miércoles, 29 de octubre de 2025

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Mortadelo, 1985. En can Cefa sabían hacer juegos de mesa. Y vendértelos.  

martes, 21 de octubre de 2025

Domènec - El vecino de abajo

Este de la izquierda es uno de los primeros Mortadelos que leí. Octubre de 1984. Recuerdo que, pese a mi tesón y buena voluntad, necesitaba la ayuda de mis mayores para leer la historieta del personaje titular. Un plot twist inesperado: años después me di cuenta de que esa historieta, titulada "¡A por la favorita!", era apócrifa. Hoy sospecho que es de Lourdes Martín. Típico de mi generación: mi primera historieta de Mortadelo y Filemón no era de Ibáñez. Es más: mi primera historieta de Mortadelo y Filemón la hizo una mujer. Cuarenta años más tarde, soy gay. Gracias, Bruguera. 

Página de ¡A por la favorita!, de autor indeterminado. 

La revista Mortadelo de esa época, con su logotipo característico y con gag en la segunda o, no en la primera, llega al kiosco nada más empezar 1984. Es el fruto de refundir las antiguas cabeceras Mortadelo y Súper Mortadelo en una sola, PERO continuando la numeración del Súper Mortadelo, porque pa qué hacerlo simple pudiendo hacerlo complicado. Dicha fusión de revistas era un claro síntoma del otoño del imperio Bruguera. En 1985, Ibáñez y Raf abandonarían el barco para irse a Grijalbo, y en 1986 Bruguera echaría la persiana. Nótese, sin embargo, que ese número de arriba aún es del 84; Ibáñez todavía estaba en nómina. Entiendo que si no hizo él la historieta de M&F es por la baja por una operación de cervicales a la que se sometió con sólo 48 años. Recuerden, niños: antes de una sesión de dibujo de veintiséis horas, ¡hagan sus estiramientos!

Página 3 del mismo número, dedicada a la convalescencia de Ibáñez.
Staff del n.º 200, 1984.

Lo de que la portada aluda a la operación, un tema de tan rigurosa actualidad y a la vez tan interno, es uno de esos detalles que hoy hacen esta época de Mortadelo tan entrañable a mis ojos. Otro detalle es la aparición frecuentísima del director Armando Matías Guiu en las portadas. La huella de Matías Guiu, de hecho, es ineludible; a diferencia de sus predecesores, limitados a mezclar masilla, él escribe y firma sus colaboraciones, como el famoso Diálogo para besugos. Preside el staff de la página 2, repleto de gags y que me recuerda al de El Jueves en la misma época. Se emplean menos rellenadores, pero se les da mucho peso (March hace hasta nueve páginas semanales, entre Tranqui y Tronco y El Mini-rey). Muchos autores (Escobar entre ellos) se acostumbran a dibujarse en los márgenes de sus páginas. La sección de pasatiempos, "Rómpete el Coco", incluye cameos de autores y personajes. Es una revista, en definitiva, que enseña la tramoya, mostrando entre sus páginas una redacción familiar y casadepútica, lejos del corporativismo de la Bruguera franquista. Si esta imagen es auténtica o impostada, no lo sé; sé que es divertida. Abundan las puyas entre autores: los humores de Ibáñez y de Matías Guiu, en particular, ácidos e hiperbólicos, casan a la perfección; performan un duelo hilarante de egos grotescamente hinchados que es muy difícil no leer como pura sátira. Y sin embargo, el conflicto existía: la ruptura Ibáñez-Bruguera era inminente.

No sé. Quizá quiero ver en este Mortadelo la redacción en la que me hubiera gustado trabajar. Quizá hasta lo era. 

A mi yo de los ochenta, por supuesto, todos estos gags de editores despóticos y dibujantes explotados le pasaban bastante por alto. A esa edad, la diversión entra por los ojos. Pero es que también había mucho en ese Mortadelo que me entró por los ojos. Exempli gratia: esta página que tiene piso en mi cabeza desde 1984. Desde mucho antes de entenderla.

En el momento de empezar este artículo tenía dos (2) entregas de El vecino de abajo, de Domènec. Creía guardar una tercera, que no he logrado encontrar; en un mercadillo compré dos más. No sé si son bastantes para comprender enteramente la premisa de la serie, cuyo tema central, obviamente, es el infierno, pero que en algunos episodios también es literalmente "el vecino de abajo": las viñetas superiores parecen habitadas por gente normal en pisos normales, mientras que las inferiores siempre las pueblan demonios y condenados, como si el infierno se hubiera trasladado a los bajos de un edificio. Ni los demonios ni los condenados ni el resto de vecinos tienen nombres, que yo sepa, pero son recurrentes. Debe de ser de la pocas series en Bruguera que no llevan el nombre del protagonista, salvo en forma de eufemismo.

La temática es indiscutiblemente rompedora. No me he molestado en investigar si hubo precedentes de humor teológico en Mortadelo, pero conociendo aquella historia de que a Ibáñez le censuraron por blasfema la parodia del Dr. Frankenstein en 13, Rúe del Percebe, voy a jugármela y asumir que la Bruguera de los setenta no hubiera tolerado una historieta con la premisa "infierno pero gracioso". Pero no sólo la premisa es atrevida: narrativamente Domènec también es original, porque las historietas no son estrictamente secuenciales. Más bien (como en "13 Rúe", o incluso como las viñetas post-partido de Óscar Nebreda en El periódico) todo ocurre a la vez. La historia se ordena por "pisos", o incluso por "habitaciones" (grupos de personajes), no por viñetas. Aun así, los diálogos están pensados para leerse en el orden natural, es decir, acabando siempre con el vecino de abajo. Todos acabamos ahí.

Es bastante difícil, como premisa. Bastante ambiciosa, también. Muy característica de esta revista que empieza a probar cosas nuevas.

Página del n.º 217. Podría ser la última entrega, pero no lo fue. Hubiera sido dejarlo muy en alto, y nunca mejor dicho.

