miércoles, 31 de julio de 2024

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Mortadelo, 1978.

¿No estáis en París 2024? Porque no comisteis bastantes tabletas de chocolate A BOCAOS.

domingo, 28 de julio de 2024

Rovira - Cinco amiguetes (o "La nostalgia os sienta tan bien")

 

Una cosa que me sorprende de mi colección de tebeos infantiles es que salen muy pocos niños. Bruguera no creó un monopolio de cómic infantil/juvenil; lo creó de cómic. Pero cuando estableció ese imperio (cuarentas y cincuentas), todo el cómic en España se consideraba infantil. La censura no hubiera tolerado una escena andergráun donde florecieran los Crumb patrios, incuestionablemente adultos. 

El resultado: un róster amplísimo de personajes de humor, pero que no parecen hechos para atraer a los niños. Vaya, en pocos países los niños crecen leyendo peripecias de señores calvos con gafas. Tintín, Spirou o Spider-man parecen creados para gustar a la quitxalla, pero en España, los niños se agarran al único cómic que existe, el que Bruguera ofrece, fraguado en la posguerra y obligado a ser a la vez divertido y (por mor de los artistas) descarnado retrato social. Aventuras de muertos de hambre, de hermanas solteronas, de sirvientas pánfilas... Joder, que un tío se presentó en Bruguera diciendo "mi nuevo personaje: es un decorador", y alguien respondió "esto a los niños les encantará". ¿Os parece normal?

Zipi y Zape, de Escobar.
Les detesto.

Dicho esto a modo de prólogo jeremíaco, había personajes infantiles, sí. Los principales, cómo no, Zipi y Zape. Sólo que a mí, sus aventuras de colegiales con corbata, con sus gags de calabazas y sacudecolchones, siempre me olieron a antigualla. Son niños del mismo modo que lo es Benjamin Button. Desde sus páginas, los siglos nos contemplan. Me viene a la cabeza una historieta de Z&Z en que salía un farolero: el señor que encendía las farolas de la ciudad una a una porque aún eran de gas. Venga, hombre. Dame a leer el Mío Cid, ya puestos.

¿Qué otros personajes realmente infantiles recuerdo? Pues Roquita, de Gosset; Aníbal, de Rojas; Montse, la amiga de los animales, de Enrich... Y luego, una serie de la que guardo tan poca memoria que es sobre la que he decidido escribir hoy: Cinco amiguetes.


Segis y Olivio, de Rovira, en 1976.
Etapa vazquesca.
Jaume Rovira i Freixa nace en Sentmenat en 1951 y llega a Bruguera en el 69. Pupilo de Escobar y entintador durante unos meses de Vázquez, es de la quinta de Esegé y March —otro vallesà y compañero de estudios—. Su obra más conocida en Bruguera es la serie Segis y Olivio, de profesión traperos (¡paf!, otro bofetón de posguerra en toda tu cara, niño incauto que venías a leer algo ameno mientras meriendas pan con nocilla). No obstante, caída Bruguera, Rovira es de los pocos que continúan en las revistas revividas por Ediciones B, y sigue allí hasta su final. En los Mortadelos de los 90, la tétrada de grandes rellenadores son Cera, Ramis, Maikel y él. 

Piluca, mismo autor, ca. 1989. Primera viñeta muy deudora de Jan. Basándome sólo en el letrero que se ve a medias, me apostaría una cena a que esa primera viñeta es el pueblo natal del autor.
Rovira es de estos cuatro el menos fecundo, y el de influencia más clásica (o sea, viejo). Pero esto le sienta bien. Hacer menos páginas que Ramis —nota: Ken Follett hace menos páginas que Ramis— le permite prodigarse en el dibujo. Y ahí ganamos todos, porque Rovira dibuja MUY bien. Hay documentación, hay paisajismo, hay minuciosidad, hay ecos de Uderzo. Hay tintes autobiográficos, lo cual siempre es bueno: uno dibuja mejor aquello que ama. Hay finísimos detalles de caracterización: Segis y Olivio conducían un Dos Caballos; Piluca cambia de ropa y peinado en función de las modas. Rovira es de los dibujantes que te encuentras hoy en un tebeo y piensas: "¿Cómo es que este tío no estaba haciendo cómic franco-belga?".

(La respuesta es sencilla: Sentmenat no está en Franco-Bélgica.)

Cinco Amiguetes es una serie creada en 1978, pronto instalada bajo las cabeceras de Zipi y Zape —súper, extra y sin plomo—. La premisa es de una literalidad intachable. Cinco chavales. Son muy amigos. Tienen un perro, que sería el sexto amiguete (plot twist!). Juntos forman una pandilla tan variopinta como permitía la escuela Bruguera o, siendo realistas, cualquier pandilla de amigos en una ciudad mediana de Catalunya en los setenta. La misma heterogeneidad de Verano Azul o Los Goonies. De hecho, para esos lectores de neurona laxa que lloran por la "diversidad forzada" en Star Wars, Cinco amiguetes representa una zona de confort. "¿Qué tal si metemos un gordo?" "Por qué no, siempre dan risa." "¿Y alguien con gafas?" "Buena idea, juguemos la carta intelectual." "¿Y una chica?" "Venga, un día es un día." "¿Y un negro?" "Eh eh eh pero esto qué es, ¿la ONU? ¡Basta de politizarlo todo!"

Doble página preciosa cortesía de Humoristan. (Por "cortesía" quiero decir que la he chorizao. Lo siento.)

La Panda, de Segura.
No es lo mismo.
Mi colección particular, que amén de exigua se encuentra a nueve mil kilómetros de donde estoy escribiendo esto, incluye tan poco material de los 5-A que soy incapaz de sacar siquiera sus nombres (por orden en la imagen de arriba: Juanjo, Nacho, Manolo, Bibi, Tato, y el perro Pirata. Gracias, Wikipedia). Aún hay menos material cuando me doy cuenta de que Cinco amiguetes no es lo mismo que La alegre pandilla, una serie distinta creada por Segura (Roberto Segura, 1927-2008), ni que La Panda, ¡otra serie creada por Segura!

