestiono que Ibáñez hizo al menos las portadas; el estilo es inconfundible. Pero ese estilo está a años luz de las páginas que cierran mis Olés viejos de los 80 en adelante. Como muestra, tres botones. (Sacarinos. Ja, ja. Ah, musas del humor, dejadme vivir.)

Pido disculpas por la calidad pésima de estas fotos. Desde que me embarqué en este blog en 2013 ha habido algún que otro cambio en mi vida; por ejemplo, que me cambié de país y me dejé el escáner encima del piano. También notaréis que, fotos aparte, las historietas son una puta mierda. Eso no es culpa mía. Las tres acreditan a guionistas (José María Casanovas, Jaume Ribera, Jesús de Cos) y ninguna divulga al dibujante. Lo que me lleva al tema del que quería hablar hoy: los ectógrafos.

*

A ver, lección de tebeología 101: hay toneladas de material de personajes de Ibáñez que no es de Ibáñez. Lo escribieron y dibujaron ectógrafos (= negros, en castellano problemático). Tebeólogos más rigurosos que yo, que son todos, los han enumerado, historiado y hasta entrevistado. Old news. Sigan andando, nada que ver.

Pero una cosa es saber esto, y otra muy distinta es repasar tu propia pila de los tebeos y descubrir cuánto de lo que consumiste de crío era gato por liebre. La última vez que yo pasé por Villa Cantero me dio por contar las páginas de Ibáñez en un Super Humor enteramente de personajes de Ibáñez (B, primera época, n.º 37). Conté seis. Seis. Un Super Humor son 320 páginas.

Osete, ectógrafo prolífico.

Por supuesto que esta no es la peor mentira que nos han colado a la generación de la Transición. Véase la Transición, sin ir más lejos. Además, cuando eras pequeño esta información no te importaba mucho; ni siquiera tenías claro el concepto de autoría; tú querías tebeos y punto. No obstante, la existencia de los ectógrafos ya empañaba a veces la lectura: yo recuerdo perfectamente, siendo muy niño, quejarme a mi madre de que una historieta de Mortadelo "estaba mal". No sabía expresarlo de otro modo. Ahora sé que lo que pasaba es que era de Osete. Imagino que es como se siente un niño que pide el DVD de Cars y recibe el mockbuster brasileño Os Carrinhos. Con la diferencia de que aquí no podías culpar a tu abuela por ser una cutre que compra los DVD en el bazar chino, porque en el caso de los tebeos, el falso y el genuino estaban uno al lado del otro en el kiosco, publicados bajo el mismo sello. Bruguera era su propio Vídeo Brinquedo.

Mi experiencia con los mortadelos apócrifos durante mi infancia, pues, se resume en que eran mayormente invisibles, y si yo conseguía verlos, malo.

Pero ya no soy un niño, como se empeñan en recordarme mi alopecia y el segurata del chiquipark. Ahora sé apreciar a los artistas que trabajan en la sombra. Conste que en general, ahora mismo, creo que no les falta aprecio entre la intebeolligentsia: casi todo lo que he leído sobre ellos es amable, agradecido, y francamente más piadoso de lo que escribiría yo. No obstante, en mis incursiones en mi baúl de los tebeos sí ha habido al menos tres hallazgos que me han hecho pensar que los ectógrafos merecían, al menos, un post, un hey, un hasta luego y gracias por el pescado.

 

1. Las criaturas de cera vivientes (1982)

Ramón María Casanyes (n. Barcelona, 1954) no es sólo uno de los ectógrafos más reconocibles y productivos de mi colección; también es un pionero en la reivindicación de su oficio. En 2010 escribió y publicó un documento de dieciocho páginas resumiendo su trabajo a la sombra de F. Ibáñez, al que nunca conoció, desde que entrara en 1975 en el Bruguera-Equip, la fábrica de los mortadelos apócrifos. Si no lo habéis leído, es lectura obligada. Un texto amargo, descarnado a veces, pero no carente de ilusión. La experiencia de un soñador atrapado en la rueda del capitalismo.
 
Este contraste, a posteriori, es obvio en las mismas páginas de Casanyes. Él mismo afirmaba que Bruguera pretendía formar un equipo de "autómatas", generadores de páginas para alimentar a la imprenta insaciable. Pero evidentemente los artistas detrás de esas páginas no eran robots. Por mucho que les fastidiara a sus jefes, Casanyes tenía personalidad, talento y (sobre todo de joven, como suele pasar) ganas de lucir. Y cuando Ibáñez ya se había encadenado a los planos fáciles y la escenografía escasa, Casanyes, por ejemplo, hacía esto:
 

 
La historia se titula Noche terrorífica, y es de 1977. Este esmero en la ambientación de las últimas viñetas, reconozcámoslo, no es algo que en Mortadelo se diera por sentado, Ibáñez o no. Pero en las cuatro páginas de esta historieta, Casanyes se regala. Los referentes ibañecescos no dejan de ser obvios; el coche elegido, por ejemplo, parece sacado del que Ibáñez dibujó en El Sulfato Atómico (álbum del que, según Casanyes, había originales en la redacción de Bruguera de los que los ectógrafos tenían prohibido copiar, por ser el estilo demasiado elaborado); del murciélago y el castillo también encontraríamos antecedentes. Pero el entintado prolijo, el plano con profundidad y el currazo evidente es todo Casanyes: un dibujante ambicioso de 23 años al que el encargo de hacer mortadelos apócrifos no le resta entusiasmo. Esto un autómata no te lo hace.
 