No soy el primer tebeólogo en interesarse por la figura de Domènec, que sólo emerge en las revistas de Bruguera/B durante un breve periodo en los ochenta. Su ficha en Tebeosfera es un páramo, y además le atribuye alguna obra equivocada, como unas viñetas recogidas en la antología Any d'estelades, que en realidad son del periodista Fran Domènech. Si nos fiamos de la Comiclopedia, entonces probablemente Domènec es Valentí Domènech (L'Hospitalet, 1949), mayormente asociado con Comicup, un estudio gráfico que dibujaba cómics Disney en Europa. También trabajó en animación: he flipado al ver que tiene un crédito en una de mis series de animación favoritas de la infancia, Count Duckula

"Valentin Domenech" en los créditos de Count Duckula. Me ha hecho mucha ilu encontrar esto.
Insisto: no estoy 100% seguro de que sean la misma persona. Entre otros motivos, como me apunta el colega Kap (gràcies, maco), porque es raro que en Bruguera/B su apellido siempre pierda la h. Idealmente, compararía firmas, pero todo lo dibujado para Disney va sin firmar. Si es él, pues estamos ante otro artista tremendamente versátil, cualidad frecuente entre los rellenadores. Y por edad, también concuerda: "El vecino de abajo" encaja con un autor de unos 35, con mucho oficio ya a la espalda pero también lo bastante joven para querer innovar. 

"Heliotropo" en la contra del n.º 217. Yo tampoco entiendo el chiste del pie. Cuarenta años después, Mortadelo sigue desconcertándome a veces. 

No he encontrado una sola página de la otra serie de Domènec más recordada entre los foreros, "El futuro es ayer". Sí tengo sendas páginas de otros dos personajes suyos: "Heliotropo, el espía", de la misma época que "El vecino de abajo", y una sección de pasatiempos titulada "Los problemas de Margarito Neuras", en un Pulgarcito de 1987. Después de ese año, su firma desaparece de los tebeos. Quizá la experiencia en la escuela Bruguera no le dejó buen sabor de boca. (*Voz de Matías Prats*) Podríamos decir que fue un... infierno.

Es una lástima, porque era original, era llamativo, y merecía trabajar en un barco que no se hundiera. De hecho, gracias a gente como él, el barco que se hunde me parece tan interesante que ya os digo ahora que los próximos tropecientos posts en este blog vendrán de esa época. El decline and fall de Mortadelo. Es la revista que yo haría.

jueves, 2 de octubre de 2025

¡Alucine, vecine!

El post de hoy va de que el otro día encontré este tebeo en una pila de mierdas viejas que tenía el kiosquero de la esquina y me dije "mira, de esto saco un post". No hay más.

Alucine ("Más allá del suspense") fue una revista quincenal de corta vida, de lo que en este blog hemos venido a llamar "series serias". No eran estas la especialidad de la escuela Bruguera, que para la cuota de cómic no humorístico en sus revistas solía tirar de material traducido. Sin embargo, en 1984 a la editorial le dio por salirse de su zona de confort y lanzar múltiples cabeceras de cómic pulp, de puro género: western, fantasía, ciencia-ficción... Ninguna duró mucho. La mayor parte eran material importado, aunque Jan Europa, por ejemplo, continuaba las aventuras del personaje creado por Edmond (Edmond Fernández, Barcelona 1938) que ya habían salido de relleno en tebeos de risa. (Glénat recopiló todo Jan Europa en 2009.) 

Anuncio de "Cómics Bruguera" (no "historietas", ojo) en un Mortadelo de 1984. El imperio se reinventa.

Bruguera ya estaba aquí en sus últimos estertores. Y se notaba un poquitín. Los nuevos "cómics Bruguera", de diseño muy inspirado en los comic-books estadounidenses (las portadas son, con diferencia, lo mejor), surgían en respuesta a la relajación de la censura en la Transición, pero sobre todo eran un intento de explorar nuevos mercados cuando las revistas de humor ya estaban de capa caída: DDT y Din Dan ya habían cerrado, Tío Vivo y Pulgarcito aguantaban pero daban sus últimos coletazos, y las distintas cabeceras de Mortadelo se habían refundido en una. En este Mortadelo, el primero que en mi casa me compraban à moi, mi tierno yo de 4-5 años flipaba con los vistosos anuncios de Alucine, que nadie tuvo a bien regalarme porque ya me daría sustos la vida, supongo. 

He tardado apenas cuarenta años en descubrir lo que la revista contenía. ¿Valió la pena la espera? Hombre, sí, porque entretanto se ha inventado Internet. Imagínate leer Alucine y no tener un blog donde explicar lo mala que es.

No he hojeado nunca un número del Tales from the Crypt de EC Comics (1950-55), pero entiendo que ese era el norte magnético de Alucine. Mejor dicho: ese era el norte magnético de un tebeo alemán, Gespenster Geschichter, fundado en 1974 por la editorial Bastei-Verlag en Colonia, y del que Alucine era una mera traducción (también lo eran las revistas Tex Norton y Bufalo Bill.) Cada número (hubo once) recogía cuatro historias cortas. Todos ellos se recopilaron más tarde en tapa dura, estilo Súper Humor. Súper Horror.

Viñeta de Tomás Marco.

Irónicamente, de los cuatro autores acreditados en el número que yo he comprado, tres eran hispanos: Pablo Zahlut (argentino), Tomás Marco (Badalona, 1929-2000) y un tal Roca, al que no he identificado pero cuyo nombre me suena más de Riudellots de la Selva que de la Selva Negra. No deja de tener guasa que tres dibujantes que probablemente intentaron publicar en España, en un mercado dominado con mano de hierro y nariz grandota por la escuela Bruguera, tuvieran que irse a trabajar a Alemania en los setenta, y luego, en los ochenta, Bruguera estuviera traduciendo sus tebeos en un intento de salvar el imperio. 