Superman y Clark Kent en la misma habitación: portada de F. Ibáñez de un Súper Humor (1a época, núm. 28, 1979). Salen todos los miembros de Cinco amiguetes (al fondo) y tres de La Panda.

Sí es bastante material para afirmar que Cinco amiguetes es una serie pausada, cosa rara en mis tebeos. Hay pocos gags, y menos memorables, pero el dibujo lo compensa. Las viñetas invitan a sentarse y reflexionar. Yo igual comía demasiado azúcar de niño para advertirlo. Pero lo advierto ahora. (Y aún como muchísimo azúcar.)

Foto de mierda, cortesía mía. Edgar blog bueno.

Ibáñez se arrepintió públicamente alguna vez de crear una serie de tres protagonistas como Chicha, Tato y Clodoveo, cosa que parece obvia siempre que se deshace de Chicha a la que puede (grave error). No creo que Rovira se arrepintiera de sus cinco personajes titulares; diría que lo planteó así para poder elegir cada semana. No tengo ninguna historieta en que salgan los cinco, pero las hay. Y claramente, cuando tocaba sacar a la plantilla entera, Rovira no bajaba el listón del dibujo:

Lo dicho de los ecos uderzianos. Si es que no hay como colorear con amor.

Sin embargo, que poco después el autor crease otra serie, Piluca, que podría ser la misma niña con el mismo perro y sin más guarnición, confirma que no necesitaba a una multitud para hablar de lo que quería hablar: de aventuras, travesuras, largos veranos y amistades inquebrantables.

Y una apostilla: es curioso que March y Rovira estudiasen juntos —lo dice él— porque no podrían ser dibujantes más distintos. March, todo rayas alargadas e histrionismo. Rovira, redondeado y tranquilo como una excursión campestre. Son el efecto bouba/kiki del cómic brugueril.

Contraste: March ca. 1987 vs. Rovira, 1978.
 

El final de la serie es el mismo de todas las series que discutimos por aquí: que B abandonó las revistas de cómics, y Jaume Rovira se pasó a la animación. Hoy estará jubilado. Supongo. No he querido molestarle. No puedo molestarle; no tengo su teléfono; soy un señor que hace un blog con los calzoncillos en la cabeza. No pidáis peras al olmo.

El legado de los Cinco amiguetes es relativo. Menor que el de Segis y Olivio, diría. Lo cual me parece tan predecible como injusto, porque S&O era cuadernismo gris, mientras que 5-A era modernidad y optimismo. Me ha gustado descubrir que tuvieron un álbum Olé, La fiesta de disfraces, del que estoy considerando seriamente pillarme una copia, y en números extra de la revista Zipi y Zape (1972-86) llegaron a tener historietas de hasta catorce páginas. Las cortas solían servir de relleno en Olés de Z&Z. Y poco más.

Y eso es lo que me parece irónico. Porque hoy día, cualquier proyecto narrativo que quiera apelar a nuestro niño interior, a la nostalgia en que nos refugiamos para escapar de la distopía que es el siglo XXI, tira sin rubor del recurso de la pandilla infantil: de las aventuras por vacaciones, bicicletas, acampadas, y pactos de lealtad eterna firmados a los once años.   

Dos productos de nostalgiaxploitation elegidos completamente al azar.

Lo cual parece indicar que si hoy alguien, inspirado por este blog o, más probablemente, por el dinero, resucitase a los Cinco amiguetes para una puesta al día o una adaptación hecha desde el respeto, el cariño y la molaridad, tendría números de convertirse en éxito. La fórmula está más que probada. Niños pasándolo bien. Es lo que funciona.

Es lo que debería haber funcionado en los ochenta, en realidad. Pero estábamos ocupados leyendo señores calvos con gafas. Yo qué sé.

lunes, 1 de julio de 2024

En una humilde cabaña





Páginas de Pulgarcito (7a época, núm. 83, 1982). Quizá "Esmeraldina" no sea la obra más injustamente olvidada de la historia del cómic, pero a mí, repasando este libro el otro día tras encontrarlo en el sótano, me hizo pararme en seco. Creo que fueron las abejitas y mariposas. 

En efecto, es Jan. 1973.

Siempre que me recuerdan cosas como que Mary Shelley escribió Frankenstein con 19 años, o que Mozart compuso su primera ópera a los 4 (valiente mierda debía de ser), yo pienso que Jan hizo Los Alienígenas con 45. Y ni siquiera me parece su obra maestra. No os dejéis achuchar por la sombra de genios precoces. El buen arte pide fuego lento.

lunes, 10 de junio de 2024

Helados que ya no existen (V)


Otro verano, otra sección que se resiste a morir.

Qué tiempos, cuando Barcelona se volcó en la preparación de aquellos juegos olímpicos como sólo un alcalde socialista se vuelca en lamerle la suela de las chanclas a un puto guiri. Derruimos barrios enteros, ondeábamos la bandera olímpica y extinguíamos a lametones iconos de la mascota oficial. Ahora, en cuatro años, la ciudad que hoy me acoge volverá a albergar una olimpiada, y noto que a la gente a mi alrededor no le podría sudar más el rabo. Hay tantas probabilidades de que Los Angeles se ponga guapa para los juegos de 2028 como de que yo saque café y un surtido Cuétara para el que me hace la lectura del gas. 

(Actualizado 28/07/24: El colega y protagonista de la emotiva historia inspiracional "De Rellenador a Editor: a Thursday Story", Guille Martínez-Vela, especula que el anuncio de arriba podría ser obra de Daniel Torres (Teresa de Cofrentes, Va., 1958). Hasta que alguien con más ímpetu lo contradiga, yo digo sí.