Otro ejemplo de Casanyes copiando de la pila
de los mortadelos buenos: véanse los detalles de
la ropa, y cameo del toro de Valor y al ídem.

Repasando mi colección me doy cuenta de que he leído muchísimo Casanyes. Y aunque con ojos adultos la diferencia con Ibáñez es evidente, de niño debía de ser el autor apócrifo que me molestaba menos. Sí, Ibáñez es mejor guionista y humorista, pero Casanyes no tiene miedo a probar cosas nuevas. Ibáñez se encasilla enseguida en patrones que le funcionan: puede hacer ¡A la caza del cuadro! treinta veces (sustituyendo cuadros por calcetines, llaves, diamantes de la gran duquesa) y confiar en que los gags los harán bastante distintos. Casanyes se obliga a hacer historias distintas desde el planteamiento.

Primera página de Las criaturas
de cera vivientes
.
Me sorprende que su famoso texto no mencione, por ejemplo, su primer largo de 44 páginas, Las criaturas de cera vivientes (1982). Aunque en gran medida parece Casanyes haciendo su propia versión de Los Monstruos (1973), la historia tiene méritos propios: más continuidad entre episodios, cliffhangers, y un villano con bastante carisma. Yo poseo un solo episodio en una revista vieja, el del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, que se desarrolla en un sanatorio donde el Súper ha sido ingresado, y lo recuerdo quizá como el único largo de Mortadelo que realmente me despertó curiosidad por encontrar las entregas anteriores y posteriores.

No he podido comprobarlo, pero puede que cronológicamente sea el primer largo de Mortadelo sin intervención de Ibáñez.Casanyes también abrió una puerta ahí. No tardarían en entrar otros.


2. La amenaza (1983)

Si Ibáñez hubiera escrito/dibujado/participado remotamente en este álbum, estoy seguro de que figuraría en las altitudes de muchos ránkings. Seguramente con otro título, además; Ibáñez lo habría llamado "Mogollón en la redacción". Pero como su autor no es Ibáñez, sino un ectógrafo llamado Jordi David Redó (Barcelona, 1950), pues aquí nunca se habla del mayor crossover del Ibañezverso. 

La historia empieza discretamente: como una historieta de Sacarino de relleno. Tu primera impresión es que has dado con el peor álbum Olé jamás editado: un "Mortadelo + Sacarino" en que el Sacarino empieza ya en la página 1. Pero en la página 3, la cosa empieza a ponerse interesante.
 

A partir de este punto, Mortadelo y Filemón se unen a la aventura, apareciendo muy esporádicamente para acabar de rubricar las catástrofes provocadas por Sacarino y su BFF de travesuras. Al BFF, por cierto, quizá le conoceréis también.
 
 
En serio no entiendo cómo a nadie más que a Redó se le ocurrió emparejar a Sacarino con Tete Cohete. En un país del primer mundo habría yaoi de estos dos. Tete y Sacarino explorando sus cuerpos.

En fin. La historia es episódica, pero con cierta continuidad. A medio camino también se unen por ahí el enésimo par de catástrofes calvas de la ganadería Ibáñez:
 
 
Y por supuesto termina con devastación absoluta y nueve personajes titulares en la misma viñeta. Hasta diez, si cuenta el tributo a 13, Rue del Percebe.
 
 
¿Es una buena historia? Mmmno. Ni en dibujo ni en gags gana al Ibáñez más fatigado. Pero representa una ejecución bastante digna de una idea muy buena que Ibáñez tuvo sesenta años para desarrollar, y nunca lo hizo. Hizo falta un outsider para verlo. El outsider fue Redó. Autor de la historia de Sacarino más innovadora hasta que salió esta otra: 


3. El escarabajo de oro (1985)

Este largo me salió en un Super Humor (B, 1a, núm. 52) y todavía me dura el asombro. O sea, ¿un largo de Sacarino, bastante bien dibujado, y que incluye localización exótica, continuidad y un secundario femenino? ¡¿Con  tintes de romance?! ¿Qué está pasando? ¡¿Acaso un quiropráctico le ha tocao un nervio a Ibáñez y le ha curado el cinismo?!