Viñetas de la historia titular, arte de Zahlut. Me desconciertan profundamente los textos, que no sé si eran así en el alemán original. ¿Por qué una abeja gigante, quitándose la máscara, dice "detrás de la máscara hay una abeja gigante"? Ya lo sé, abeja gigante. Te estoy viendo. Es la magia del cómic. No soy gilipollas, pese a lo que mis lecturas den a entender.
Pero que las reflexiones vayavayistas no nos distraigan de lo importante: ¿las historietas eran buenas? No. A juzgar por las cuatro que tengo, eran bastante lamentables. Pero en su defensa debo decir que daban lo que prometían. ¿Abeja gigantesca en la portada? La tendrás también (peor dibujada y coloreada, eso sí) en las páginas interiores, que me recordaron, por cierto, a este episodio clásico de televisión. Asumo que en el número anunciado más arriba, el del esqueleto saliendo del carruaje que tanto me fascinaba, la historia también estaría a la altura de la portada. 

Esa honestidad es rara hoy en día. Ya he hablado alguna vez de lo que me costó en su día encontrar historias de terror que me dieran lo que Scooby-Doo me enseñó que era el terror: calaveras sonrientes y castillos tenebrosos. No tensión social y matrimonios distanciándose. Métase su crisis de los cuarenta por el culo, señor Terrorpsicológiquez: yo he venido a alucinar, ¡y a fe mía que Alucine, de tener yo 4-5 años, lo habría conseguido!

lunes, 22 de septiembre de 2025

Correo juvenil


Revista Din Dan, 1975.

Ojo a la nota bajo el título. "A ver, menores de edad, cuando escribáis a esta sección difundiendo vuestros datos y dirección física a los cuatro vientos, haced el favor de añadir foto. Que se os ha de decir todo, leñe."

En fin. El mundo ha cambiado algo en cincuenta años. ¿A mejor? ¿A peor? Opinaré cuando averigüe si el gañán de Valdesoto que usaba de Tinder un tebeo Bruguera sacó algo. 

sábado, 6 de septiembre de 2025

Vázquez - Todo él

En mi último post, dedicado a un nombre tan inolvidable como el de Werzog Wong Olafsson, me permití una digresión sobre la serie Los casos del inspector O'Jal, de Vázquez, autor bastante más conocido al que, sin embargo, nunca que yo recuerde había dedicado antes un párrafo entero. Ha asomado por este blog más de una vez, pero nunca en artículos largos. Y ya es raro, porque entre inspectores y agentes secretos, bebés y abuelitas, Gildas y Cebolletas, raro es el tebeo en mi baúl que no contenga un memento de Vázquez, ni que sea en el ático de 13, Rúe del Percebe. 

Lo cual me lleva a preguntarme: ¿Fue Vázquez un autor de relleno?

Hay argumentos a favor. Si definimos "autor de relleno" como aquel que está en la revista a la sombra del personaje titular, entonces sí, porque Manuel Vázquez Gallego (Madrid, 1930 - Barcelona, 1995), con todos sus años en Bruguera, con toda su popularidad y con toda su influencia catedralicia en los apartados gráfico y humorístico, no tuvo nunca una cabecera propia. De hecho, antes de Ibáñez en 1970, nadie la había tenido. Y después de él, que yo sepa, sólo Escobar (1972) y Jan (1985). Muchos más autores merecerían este honor, pero la omisión de Vázquez es particularmente flagrante, porque era ya en los sesenta una estrella de su editorial, el más moderno de la primera generación Bruguera, seguramente el portaestandarte de la segunda, apenas seis años mayor que Ibáñez (quien reiteró su admiración por Vázquez muchas veces)... e Ibáñez le pasó por delante. Desde el primer número de Mortadelo, Vázquez desapareció de las portadas para siempre, limitándose su reino a las páginas interiores. Bicolores, para más inri. 

Una de Anacleto en un Mortadelo de 1970. Mucho que admirar.

Por otro lado, hay a quien puede parecerle un agravio colgarle a Vázquez el sambenito de rellenador. Primero, según lo expuesto en el anterior párrafo, todos los historietistas antes de 1970 serían relleno. Las revistas Bruguera previas a Mortadelo no hacían hincapié en las individualidades de los autores. Sus títulos Pulgarcito, Din Dan, DDT prometían regularidad, no genialidad; contenido, no arte. Posiblemente la editorial ni siquiera esperaba que el público infantil reconociese firmas; su uso y abuso de ectógrafos así lo respalda. Afirmar que Vázquez era entonces autor de relleno es afirmar que también lo eran Conti o Cifré. Que sí, que vivían en la sombra. Pero no era la sombra de otro autor más reconocido: era la sombra del cuarto de las escobas donde Bruguera les tenía haciendo monigotes. En aquella época, la oscuridad venía con el oficio. 

Y en segundo lugar, a Vázquez no le falta reconocimiento. Menos, incluso, que a Conti o Cifré. O Jan. Ha sido objeto de exposiciones, monografías, biografías y hasta un biopic (El Gran Vázquez, de Óscar Aibar, 2015). Su maestría es evidente en cualquier tebeo de los sesenta y setenta, en cuyas páginas acartonadas y mal impresas la historieta de Vázquez es siempre un bofetón de dinamismo y claridad. Su rol de pionero es indiscutido; el aplauso a su obra, unánime. Lectores, autores, todos le admiraban. Los editores son, quizá, los que menos fe le tenían. 

¿Es Vázquez el moroso del ático de 13, Rúe del Percebe? Yo digo sí. Ibáñez decía que no. ¿A quién vais a creer?