Y hablando de Guille, ¿ya sabéis que acaba de sacar unos cómics majísimos? ¿Y que está maquinando sacar más? ¡Pues id a verlo! ¡Que no vais a estar releyendo ectógrafos toda la vida!

domingo, 26 de mayo de 2024

Elegía del ectógrafo

Entro a saco: el personaje que menos me gusta de F. Ibáñez es El Botones Sacarino. Desde pequeño. Y nunca he sabido muy bien por qué. No creo que fuera el humor formulaico porque, seamos sinceros, no es que el resto de la obra de Ibáñez fuera innovación constante, y la peligrosamente obvia inspiración en el Gaston Lagaffe de Franquin no es algo que a mi yo de ocho años le quitase el sueño. 

Un Olé de 1985.
De los míos.
Sin embargo, muy aburrido tenía que estar yo para no pasar de largo las páginas de Sacarino que solían concluir la mayoría de álbumes Olé de Mortadelo en los 80. "Mortadelo y Filemón con el Botones Sacarino" es la cabecera más frecuente en mi (lo admito) fragmentaria colección. Sacarino era el relleno de los álbumes Olé. Quizá por eso lo menospreciaba.

Pero hace un año se me ocurrió otra posible razón: no estoy seguro de tener ni una página de Sacarino dibujada por Ibáñez.

Revista Sacarino, 1975.

No estoy diciendo que no existan, ojo. Sacarino fue creado para la revista DDT en 1963 (aunque la estructura tradicional de sus historias, con un "presi" que recibe los golpes y un "dire" que recibe golpes y castigos del presi, nace en el 66); en el 75 tuvo incluso revista propia, que duró seis meses, según Tebeosfera. No cuestiono que Ibáñez hizo al menos las portadas; el estilo es inconfundible. Pero ese estilo está a años luz de las páginas que cierran mis Olés viejos de los 80 en adelante. Como muestra, tres botones. (Sacarinos. Ja, ja. Ah, musas del humor, dejadme vivir.)

Pido disculpas por la calidad pésima de estas fotos. Desde que me embarqué en este blog en 2013 ha habido algún que otro cambio en mi vida; por ejemplo, que me cambié de país y me dejé el escáner encima del piano. También notaréis que, fotos aparte, las historietas son una puta mierda. Eso no es culpa mía. Las tres acreditan a guionistas (José María Casanovas, Jaume Ribera, Jesús de Cos) y ninguna divulga al dibujante. Lo que me lleva al tema del que quería hablar hoy: los ectógrafos.

*

A ver, lección de tebeología 101: hay toneladas de material de personajes de Ibáñez que no es de Ibáñez. Lo escribieron y dibujaron ectógrafos (= negros, en castellano problemático). Tebeólogos más rigurosos que yo, que son todos, los han enumerado, historiado y hasta entrevistado. Old news. Sigan andando, nada que ver.

Pero una cosa es saber esto, y otra muy distinta es repasar tu propia pila de los tebeos y descubrir cuánto de lo que consumiste de crío era gato por liebre. La última vez que yo pasé por Villa Cantero me dio por contar las páginas de Ibáñez en un Super Humor enteramente de personajes de Ibáñez (B, primera época, n.º 37). Conté seis. Seis. Un Super Humor son 320 páginas.

Osete, ectógrafo prolífico.

Por supuesto que esta no es la peor mentira que nos han colado a la generación de la Transición. Véase la Transición, sin ir más lejos. Además, cuando eras pequeño esta información no te importaba mucho; ni siquiera tenías claro el concepto de autoría; tú querías tebeos y punto. No obstante, la existencia de los ectógrafos ya empañaba a veces la lectura: yo recuerdo perfectamente, siendo muy niño, quejarme a mi madre de que una historieta de Mortadelo "estaba mal". No sabía expresarlo de otro modo. Ahora sé que lo que pasaba es que era de Osete. Imagino que es como se siente un niño que pide el DVD de Cars y recibe el mockbuster brasileño Os Carrinhos. Con la diferencia de que aquí no podías culpar a tu abuela por ser una cutre que compra los DVD en el bazar chino, porque en el caso de los tebeos, el falso y el genuino estaban uno al lado del otro en el kiosco, publicados bajo el mismo sello. Bruguera era su propio Vídeo Brinquedo.

Mi experiencia con los mortadelos apócrifos durante mi infancia, pues, se resume en que eran mayormente invisibles, y si yo conseguía verlos, malo.

Pero ya no soy un niño, como se empeñan en recordarme mi alopecia y el segurata del chiquipark.  Ahora sé apreciar a los artistas que trabajan en la sombra. Conste que en general, ahora mismo, creo que no les falta aprecio entre la intebeolligentsia: casi todo lo que he leído sobre ellos es amable, agradecido, y francamente más piadoso de lo que escribiría yo. No obstante, en mis incursiones en mi baúl de los tebeos sí ha habido al menos tres hallazgos que me han hecho pensar que los ectógrafos merecían, al menos, un post, un hey, un hasta luego y gracias por el pescado.

 

1. Las criaturas de cera vivientes (1982)

Ramón María Casanyes (n. Barcelona, 1954) no es sólo uno de los ectógrafos más reconocibles y productivos de mi colección; también es un pionero en la reivindicación de su oficio. En 2010 escribió y publicó un documento de dieciocho páginas resumiendo su trabajo a la sombra de F. Ibáñez, al que nunca conoció, desde que entrara en 1975 en el Bruguera-Equip, la fábrica de los mortadelos apócrifos. Si no lo habéis leído, es lectura obligada. Un texto amargo, descarnado a veces, pero no carente de ilusión. La experiencia de un soñador atrapado en la rueda del capitalismo.
 