 
Años después de leerlo, resolví el misterio: El escarabajo de oro lo escribió y dibujó enteramente Lourdes Martín (Barcelona, 1958), y la razón tras este nuevo rumbo del personaje de Sacarino (podríamos decir la segunda fase de su spirouización, imitando al botones de Franquin no ya en aspecto sino en tipo de historias) es que se trataba de un encargo de una editorial alemana. Martín, que había sido ectógrafa al cuadrado, es decir, ectógrafa de ectógrafo, trabajando de ayudante de Casanyes (y que es también, creo, la primera mujer de la que hablo aquí en trece años; denme mi medalla de aliado feminista) hizo el álbum para Alemania y más tarde lo vendió también a B en España, razón por la que aparece en mi Super Humor. 

No fue el último intento de reciclar a Sacarino en un personaje algo más tintinesco: el mismo Super Humor contiene un segundo largo de Sacarino (sí, ya es mala suerte), esta vez con guion y dibujo de Miguel Fernández (Barcelona, 1963; no es el Miguel que dibujaba al personaje Fernández). La historia se titula El retorno de titi (1985), e incluye viaje en barco, isla desierta, y un simpático alienígena inspirado clarísimamente en otra franquicia más popular. Una mascota a medida para el Spirou barcelonés, vaya. 
 
Sí, Sacarino, es clavado a E.T.
La película ochentera que me viene
a la cabeza cuando veo este bicho
es sin duda E.T. Andaquetacuestes.

 
El caso es que Sacarino y Titi (es como se llama el mogwai este) viven unas cuantas aventuras muy poco memorables, hasta el final del álbum en que ambos se despiden y se produce, creo, la única instancia de personaje de Ibáñez derramando lágrimas no irónicas. Ojo, que estamos yendo where no calvo had gone before.
 

Una vez más: ¿me parecen buenos álbumes? No. ¿Me parecen muy loables intentos de renovar personajes que ya huelen? Absolutamente. 
 
Y por cierto, siempre ha estado en el aire la cuestión de hasta qué punto Ibáñez era consciente de la existencia y la obra de ectógrafos hasta el cierre de Bruguera (1985). Sólo quiero mencionar que las portadas alemanas de Las criaturas de cera vivientes y El escarabajo de oro parece haberlas hecho él. Y la primera incluso contiene un personaje diseñado por Casanyes.


*

Para muchos de nosotros Ibáñez fue nuestra gateway drug al cómic. Pero no sé cuánto habríamos tardado en pasar a mandanga más fuerte si el Ibáñez que consumíamos no viniera cortado con tanto material subpar. Todos empezamos con Mortadelo, pero también fue el primero al que renunciamos. Astérix, Tintín, Superlópez... son más reivindicables cuando eres mayor. En cambio, cuando conozco a un adulto que me asegura seguir leyendo a Mortadelo con pasión, pienso si no debería acompañarle a casa y hacerle la compra. 
 
Ese desprestigio de Mortadelo es enteramente culpa de la superproducción de su autor, impuesta o autoimpuesta, que diluye el impacto de sus obras más memorables. Bruguera y B contratando a ectógrafos no hicieron más que ampliar aún más ese acervo, aguar más el vino, cortar más la merca. 
 
Pero a mí no me interesan las decisiones editoriales estúpidas, valga la redundacia, sino los artistas que las sufren: los ectógrafos en sí. Y aprecio sinceramente que dentro de las enormes restricciones creativas que se les imponían fueran capaces de explorar territorio nuevo. Que obligados a vivir en la sombra, aún tuvieran ganas de brillar un poquito. Ese es el espíritu del autor de relleno.
 
Viñetas de El crecepelo
infalible,
de Miguel Fernández (1985).
Casanyes ahí sentó un poco de cátedra: todos los largos del Bruguera-Equip después de Las criaturas son malos, pero no tiran de fórmula, y eso es algo. A la caza del Chotta (1985) es olvidable, pero le reconozco que se adhiera a la ambientación de alta montaña. El crecepelo infalible (id.), de Miguel Fernández, es una historia de 44 páginas no episódica (tipo El sulfato atómico) y que a veces hasta da la sensación de parecerse al género de espías que M&F supuestamente parodian. Es una época (la del cambio Bruguera-B) muy vilipendiada, y con razón. Es una mierda. Pero como público objetivo, como niño al que le tocó leer esa mierda, debo decir: al menos vi la diferencia. Vi artistas intentando hacer algo un poquito nuevo.
 
E irónicamente, gracias a que el botones Sacarino fuera el personaje menos popular, aquel del que Ibáñez quería saber menos, es con el que los ectógrafos se sintieron libres de experimentar más, y del que en esa época salieron cosas más interesantes. 
 
¿Exitosas? No. ¿Interesantes? Sí. Decidid vosotros qué cualidad os parece más importante. Yo lo tengo claro.

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