Aquí toca mencionar el elefante en la habitación, que decimos a orillas del Mississippi: Vázquez hizo poco en vida para ganarse la fe de nadie. Su modus vivendi, basado en el sablazo, la morosidad y la jeta de pórtland, no es una mera anécdota; es parte de la historia del cómic, como el judaísmo de Jack Kirby o la noción de consentimiento de Neil Gaiman. Esto quizá no afecte al estatus del artista en el sistema de castas tebeístico, pero sí afecta, por ejemplo, a las ganas que tenga yo de hablar de él en mi blog de cosas que me hacen feliz. Cada uno tiene su propio umbral de dónde acaba la picaresca y empieza la vileza, pero yo, personalmente, creo que abandonar a tu mujer y tres hijos y casarte con otra no es tanto de pillastre indomable como de mala persona. No peor persona que, por ejemplo, votar a la derecha, pero tampoco mucho mejor. Tl;dr: es bastante posible que el carácter vazquiano, que le inmortalizó como personaje, a su vez socavase su carrera como artista. 

Lo cual es un temarraco, si te lo paras a pensar. Dos tipos de inmortalidad platónica: tu obra o tu vida. O cultivas tu obra, al precio de cansarte mucho y destacar poco (véanse casi todos los autores en este blog), o dedicas tu vida a encarnar un personaje que te valdrá fans, pero también enemigos. Es un dilema ontológico de la hostia, que diría Sócrates.

Otro elefante en la habitación, a raíz de lo del biopic, es que Santiago Segura es bastante mal actor, ¿no? Ya, ya sé: ha hecho tres millones de pelis y todas son éxitos de taquilla, pero eso dice menos de él que del listón del cine español, creo yo. No sé. Yo veo a Álex Angulo en la misma peli y pienso: "Este actúa bien." Y Segura, no. En fin. Opiniones mías. Podría ser el título de este blog.

*

En los tebeos que ya compraba yo (época B, últimos 80) había muy poco material de Vázquez. Recuerdo tiras de Ángel Siseñor (siempre en la página dos del Mortadelo súper o sin plomo de la época) y alguna de Los cuentos de Tío Vázquez. Las primeras eran reimpresiones. Las segundas, no; eran nuevas. Y se notaba. No era la etapa clásica del personaje, sino una posterior, más punk, con un trazo y una autocaricatura aún más desmadejada, reflejo de la edad del autor y su pachorrismo desatado. 

Los cuentos de tío Vázquez (álbum de 1971).Mismo personaje en la época de B. Discutiéndolo con el colega Jordi March, creo que esta es de las páginas que, según la leyenda, Vázquez dibujaba directamente a tinta. 

A mi yo de nueve o diez años, este "tío Vázquez", personaje y artista a la vez, gordo y calvo, jetudo y a la vez increíblemente cruel consigo mismo (una actitud que ahora asocio a cómicos problemáticos como Louis C.K.), no me parecía un autor en la misma categoría que Cera o Ramis. Eran especies distintas. No mejores ni peores. Cera y Ramis no tenían el ego de sacarse en sus historietas cada semana; eran más jóvenes y más humildes, aplicados meritorios que parecían estar ahí, en la retaguardia de la revista, esperando su oportunidad de saltar a las primeras páginas. Vázquez, no. A él ya no le interesaban las primeras páginas. Ese tren ya había pasado, y lo sabía. Me parecía (perdón por la dureza) un has-been: un veterano tan veterano que ya no necesitaba ideas más allá de su propio día a día, ni el esmero de Ibáñez para ejecutarlas. Y sin embargo, recuerdo perfectamente copiarle los dibujos. Qué envidia, ser tan bueno y hacer que parezca tan fácil.

Creo que Vázquez pertenece a un nicho aparte en el ecosistema historietil, uno del que él es el único espécimen conocido: la estrella que se convirtió en rellenador. No tuvo nunca cabecera propia, aunque por talento y creatividad hoy muchos le colocan por encima de Ibáñez y Escobar. Nunca fue olvidado (su reputación se encargó de ello), pero en su breve vejez él también dependió del magro sueldo de las revistas de tebeos, relegado a la mera subsistencia profesional como tantos otros autores mucho más oscuros. Hasta qué punto Vázquez se labró ese destino es otro tema. Parte de la raison d'être de este blog es que yo me siento autor de relleno, sufro (y gozo) de ese mismo anonimato, pariendo páginas semana a semana que quizá un día alguien encontrará en un desván y le harán decir: "Anda, pues este tenía gracia...". En todos estos autores descubro facetas de quien fui, soy, o quiero ser. Y de Vázquez hay mucho que aprender. 

lunes, 25 de agosto de 2025

Werner Wejp-Olsen - Los enigmas del Inspector Danger

El otro día hablábamos de autores de masilla, artistas mayormente extranjeros cuyos chistes cortos llenaban los huecos de maquetación de las revistas Bruguera, con poca regularidad y menos bombo. No quiere decir que muchos de ellos no gozasen de mayor fama en sus países o que tuvieran más registros que el del humilde one-liner. Hace unas semanas, por ejemplo, me sorprendió ver una de las firmas de los chistes de masilla en una página entera de un tebeo de la era B.

"Los enigmas del Inspector Danger" aparece en un par de mis Súper Mortadelos de 1991-92, aunque según Tebeosfera la serie ya había salido esporádicamente en Guai!. Realizada originalmente en inglés con el título "Inspector Danger's Crime Quiz", cada historieta de una página plantea y relata la investigación de un caso que el sabueso titular resuelve en la última viñeta; queda en manos del lector descubrir el detalle (gráfico o textual) que le ha dado al inspector la respuesta.

El Inspector O'Jal, by Vázquez. DDT, 1969. Scan cortesía de Humoristán. Por "cortesía" quiero decir que lo he chorizao.
Vázquez había desarrollado un planteamiento parecido en "Los casos del Inspector O'Jal", serie creada para DDT en 1968. Por lo que leo, el Inspector Danger data de 1974. No quiere decir nada: la historieta-misterio no me parece un concepto que sólo pueda ocurrírsele a una persona en el mundo. Había una diferencia importante entre las dos series, sin embargo: en los casos del inspector O'Jal, la solución solía basarse en un juego de palabras o una frase hecha; en los de Danger, el razonamiento era completamente lógico. Uno era una historieta de humor típica de Vázquez, repleta de gags; la solución del caso era el punchline. El otro era un pasatiempo que premiaba la atención al detalle.  