Este contraste, a posteriori, es obvio en las mismas páginas de Casanyes. Él mismo afirmaba que Bruguera pretendía formar un equipo de "autómatas", generadores de páginas para alimentar a la imprenta insaciable. Pero evidentemente los artistas detrás de esas páginas no eran robots. Por mucho que les fastidiara a sus jefes, Casanyes tenía personalidad, talento y (sobre todo de joven, como suele pasar) ganas de lucir. Y cuando Ibáñez ya se había encadenado a los planos fáciles y la escenografía escasa, Casanyes, por ejemplo, hacía esto:
 

 
La historia se titula Noche terrorífica, y es de 1977. Este esmero en la ambientación de las últimas viñetas, reconozcámoslo, no es algo que en Mortadelo se diera por sentado, Ibáñez o no. Pero en las cuatro páginas de esta historieta, Casanyes se regala. Los referentes ibañecescos no dejan de ser obvios; el coche elegido, por ejemplo, parece sacado del que Ibáñez dibujó en El Sulfato Atómico (álbum del que, según Casanyes, había originales en la redacción de Bruguera de los que los ectógrafos tenían prohibido copiar, por ser el estilo demasiado elaborado); del murciélago y el castillo también encontraríamos antecedentes. Pero el entintado prolijo, el plano con profundidad y el currazo evidente es todo Casanyes: un dibujante ambicioso de 23 años al que el encargo de hacer mortadelos apócrifos no le resta entusiasmo. Esto un autómata no te lo hace.
 
Otro ejemplo de Casanyes copiando de la pila
de los mortadelos buenos: véanse los detalles de
la ropa, y cameo del toro de Valor y al ídem.

Repasando mi colección me doy cuenta de que he leído muchísimo Casanyes. Y aunque con ojos adultos la diferencia con Ibáñez es evidente, de niño debía de ser el autor apócrifo que me molestaba menos. Sí, Ibáñez es mejor guionista y humorista, pero Casanyes no tiene miedo a probar cosas nuevas. Ibáñez se encasilla enseguida en patrones que le funcionan: puede hacer ¡A la caza del cuadro! treinta veces (sustituyendo cuadros por calcetines, llaves, diamantes de la gran duquesa) y confiar en que los gags los harán bastante distintos. Casanyes se obliga a hacer historias distintas desde el planteamiento.

Primera página de Las criaturas
de cera vivientes
.
Me sorprende que su famoso texto no mencione, por ejemplo, su primer largo de 44 páginas, Las criaturas de cera vivientes (1982). Aunque en gran medida parece Casanyes haciendo su propia versión de Los Monstruos (1973), la historia tiene méritos propios: más continuidad entre episodios, cliffhangers, y un villano con bastante carisma. Yo poseo un solo episodio en una revista vieja, el del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, que se desarrolla en un sanatorio donde el Súper ha sido ingresado, y lo recuerdo quizá como el único largo de Mortadelo que realmente me despertó curiosidad por encontrar las entregas anteriores y posteriores.

No he podido comprobarlo, pero puede que cronológicamente sea el primer largo de Mortadelo sin intervención de Ibáñez.Casanyes también abrió una puerta ahí. No tardarían en entrar otros.


2. La amenaza (1983)

Si Ibáñez hubiera escrito/dibujado/participado remotamente en este álbum, estoy seguro de que figuraría en las altitudes de muchos ránkings. Seguramente con otro título, además; Ibáñez lo habría llamado "Mogollón en la redacción". Pero como su autor no es Ibáñez, sino un ectógrafo llamado Jordi David Redó (Barcelona, 1950), pues aquí nunca se habla del mayor crossover del Ibañezverso. 

La historia empieza discretamente: como una historieta de Sacarino de relleno. Tu primera impresión es que has dado con el peor álbum Olé jamás editado: un "Mortadelo + Sacarino" en que el Sacarino empieza ya en la página 1. Pero en la página 3, la cosa empieza a ponerse interesante.
 

A partir de este punto, Mortadelo y Filemón se unen a la aventura, apareciendo muy esporádicamente para acabar de rubricar las catástrofes provocadas por Sacarino y su BFF de travesuras. Al BFF, por cierto, quizá le conoceréis también.
 
 
En serio no entiendo cómo a nadie más que a Redó se le ocurrió emparejar a Sacarino con Tete Cohete. En un país del primer mundo habría yaoi de estos dos. Tete y Sacarino explorando sus cuerpos.

En fin. La historia es episódica, pero con cierta continuidad. A medio camino también se unen por ahí el enésimo par de catástrofes calvas de la ganadería Ibáñez:
 
 
Y por supuesto termina con devastación absoluta y nueve personajes titulares en la misma viñeta. Hasta diez, si cuenta el tributo a 13, Rue del Percebe.
 
 
¿Es una buena historia? Mmmno. Ni en dibujo ni en gags gana al Ibáñez más fatigado. Pero representa una ejecución bastante digna de una idea muy buena que Ibáñez tuvo sesenta años para desarrollar, y nunca lo hizo. Hizo falta un outsider para verlo. El outsider fue Redó. Autor de la historia de Sacarino más innovadora hasta que salió esta otra: 


3. El escarabajo de oro (1985)

Este largo me salió en un Super Humor (B, 1a, núm. 52) y todavía me dura el asombro. O sea, ¿un largo de Sacarino, bastante bien dibujado, y que incluye localización exótica, continuidad y un secundario femenino? ¡¿Con  tintes de romance?! ¿Qué está pasando? ¡¿Acaso un quiropráctico le ha tocao un nervio a Ibáñez y le ha curado el cinismo?!