El WOW enyesador: un par de masillas de Wejp-Olsen en un Mortadelo de los setenta.
Werner Wejp-Olsen ("WOW" en todos mis tebeos) nació en Brønshøj, Dinamarca, en 1938, y fue muy popular en su país, además de publicar mucho en el extranjero. Su dibujo encajaba particularmente en EE.UU., donde debutó con su tira "Granny and Slowpoke". Los expertos le adscriben a la llamada "escuela Connecticut", identificable por su línea clara y personajes redonditos. Para nosotros, un ejemplo más conocido de esta escuela quizá sea Dik Browne (Nueva York, 1917-Sarasota, 1978), autor de "Olaf el Vikingo" ("Hägar the Horrible"). A finales de los ochenta Wejp-Olsen se trasladó con su esposa a Massachusetts; regresaron a Dinamarca en los dos mil. Murió en 2018. 

El Inspector Danger debe de ser su obra más conocida en España, masilla aparte. Lambiek contiene una biografía extensa y muchas más muestras de su trabajo; para este post me he servido también de un panegírico escrito por el editor Rick Marschall.


sábado, 23 de agosto de 2025

Helados que ya no existen (VII)


Mortadelo, 1976. Nifty. Fantasma de vainilla con ojos y boca de chocolate. Bueno. Si el heladero no se lo curró, tampoco ibas a contratar a Miguel Ángel para el anuncio.

Eso sí: puede parecer cutre, pero un dibujante cobró, una empresa pagó (que pa eso hace helados), y en el proceso no se secó ningún lago. Cutrez 1 - IA 0, gepettos.  

lunes, 4 de agosto de 2025

Soy un autor de MASILLA

Durante años en este blog he hablado de los autores de relleno como si fueran la casta más baja de las revistas de cómics, los artistas cuyas series contribuían a hinchar la paginación del Mortadelo o Zipi y Zape semanal. Y esa es una mala costumbre por mi parte. Porque así sólo contribuyo a invisibilizar a otros autores aún más marginados: los de los chistes sueltos, sin serie ni regularidad, ni cabecera, ni crédito a veces, metidos al buen tuntún allí donde cabían. Los mismos chistes que hoy decoran los márgenes de este rincón mío de bloguismo dosmilero. Chistes como estos:

Es bastante frecuente, en cualquier revista de cómics de Bruguera/B, al menos una página de chistes de una sola viñeta. Los americanos los llaman gag cartoons, o one-liners, porque suelen incluir el diálogo en una sola línea colocada a modo de pie de foto, sin bocadillos. Esta regla es tan estricta que a veces, en un chiste mudo, los editores añaden la línea que dice textualmente "Sin palabras", o se las apañan para introducir una descripción innecesaria del dibujo, pero no he visto a nadie fuera de Bruguera/B ser tan ortodoxo. El formato, de hecho, es popularísimo. Es el preferido por revistas como The New Yorker o Playboy. Es el formato en que brilló, por ejemplo, Charles Addams, padre de la familia homónima. Ed Steen es uno de mis favoritos de la generación actual. En España, Mingote me parece un referente del género.

Conti en un Mortadelo de 1984.
José Royo en un Mortadelo Extra de 1991.

En mis primeros tebeos (ca. 1985), el autor de los chistes sueltos a menudo es Conti (Carlos Conti Alcántara, Barcelona 1916–1975), un pilar de la escuela Bruguera. Expresivo, accesible e inmune a la censura franquista ("El humorista debería ser apolítico", dijo en una entrevista [J.M. Vilabella: Los humoristas, Amaika, 1975]), su vasta obra incluye muchísimos de esos chistes inocuos que Bruguera reimprimiría durante años —siempre, eso sí, con la debida acreditación. En la época de B, el mismo rol recaía, hablando así de memoria, en Pañella (Vicenç Pañella, Barcelona 1936 – Vilafranca del Penedès 2020) y en José Royo (Barcelona 1922 – Castelldefels 2012). 

En tebeos más viejos que yo, sin embargo, la cosa cambia. En los años setenta la revista Mortadelo incluía bastantes más páginas-contenedor con one-liners como los del principio de este post. Y mientras que hay algún producto de kilómetro cero (a veces se reconoce por las narices puntiagudas un Ibáñez de dos décadas antes), la mayoría es material extranjero. No hay crédito más allá de la firma, cuando esta aparece y si es legible. La traducción, imagino, se hacía en la casa. Son one-liners: no hay que saber mucho francés o inglés o neerlandés para intuir el chiste.

Tan claro es que esas páginas se componían en la redacción, que a menudo había que complementarlas con chistes en formato texto. Esto de abajo es el aspecto típico de la página 3 en un Mortadelo de los primeros años.

Página 3 de un Mortadelo de 1971. Alrededor de tres one-liners (dos de ellos sin firma), los créditos (arriba a la izquierda), y unos cuantos chistes de casete de gasolinera, todos anónimos. Tres de ellos, además, escenificados en dibujo, también sin firmar (pero ya os digo yo que es Gosset, el de "Hug el Troglodita").

¿Y de dónde salían esos one-liners? Pues miren, no tengo el gusto de conocer a nadie que trabajase en una redacción de Bruguera en los setenta, pero me encanta imaginarlo, así que voy a tirarme a la piscina. La cosa es que en el mundo pre-internet, la prensa tiraba mucho de recurso gráfico contratado por agencia. Igual que hoy día una revista se suscribe a un banco de imágenes online para utilizar sus fotos y ahorrarse el fotógrafo, o pide permiso a Universal Press Syndicate para que le dejen poner la tira de Snoopy, en los setenta a.C. (antes del Chrome), las agencias mandaban representantes a tu redacción, que llegaban con una carpeta como un vendedor puerta a puerta y te enseñaban su mercadería. No sólo imágenes, sino muchos contenidos atemporales: pasatiempos, horóscopos... y supongo que también one-liners. Esa es una posible explicación para que el trabajo de muchos dibujantes americanos y europeos acabara, agencia mediante, en las páginas de Mortadelo.

Otra explicación es que lo recortasen de revistas extranjeras, lo tradujesen y publicasen por la puta cara. No digo que lo hicieran, ojo. Digo que es otra explicación.

Página 3 del núm. 4 (1970). Seis one-liners, dos sin firmar (¿diría que el de abajo es Conti?), uno de Marianico el Corto... y un par de ítemes de actualidad, que no todo ha de ser jijí-jajá. Por ejemplo, esa noticia sobre esos "rascacielos gigantes" que están construyendo en Nueva York, y que estamos deseando ver acabados. Un momento, me comunican por el pinganillo que... ¿Cómo? ¿Qué me dice? ¿Un avión? Hostia puta. Bueno, pues menos mal que construyeron dos, ¿no? Ja, ja. 

Que esas páginas contenedor casi desaparezcan en la etapa de Ediciones B (1986 en adelante) podría significar que eran una mala práctica de Bruguera que se quería dejar atrás. Pero lo dudo. Primero, porque no veo a nadie de B diciendo "esto es una mala práctica y deberíamos dejarlo atrás". Segundo, porque otra cosa que va en declive a partir de la etapa B es la publicidad.

Página contenedor típica construida en torno a dos anuncios, uno de otra revista de la casa, y otro del Instituto Americano, por si ahora, cuando termines de leer Anacleto, te da por ir a aprender aeromecánica. Que serías un perfil de persona que me fascina, pero se ve que en los setenta en España era normal. 

Y es que el director de publicidad, en una revista, tiene mucho que decir sobre la escaleta semanal. Busca anunciantes, les vende el espacio, y luego llega a la reunión y canta el menú: "Hoy tengo un cuarto de página del Sanson Institute, media vertical de CEAC, cuarto bicolor de Tigretón, dos y cuarto de libros y promociones, y contra de las muñecas de Famosa". Total: cuatro páginas y cuarto de publi. En un Mortadelo de 32 páginas, menos 24 de series fijas y una portada, eso querría decir que esa semana quedan dos y tres cuartos por rellenar. En bloques desperdigados por toda la revista. Algunos a color, otros en bicolor o en b/n. 

¿Cómo llenas eso? No puedes encargar otra serie a un colaborador habitual, porque no tendrá regularidad: otra semana igual entra más publicidad y se pierde ese espacio. La solución son los one-liners. Pequeños, monocromos y fáciles de maquetar. Perfectos para tapar huecos. La masilla de la revista.

Ojo: "masilla", como "relleno", no es una ninguna marca de deshonor. Es trabajo que aún hoy se hace en la redacción de cualquier medio impreso. Masilla eran los célebres "Diálogos para besugos" de Armando Matías Guiu. Masilla son series importadas como "Cuervo Loco" ("The Crows"), de Reg Parlett (Londres, 1904–1991), una tira que aparece en Mortadelo con regularidad, pero con las viñetas reposicionadas como haga falta. (Que no haya deshonor en la factura no significa que haya respeto por parte del editor.) En el argot periodístico de Estados Unidos existe el concepto bus plunge, referido a las noticias de accidentes de bus que salían en los diarios, no porque fueran importantes, sino porque se podían resumir muy sucintamente y te llenaban un agujero en la maquetación. Lo mismo pasa hoy en El Jueves: siempre hay algún faldón o una columnita de dibujos rápidos hechos a última hora por tu encofrador de confianza.

¿Ves? Doblando un poco la tira de Cuervo Loco, que el autor es extranjero y no se queja, te entra aquí el anuncio del estiraenanos, y este bujero te lo tapo con dos guanláiners que me he encontrao en el fondo de un cajón. Maquetación profesioná. Enga, vamos a hacer el tercer desayuno.

Sabe dios que en este blog nos encanta rescatar nombres enterrados con nuestras colecciones de tebeos viejos, pero reconocer a todos los autores de masilla en Bruguera y B sería tarea de una magnitud que supera mi entusiasmo. Estas, sin embargo, son algunas de las firmas que he sabido leer e identificar. Son una fracción de todos los publicados.

viernes, 13 de junio de 2025

Cómo veranean

Bien es sabido que en este blog nos preocupa la naturaleza del Autoris rellenensis, el obrero de la industria tebeística: quién era, qué hacía y cómo lo llevaba. Normalmente los propios tebeos, sujetos a la corrección y la censura brugueriana, no serían una fuente fiable sobre la vida privada de nuestros pintamonas. Pero cuando se encarga a unos cuantos artistas de la casa una ilustración de sus vacaciones, y cinco de ocho se dibujan siendo explotados por su editorial, creo que vale la pena comentarlo.

Los scans proceden del Mortadelo Gigante, especial Vacaciones, julio de 1974. Los autores: Conti, Escobar, Peñarroya, F. Ibáñez, Raf, García Lorente, Segura y Alfons Figueras.

Mucho que comentar (o pocas ganas por mi parte de trabajar en cosas más urgentes, que viene a ser lo mismo). Me sorprende gratamente la viñeta de Escobar, de quien tengo la mala costumbre de rajar mucho por aquí. Don Josep (Barcelona, 1908–1994) nos regala una estampa familiar entrañable, lejos de los rigores del batín y las corbatas en la residencia de los Zapatilla. A destacar el matamoscas, la fila de los cafés, la señora haciendo el allioli y... ¿me confundo, o hay ahí una niña jugando a fútbol? ¿En 1974? Caratsus. Inesperado desafío a los roles de género en can Escobar. 