 
Años después de leerlo, resolví el misterio: El escarabajo de oro lo escribió y dibujó enteramente Lourdes Martín (Barcelona, 1958), y la razón tras este nuevo rumbo del personaje de Sacarino (podríamos decir la segunda fase de su spirouización, imitando al botones de Franquin no ya en aspecto sino en tipo de historias) es que se trataba de un encargo de una editorial alemana. Martín, que había sido ectógrafa al cuadrado, es decir, ectógrafa de ectógrafo, trabajando de ayudante de Casanyes (y que es también, creo, la primera mujer de la que hablo aquí en trece años; denme mi medalla de aliado feminista) hizo el álbum para Alemania y más tarde lo vendió también a B en España, razón por la que aparece en mi Super Humor. 

No fue el último intento de reciclar a Sacarino en un personaje algo más tintinesco: el mismo Super Humor contiene un segundo largo de Sacarino (sí, ya es mala suerte), esta vez con guion y dibujo de Miguel Fernández (Barcelona, 1963). Se titula El retorno de titi (1985), e incluye viaje en barco, isla desierta, y un simpático alienígena inspirado clarísimamente en otra franquicia más popular. Una mascota a medida para el Spirou barcelonés, vaya. 
 
Sí, Sacarino, es clavado a E.T.
La película ochentera que me viene
a la cabeza cuando veo este bicho
es sin duda E.T. Andaquetacuestes.

 
El caso es que Sacarino y Titi (es como se llama el mogwai este) viven unas cuantas aventuras muy poco memorables, hasta el final del álbum en que ambos se despiden y se produce, creo, la única instancia de personaje de Ibáñez derramando lágrimas no irónicas. Ojo, que estamos yendo where no calvo had gone before.
 

Una vez más: ¿me parecen buenos álbumes? No. ¿Me parecen muy loables intentos de renovar personajes que ya huelen? Absolutamente. 
 
Y por cierto, siempre ha estado en el aire la cuestión de hasta qué punto Ibáñez era consciente de la existencia y la obra de ectógrafos hasta el cierre de Bruguera (1985). Sólo quiero mencionar que las portadas alemanas de Las criaturas de cera vivientes y El escarabajo de oro parece haberlas hecho él. Y la primera incluso contiene un personaje diseñado por Casanyes.


*

Para muchos de nosotros Ibáñez fue nuestra gateway drug al cómic. Pero no sé cuánto habríamos tardado en pasar a mandanga más fuerte si el Ibáñez que consumíamos no viniera cortado con tanto material subpar. Todos empezamos con Mortadelo, pero también fue el primero al que renunciamos. Astérix, Tintín, Superlópez... son más reivindicables cuando eres mayor. En cambio, cuando conozco a un adulto que me asegura seguir leyendo a Mortadelo con pasión, pienso si no debería acompañarle a casa y hacerle la compra. 
 
Ese desprestigio de Mortadelo es enteramente culpa de la superproducción de su autor, impuesta o autoimpuesta, que diluye el impacto de sus obras más memorables. Bruguera y B contratando a ectógrafos no hicieron más que ampliar aún más ese acervo, aguar más el vino, cortar más la merca. 
 
Pero a mí no me interesan las decisiones editoriales estúpidas, valga la redundacia, sino los artistas que las sufren: los ectógrafos en sí. Y aprecio sinceramente que dentro de las enormes restricciones creativas que se les imponían fueran capaces de explorar territorio nuevo. Que obligados a vivir en la sombra, aún tuvieran ganas de brillar un poquito. Ese es el espíritu del autor de relleno.
 
Viñetas de El crecepelo
infalible
(1985).
Casanyes ahí sentó un poco de cátedra: todos los largos del Bruguera-Equip después de Las criaturas son malos, pero no tiran de fórmula, y eso es algo. A la caza del Chotta (1985) es olvidable, pero le reconozco que se adhiera a la ambientación de alta montaña. El crecepelo infalible (id.), de Miguel Fernández, es una historia de 44 páginas no episódica (tipo El sulfato atómico) y que a veces hasta da la sensación de parecerse al género de espías que M&F supuestamente parodian. Es una época (la del cambio Bruguera-B) muy vilipendiada, y con razón. Es una mierda. Pero como público objetivo, como niño al que le tocó leer esa mierda, debo decir: al menos vi la diferencia. Vi artistas intentando, contra la propia editorial, hacer algo un poquito nuevo.
 
E irónicamente, gracias a que el botones Sacarino fuera el personaje menos popular, aquel del que Ibáñez quería saber menos, es con el que los ectógrafos se sintieron libres de experimentar más, y del que en esa época salieron cosas más interesantes. 
 
¿Exitosas? No. ¿Interesantes? Sí. Decidid vosotros qué cualidad os parece más importante. Yo lo tengo claro.

domingo, 12 de mayo de 2024

Cera - Pafman


Vamos a ser honestos: el día que se me ocurrió abrir un blog sobre autores de relleno sabía ya que habría al menos dos artículos obligados: el de Ramis y el de Cera. El de Ramis lo escribí hace once años. Que el de Cera se haya retrasado tanto me parece inexcusable, siendo uno de mis dibujantes favoritos, quizá el autor de relleno por antonomasia. Es más, siendo seguramente él la primera persona de quien leí impreso el concepto "relleno", en esta viñeta de Pafman Redevuelve (2004).

Gracias a mi pana Guille Martínez-Vela,
por la foto.

Cameo de Pafman en la página 23
de Un camello subió a un tranvía en Grenoble
y el tranvía le está mordiendo la pierna
,
de Jan (1992)
Sin embargo, entre los mortadelófilos de mi generación Cera y Pafman son tan populares que reivindicarlos en otro blog de paleotebeología parecía baladí. Pafman es sin lugar a dudas el segundo superhéroe español. Desde que yo abriera este blog, y lo llenase con mi habitual parsimonia, he visto publicados artículos, glosas y entrevistas a su autor. No hace ni un año se editaba una nueva antología de sus historietas, corregidas y recoloreadas. Todos queremos a Cera, y Cera sabe que le queremos. ¿Por qué, entonces, añadir elogios a la pila cuando podría invertir mi tiempo en, por ejemplo, promocionar mi nueva novela de misterio, cabras y coches molones?