Me agrada también que tanto Raf (Barcelona, 1928–1997) como Segura (Barcelona, 1927–Premià de Mar, 2008) hagan hincapié en el vox populi ingenuo que idealiza el oficio de historietista. Muy oportuno. Ambos os están diciendo: "Si alguna vez nos conocemos, esto es lo que no tenéis que decirnos a la cara." ¿Podría, por cierto, establecerse dónde pasaba las "vacaciones" Segura basándonos sólo en el paisaje? Yo apuesto por el Golf de Roses. Sugieran en los comentarios. 

Ah, ¿y queréis un detalle mórbido? Ese fue el último verano de Peñarroya. (El Forcall, 1910–Barcelona, 1975). 

Tremenda profesión. "Enrolaos, decían."

martes, 3 de junio de 2025

El pijama se está perdiendo

Lo de las camisetas debió de salir muy bien (preguntad a vuestros abuelos el hartón de camisetas de Mortadelo que se veían por las boites más yeyés), así que el siguiente paso era evidente:

Las comillas en el texto de Anacleto me producen gran confusión. ¿Sales en "ellos", Anacleto? ¿En "ellos"? ¿Hay alguna lectura entre líneas aquí que se me escapa, Anacleto?

Voy a aventurar que, si se hubiera estampado un solo pijama de Mortadelo, ni que fuera de prueba, lo habrían fotografiado para esta promoción. Posiblemente con una persona dentro. De lo que deduzco que estos pijamas, sencillamente, no existieron. Jamás. 

Lo cual es... ¿positivo? No estoy seguro. Porque yo no me pondría un pijama de esos ni a punta de pistola, pero a mi edad (44 años) uno ya ha descubierto que hay en el mundo unas pocas personas, poquísimas, escogidas, que son bellas infaliblemente, en cualquier tesitura y en cualquier atuendo, hasta el punto en que las imaginas en los artículos de vestuario más atroces posibles sólo por poner su don a prueba y confirmar que su sensualidad seguiría ilesa, inmitigada. Y esa permanencia, esa esquirla de verdad absoluta, te consuela y te ayuda a sobrevivir el lodazal de incertidumbre que es la vida.

Todo esto es para decir que cuando he encontrado esta página en un tebeo de 1972, INMEDIATAMENTE he pensado en Kristen Stewart en un pijama de invierno de Zipi y Zape. Y en que seguiría siendo maravillosa.

(Y sí, acabo de hacer una secuela a un post de 2013. Porque me apetecía hablar de Kristen Stewart. Mira, dejadme en paz. ¿Os digo yo cómo hacer vuestros blogs?) 

domingo, 1 de junio de 2025

Helados que ya no existen (VI)

¿Recuerdas el Pachá de Camy? ¿Sí? Pues espérese que le aumente el tamaño de letra, abuelo, porque el helado es de 1976. Creo que se acababa de inventar el palo.

Yo no lo recuerdo, pero el anuncio es de Jan. Y Jan dice que estaba bueno. ¿Qué más pruebas necesitamos?

(En anteriores entregas de "Helados que ya no existen":  I II III IV V)

lunes, 5 de mayo de 2025

Jan - El castillo de arena

De niños todos somos desacomplejadamente obsesivos. Mi monotema eran los bichos. Era el típico crío que te regalaba datos no solicitados sobre insectos, arácnidos y microalimañas en general. Descubrir un escarabajo o un caballito del diablo era como avistar una celebridad. Una mantis era una aparición mariana. Así que podéis imaginaros por qué un tebeo como El castillo de Arena (B, 1993) me entró por los ojos.


A mis doce años, mi relación con la obra de Jan (Toral de los Vados, 1939) no era quizá de fanatismo tan incondicional como ahora, pero empezaba a serlo. Además de la obligada devoción a los clásicos de la era Bruguera (1981–86), la arquitectura del Hotel Pánico (1991) ya estaba instalada en mi cerebro para toda la vida. Artísticamente, ya le había copiado muchas cosas (sus bocadillos, por ejemplo: aún me entusiasman), pero no estaba al corriente de toda su bibliografía: lo último que me había llegado, vía revistas, era un episodio suelto de El tesoro del ciuacoatl (1992).  En general, Superlópez me interesaba, me gustaba... pero aún no me pasmaba. 

Quizá El castillo de arena fue el largo que me convirtió. De entrada, porque parecía hecho para mí: ¿un tebeo de darse tortas con insectos gigantes, dibujados con ese gracejo y meticulosidad del Jan de los 90? Tome mi semanada, señor kiosquero. Pero más que la historia o el dibujo, en este tebeo destaca la dirección. En cine, diríamos que El castillo es un álbum de autor. La sinopsis "una aventura con mensaje anti-nucleares y matones artrópodos radioactivos", aunque veraz, no le hace justicia; Hergé o Franquin podrían ejecutar tal premisa, pero ninguno lo haría con el tempo o el lirismo de Jan. No seré el primero en escribir sobre este álbum en concreto, pero tampoco voy a leer lo que han escrito mis predecesores: si creo tener argumentos ya mismo, no necesito contrastarlos.

Resumo la trama: el ataque en Barcelona de un escorpión gigante, escapado del laboratorio del profesor Escariano Avieso, lleva a Superlópez a investigar una instalación de almacenaje de desechos radiactivos en Djebana, norte de África. Pronto descubrimos que, tras una serie de incidentes inexplicables, las autoridades han perdido control sobre la instalación sita en la remota Rud Báalak. Superlópez se adentra en el desierto, plagado de fauna mutante, para descubrir al misterioso ente en el epicentro de la infección antes de que esta se expanda por todo el planeta.

Hay muchos componentes familiares en esta historia, comunes a otros tantos álbumes de Superlópez: la aventura en un paisaje exótico, la conciencia ecologista, la sátira al poder (en la figura del emir de Djebana, Si Bey, politicastro más preocupado por sus cofres que por dilemas morales)... El mismo estado de Djebana ("excolonia claustrobúlgara") recuerda a Tontecarlo, otro país inventado pero creíble de la geografía lopezesca (véase En el país de los juegos, 1988). Todos esos ingredientes están ahí, mezclados con la maestría habitual del Jan de circa-1990. Podría incluso criticarse que el nudo es un tanto formulaico: los obstáculos, en forma de bichos gigantes, son casi siempre superados con más fuerza que maña. (También el enemigo final, hasta cierto punto.) Quien quiera ver El castillo como una mera sucesión de peleas poco emocionantes, puede verlo. Se equivoca, pero puede. 