Pues ya os lo digo yo: porque para decir cosas bonitas de un autor al que admiras no hacen falta motivos. Se dicen y punto.

*Coge el micrófono.*

*

Rebuznos en el espacio,
de Cera. 1986.
N.º 1 del Mortadelo de B.
1987. 100% Ibáñez-free.
Tengui.

Joaquín Cera (Barcelona, 1967) debuta en los últimos estertores del Mortadelo de Bruguera con una serie de ciencia-ficción, Rebuznos en el espacio. Pero es en el Mortadelo de B donde se consolida como gran rellenador. De hecho, recuerdo perfectamente que la contraportada del primer número de esa revista (1987) era una viñeta de tema futbolero que firmaban mano a mano Cera y Marco. (Editado 16/7/24: Según mi juevesbró Jordi March, no debía de ser el mismo Marco de Porrambo y Jarry Jarrón; es otro con el que Cera hacía un fanzine llamado Pepados.) No sé si esta dupla se repitió muchas veces. En cambio sí sé que esta tendencia de deciros yo cosas que recuerdo sin aportar ninguna prueba se va a repetir muchísimo, porque este artículo no va a brillar por su documentación.

A los pocos números de la revista se estrena la serie Pafman, "defensor del bien y del salpicón de marisco", y sus aventuras, coprotagonizadas por su sidekick felino Pafcat, continuaron hasta el último número. También llenaron cuatro álbumes de la colección Olé, que ni de lejos cubren toda su bibliografía. 

Yo los tengo los cuatro. No a mano. De hecho, alguno no lo he visto en décadas; para ilustrar este artículo pienso tirar de Internet y morro. Pero me bastan y sobran para basar en ellos toda mi argumentación sobre por qué Cera es el puto amo.

 

PAFMAN (1989)

El catálogo de la primera época de álbumes Olé (los pequeños), inciada por Bruguera y continuada por B, suma unos setecientos títulos. Pues bien: este está en el top diez. Y sí, hablo de la misma colección Olé que incluye El sulfato atómico y La caja de Pandora. Ahí arriba está Cera. Con historietas que dibujó con 20-21 años.

¿Cómo justificar esta preeminencia? Pues de entrada, porque Cera dibuja muy bien. Pero MUY bien. Su entintado en este álbum, particularmente, es de traca, y sus señas personales, como lo de no hacer viñetas rectas, nunca restan, siempre suman. Su trazo es agresivo, dinámico. Las entregas de dos páginas le dan tiempo para prodigarse en los acabados, y aunque la influencia Ibáñez es evidente, no se encasilla en el plano lateral sin perspectiva como Mortadelo ya llevaba tiempo haciendo. Cera se gusta mucho. Y con razón.

Y la calidad del guion no se queda atrás. Cada entrega de dos páginas está trufada de chistes, desde los detalles de fondo ibañecescos hasta las distintas cabeceras. La primerísima página de este primerísimo álbum (y primera aparición del archinémesis de Pafman, el Enmascarado Negro) ya contiene un running gag (el de los efectos de sonido paroxítonos) que tiene piso en mi cabeza desde que lo leí por primera vez. Treinta años lleva ahí. Tromptromptrompa.

 

Y al igual que el dibujo, el guion tampoco se queda estancado exclusivamente en los patrones del humor Bruguera. Va más allá. Cera tiene un concepto de la historieta más parecido a un sketch, en el sentido pythoniano. En vez de una narrativa circular clásica tipo "todo era un equívoco" (premisa - nudo - revelación de un malentendido en la premisa y caída hacia atrás), a menudo opta por una estructura lineal: partir de una sola situación y alargarla dos páginas en un crescendo majadero. Como muestra, véase "El Capitán Europa" (título de la historieta y segundo secundario recurrente del Pafverso).

Quizá el mejor ejemplo de esta tendencia sea "Persecución implacable", una entrega extraordinaria de cuatro páginas con planteamiento y ejecución estelares. Porrón de chistes que no arruinan en ningún momento la sensación de velocidad y adrenalina.

A medio álbum, aparentemente, los editores le pusieron a Cera más deberes: tres páginas por entrega. Y diréis: el dibujo se resentiría un poco. Pues mira, no:

Lo de decir "mumble, mumble y mumble" mientras pienso muy fuerte aún lo hago a veces. Estúpido Cera.

Pocas páginas de sólo dos viñetas más satisfactorias he visto yo en mi vida. Sólo digo eso.

Me da un poco de reparo subir más material de un álbum por el que el autor merecería estar nadando en royaltis, pero francamente dudo que todas estas historietas se puedan encontrar ya más que en mercadillos. Esto, o está en tu sótano, o no está. Y en el mío está, y quiero enseñároslo, porque es buenísimo.

Con esa historieta concluye Cera su primer recopilatorio. Tiene 22 años. 

Me bastaría con este álbum, sin pasar por los otros tres, para justificar toda esta elegía. Y lo hubiera hecho, si este fuera el primer álbum suyo que leí. Pero resulta que no. Mi primer Cera fue este:


PAFMAN - EL DR. GANYUFLO Y OTRAS HISTORIAS (1991)

Solo hay un álbum Olé (again, uno entre los sopotocientos ocho) del cual recuerdo su aterrizaje en el kiosco. Lo vi en el estanco de mi pueblo, reconocí al personaje de algunas historietas sueltas, lo compré (= pedí a mi señor padre que me lo comprara) y al día siguiente lo estaban comprando mis amigos. Fue un evento editorial. "Ha salido un álbum Olé que hay que tener." Eso pasaba poco.