Página 1. Cinco viñetas mudas.
Son las decisiones estilísticas de Jan las que separan El castillo de las aventuras más clásicas y lo acercan a ese tono mágico-poético con el que tonteaba ya en El asombro del robot (1989). De entrada: El Castillo es el primer largo de Superlópez con páginas de tres filas de viñetas: espacio sobrado para el paisajismo, para que el dibujo respire. Esto es obvio ya en la primera página, que por cierto, no contiene apenas texto. (¿Cuántas veces pasa esto en Superlópez? ¿En B/Bruguera?). De hecho, ni siquiera es el principio de la historia; un flashback se encarga de explicarnos qué hace nuestro héroe corriendo por el desierto. Corriendo. No volando. Otra decisión importantísima, ya en la página 1, que dicta el ritmo de todo el álbum.

Y es que, aunque la historia es particularmente rica en mamporros, está lejísimos de ser frenética. Estamos ante un cómic pausado, dilatado como el desierto. Aventura y tortas a mansalva, sí, pero que la adrenalina no nos impida ver las dunas. Me recuerda a otro álbum que más tarde aprendí a amar, Los cerditos de Camprodón (1990), el grueso del cual es una trepidante persecución por carretera y, sin embargo, cada viñeta da ganas de acurrucarse a dormir en un arcén o la plaza de un pueblo. El desierto de Djebana es igual: irónicamente, transmite paz. ¡Qué guía extraordinario es Superlópez, qué pedazo de anfitrión es Jan, que te lleva a un erial lleno de monstruos invertebrados y te apetece quedarte!

Postales de Kbar, capital de Djebana.
Aquí es clave, por supuesto, la calidad artística de Jan, el mejor dibujante de B/Bruguera, sin excepciones. A diferencia del de Vázquez, el desierto de Jan no es nunca una excusa para trabajar menos. Es un paisaje vasto, pero nunca vacío; colorido, lleno de rincones deliciosos: palacios, bazares, oasis, ruinas... Todo listo para entrar a vivir. A fe mía que yo lo he hecho. Yo he vivido semanas en viñetas de Jan.

Detalles de la arquitectura djebanesa.
Ayuda también la exquisita aura de misterio que rodea a Rud Báalak. Lo que el almacén de desechos radiactivos fue alguna vez (una nave industrial llena de ingenieros y maquinaria pesada, toda cemento y acero) lo vemos solo en unos pocos flashbacks. Pronto, los fenómenos sobrenaturales se multiplicaban; el personal desaparecía. Ya el emir Si Bey nos avisa que, después de que el ente despertase, no tienen ni fotos de satélite del lugar: "No sabemos qué hay allí". El ente, quizá un mero bichito en origen, el radiófago original, creció y desarrolló poderes telekinéticos que le permitieron transformar la estructura a su antojo; su poder hoy abasta kilómetros y kilómetros desde el epicentro que es Rud Báalak. Erige murallas concéntricas y manipula a otros invertebrados, sus "robots". Estos van a buscar desechos radiactivos cada vez más lejos para alimentar a su amo, conquistando oasis y asentamientos. Sus cerebros son "sólo arena". Esta última constatación, tan inocua y siniestra a la vez, es una perla del Jan guionista.

Primera aparición de la hormiga turras. My people.

Pero no todos los bichos son tan maleables. Cierta hormiga, por ejemplo, una vez crece lo bastante para sostener un libro, aprende a leer. Cuando Superlópez la conoce, en un poblado bereber, la meticulosa obrera atesora libros y snacks radioactivos, y salpica su discurso con versos de Cernuda o Guillén. Pronto se convierte en compañera de caminatas de Súper, y en uno de los secundarios más memorables de Jan. Reaparece incluso en álbumes posteriores ("La trilogía de Lady Araña", 1999-2000), siempre anónima. A ver, es una simpática hormiga gigante vestida de monje y que pega unas chapas tremendas. Con semejante perfil, quién necesita nombre. Para distinguirla de qué.


Todo el misterio en torno a la corrupción en el centro del desierto se resuelve en un tercer acto brillante. La revelación del castillo de arena titular está a la altura del lento crescendo. Cemento y acero han sucumbido a la arena, en polvo o cristalizada. Su arquitectura desconcertante responde a los sueños perversos de un insecto mutante desaforado. Hay sublimes vistazos a los procesos mentales de este ente, como el hecho de que el patrón geométrico de un azulejo inspirase, aparentemente, el plan general de su fortaleza. Por otro lado, el ente no habla, no se comunica: sigue siendo un insecto. Sus motivaciones, simplísimas. Su voracidad, infinita.

Quizá eso le haga contrastar aún más con el otro bando, el de un Superlópez expeditivo pero también maduro, concienciado, listo, y el de una hormiga rica en sabiduría pero pobre en amigos, una víctima más de la polución nuclear. La humanidad de ambos, sus sinos, hace de esta una historia extrañamente contemplativa. El desierto como símbolo de la soledad de los héroes. 

Estábamos poco acostumbrados a que un álbum Olé nos hiciera pensar tanto. Temo que es por eso que esta época de Superlópez se compara negativamente a la de Los cabecicubos o La caja de Pandora. Álbumes excelentísimos, sí, pero no tan alejados de lo que habíamos aprendido a esperar de su editorial. Esperábamos humor y batacazos, siempre. Arte, a veces. Muy de vez en cuando, enseñanzas y valores. No esperábamos, en ningún caso, poesía. 

Jan nos lo dio todo. Qué privilegio, crecer leyéndole.