Las historietas aquí empiezan siendo de tres páginas, que luego caen de nuevo a dos. El dibujo está aquí más establecido, más eficiente pero aún con destellos de calidad. Y el guion sigue brillando: las premisas son divertidas; la densidad de gags, altísima; la cuarta pared, frágil. El humor empieza a verdear: recuerdo con particular cariño el gag en que Pafcat, desplegando el póster central de una revista de tetas, deja fuera de juego a un trío de ninjas que le acechaban por la espalda. (Ramis y Cera se convertirían en pioneros del humor picantón en B; la censura laxa y el Dr. Slump de Akira Toriyama, del que Cera es claramente fan, abrieron esa puerta.)

Pero la joya de la corona es, sin duda, "El Doctor Ganyuflo", una historia episódica de diez entregas de dos páginas cada una, con cliffhangers, giros loquísimos y momentos de gran descacharre. No conozco detalles del making of de esta historia, pero me sorprendería que fuese idea del editor diciéndole a Cera: "Estás listo para un largo". No digo que Cera no lo estuviese. Digo que me parece más probable que se le ocurriese este formato por hacer algo nuevo, y a las diez entregas se cansase otra vez. Esta inconstancia sería imperdonable en otro autor, pero no en Cera, a quien veinte páginas dan para un festival. Tras esa entrada semitriunfal de ahí arriba, el Doctor Ganyuflo, a quien ni Pafman ni sus propias albóndigas mutantes acaban de tomar en serio, termina en un manicomio. En los siguientes episodios sale y vuelve a entrar en el manicomio un par de veces hasta que da con un nuevo vehículo para su venganza: un "gazpacho licantrópico" que le convierte en hombre lobo.

Lo de la jota jota, otro gag que no se me va
de la cabeza ni a hostias.

Contra todo pronóstico, Pafman confunde a Ganyuflo-lobo con un "pobre perrito" y lo convierte en su nuevo ayudante, despidiendo a Pafcat. Cuando se pasan los efectos del gazpacho, Ganyuflo intenta repetir la fórmula, con variopintos resultados; en una ocasión, se convierte en gato, y se hace pasar por Pafcat. Añadan a todo este potaje al Enmascarado Negro, que no se pierde un berenjenal, y el resultado es el argumento más denso que se ha visto en un tebeo fuera de Superlópez.

Y quizá el más memorable. Yo sé que alguien es buena persona por el brillo en sus ojos cuando menciono "El Doctor Ganyuflo".  

PAFMAN (1993)

Muchas cosas han cambiado entre este álbum y el anterior. De entrada, la colección Olé misma, que ahora ya está en su segunda época, la de las portadas con relieve. Las entregas de Pafman han pasado de dos a cuatro páginas, y va en aumento. Y esta vez, sí, el dibujo se ha resentido. De hecho, las primeras historietas de este álbum todavía recuerdan en calidad al anterior; en la primera, incluso, aún colea el sufrido Doctor Ganyuflo. Pero a medida que las historias se alargan, el dibujo declina. Los fondos están mucho más bosquejados, el entintado es basiquísimo. Y tampoco ayuda el color mecánico, factor que nunca es culpa del dibujante, pero que en este álbum es particularmente penoso. (Un día podríamos hablar de la profesión del colorista de imprenta. No tengo pruebas, pero lo imagino como un oficio de esos de bajar a desayunar y caer dos Estrellas Galicia con el bocata tortilla, más carajillo de ron Pujol y una litrona de Xibeca para pasar el rato. Y luego, pues mira, esta semana los guantes de Pafman son lilas. A tomar por culo.)

Y el guion ha cambiado también. No en vano Cera es el BFF de nuestro querido Ramis, el Will Eisner de la subnormalada. Ambos son por esta época los rellenadores estrella (el número de páginas de Ramis en un Mortadelo Extra de los noventa es demencial), y la evolución (o involución) de Sporty y Pafman es paralela. Cuando el tiempo apremia, lo primero que se pierde es la planificación. Las historias se vuelven más incoherentes y el protagonista, que ya raramente es una lumbrera, más tonto. ¿Es eso lo que le ocurrió a nuestro Man of Paf?

I rest my case.

Es difícil decir si fue Ramis el que influyó en Cera, o viceversa, pero que sus guiones cambian en la misma dirección parece bastante obvio. En ambos el humor es cada vez más risqué, más sexualizado, con más tacos. Abundan los cameos (Pedro Almodóvar, Emilio Aragón) y las referencias a cultura basura: no olvidemos que estamos en la época de Barragán y las Mamachicho. Incluso a medio álbum aparece un comisario Mafrune (el secundario sempiterno cuya custodia comparten Cera y Ramis) que se convierte en jefe de Pafman y Pafcat, a lo Comisario Gordon en el Batman de Adam West. Con esto se despacha la tarea de plantear las misiones.

Hay en este álbum una historieta concreta, "El caso de las gafas churrifocales", que me parece el punto de inflexión. Quizá abrumado por un deadline imposible, Cera se sienta a la mesa de dibujo y empieza la historia tal que así:


Lo remarcable es que un planteamiento tan gilipollas dé para tantos momentos sublimes. Una página más tarde, Pafman captura a los cuatrocientos encapuchados (estaban escondidos en el lavabo), y claro, llega el momento de interrogarles.

Qué queréis que os diga. John Cleese y Graham Chapman podían coger una idea montonera, y controlaban lo bastante el ritmo y la puesta en escena para convertir la idea en genialidad. Cera acaba de hacer lo mismo. Sin tiempo para pensar, sin tiempo para dibujar la mitad de bien que podría, hace esta soberana chorrada, y le sale de puta madre. Porque sabe.

Es sorprendente la cantidad de highlights que tiene un álbum tan malo. Inolvidable, por ejemplo, la historia en que Pafman y Pafcat son llamados a un plató de televisión para investigar el origen de las risas enlatadas. O aquella en que participan en un concurso de Telecinco. Por supuesto que voy a colgar un trozo de eso.

La ramisización de Pafman va viento en popa. Sólo falta la estocada final.

 

PAFMAN - EL ASESINO DE PERSONAJES (1997)

Serializado originalmente en la revista Super Mortadelo en 1993, el primer largo de Pafman es la Divina Comedia del humor post-Ibáñez. En una época en que el modelo de la revista Bruguera está muriendo definitivamente, en que Efe Punto ya ha hecho sus diez mejores álbumes (y sus veinte, y sus cien) y Jan ya ha dicho naranjas a los fans que le piden otros Alienígenas, Cera y Ramis han tomado las riendas de la línea editorial. Y han decidido que el imperio Bruguera/B ha de acabar no con un bang, sino con un . El humor tontuno triunfa. El dadaísmo prevalece. Pafman wins.

No voy a reseñar ahora, en 2024, el que seguramente sea el largo más famoso de Bruguera/B que no firmen Ibáñez o Jan. Voy a decir, eso sí, que es una historia sorprendentemente sólida, teniendo en cuenta que la componen enteramente chistes de este nivel:

El argumento NO es simple. El comisario Mafrune envía a Pafman y Pafcat a investigar el asesinato de otro personaje de cómic, Tintín, que ha sido hallado muerto de quinientas puñaladas (efectuadas con quinientos puñales distintos, porque mira). Para sorpresa de todos, nuestros héroes detienen al culpable a las cuatro páginas, sentando así las bases de lo que podría ser un largo episódico como el 99% de los de Ibáñez, rollo Caja de diez cerrojos o El gang del Chicharrón: cada episodio empieza con un personaje hallado muerto y termina con el asesino detenido. Y sí, así funciona hasta la mitad, cuando unos esbirros del villano supremo intentan rescatar a los que ya han sido capturados (llevándoselos con el calabozo a cuestas, por algún motivo, dando lugar a una serie de gags para los que no se me ocurre otro calificativo que "Cera"). A partir de ahí, la historia es cualquier cosa menos previsible. El clímax es tronchante y la revelación del villano final es para que los guionistas de Lost le paguen las cañas a Cera toda su puta vida.

Técnicamente, El asesino de personajes es la culminación (o el aterrizaje) de la trayectoria de Pafman. El dibujo está a años luz de lo que Cera es capaz. Sin embargo, le alabo que si un chiste requiere diez personajes en la viñeta, Cera no descarta ese chiste por otro más fácil; los dibuja, por mucha prisa que tenga. El guion sigue evidenciando tanto un talento natural para el sketch elaborado como una admirable tolerancia a gags de los de inmolar neuronas. La sexualización roza peligrosamente el machismo inmitigado, y hay algún gag digno de cringe en el siglo XXI. (Para todos los que dudasen de la posición de este blog, sí, el revisionismo es bien. Si no habéis cambiado desde 1997, no quiero conoceros.) Aun así, el balance es positivo. Al final de la lectura, la conclusión inmediata es que el primer largo de Pafman es muy gracioso, y visto con más perspectiva, muy original.

De hecho, visto aún con más perspectiva (casi treinta años, feel old yet) es un final increíblemente apropiado para la era de las revistas de cómics: un álbum en el que mueren varios personajes titulares, y en que el superhéroe de relleno encargado de vindicarlos convierte la investigación en una pantomima de humor grueso e irreverente. No quiero sobreanalizar un tebeo: no creo que Cera sea un iconoclasta. Creo que sencillamente hace lo que hace porque le parece gracioso. Pero admitámoslo: que una de las últimas historias en el ocaso de las revistas de Bruguera/B, los campofríos del humor blanco y posibilista, sea una gamberrada como El asesino de personajes es maravilloso. La escuela Bruguera ha muerto. Y el alumno más destacado de su última promoción está quemando el edificio.


 *

La carrera de Pafman no acaba aquí. En 2004, con las revistas ya extintas, Cera descongela a su personaje para un nuevo largo, Pafman redevuelve. Es el primero de varios; el último data de 2013. No hablaré de ellos. Como tampoco me liaré en hablar del Dr. Pacostein, de los Xunguis que Cera co-creó junto con Ramis, o de su versión de los Zipi y Zape de Escobar. Ya hay gente seria escribiendo la historia del cómic español; yo aquí sólo escribo de lo que encuentro en mi altillo. No necesité más que cuatro álbumes Olé de Pafman para adorar a Cera en su día. No necesito más para defenderle hoy.

Decía el mismo Cera al principio de este artículo que Pafman no era más que un personaje de relleno. Es cierto. Pero lo que Cera nunca ha afirmado, y yo sí voy a hacerlo ahora, es que en su caso, el relleno era mejor que el pan. Cera llega a una revista en que la historieta titular la hacen ectógrafos. Él es joven, y la revista es vieja, incluso recién nacida. Él se luce cuando otros apenas cumplen. Él innova cuando la consigna es "que todo siga igual". Cuando el referente imperecedero, ¡en plenos años noventa!, eran señores con levita y lacito que aún se hablaban de usted, Cera y Ramis inventan el Mafrune y el . Ellos transforman el humor del tebeo. Para bien o para mal, no me importa: hacía falta una puta revolución, porque esa puta revista ya apestaba a Polil, y ellos la lideraron. No eras un autor de relleno, Cera. Eras el Che, Garibaldi, Emiliano Zapata. Brillabas tanto que hasta un niño de diez años se daba cuenta. 

Me volveré a olvidar de este blog mucho antes de rendir tributo a todos los rellenadores que se dejaron los túneles carpianos por entretenernos. Pero que me maten cuatrocientos encapuchados con sombrero mexicano si me olvido de Cera. 

*Deja caer el micrófono. Este rueda por el suelo haciendo "clinkclankclonka".*