domingo, 28 de julio de 2024

Rovira - Cinco amiguetes (o "La nostalgia os sienta tan bien")

 

Una cosa que me sorprende de mi colección de tebeos infantiles es que salen muy pocos niños. Bruguera no creó un monopolio de cómic infantil/juvenil; lo creó de cómic. Pero cuando estableció ese imperio (cuarentas y cincuentas), todo el cómic en España se consideraba infantil. La censura no hubiera tolerado una escena andergráun donde florecieran los Crumb patrios, incuestionablemente adultos. 

El resultado: un róster amplísimo de personajes de humor, pero que no parecen hechos para atraer a los niños. Vaya, en pocos países los niños crecen leyendo peripecias de señores calvos con gafas. Tintín, Spirou o Spider-man parecen creados para gustar a la quitxalla, pero en España, los niños se agarran al único cómic que existe, el que Bruguera ofrece, fraguado en la posguerra y obligado a ser a la vez divertido y (por mor de los artistas) descarnado retrato social. Aventuras de muertos de hambre, de hermanas solteronas, de sirvientas pánfilas... Joder, que un tío se presentó en Bruguera diciendo "mi nuevo personaje: es un decorador", y alguien respondió "esto a los niños les encantará". ¿Os parece normal?

Zipi y Zape, de Escobar.
Les detesto.

Dicho esto a modo de prólogo jeremíaco, había personajes infantiles, sí. Los principales, cómo no, Zipi y Zape. Sólo que a mí, sus aventuras de colegiales con corbata, con sus gags de calabazas y sacudecolchones, siempre me olieron a antigualla. Son niños del mismo modo que lo es Benjamin Button. Desde sus páginas, los siglos nos contemplan. Me viene a la cabeza una historieta de Z&Z en que salía un farolero: el señor que encendía las farolas de la ciudad una a una porque aún eran de gas. Venga, hombre. Dame a leer el Mío Cid, ya puestos.

¿Qué otros personajes realmente infantiles recuerdo? Pues Roquita, de Gosset; Aníbal, de Rojas; Montse, la amiga de los animales, de Enrich... Y luego, una serie de la que guardo tan poca memoria que es sobre la que he decidido escribir hoy: Cinco amiguetes.


Segis y Olivio, de Rovira, en 1976.
Etapa vazquesca.
Jaume Rovira i Freixa nace en Sentmenat en 1951 y llega a Bruguera en el 69. Pupilo de Escobar y entintador durante unos meses de Vázquez, es de la quinta de Esegé y March —otro vallesà y compañero de estudios—. Su obra más conocida en Bruguera es la serie Segis y Olivio, de profesión traperos (¡paf!, otro bofetón de posguerra en toda tu cara, niño incauto que venías a leer algo ameno mientras meriendas pan con nocilla). No obstante, caída Bruguera, Rovira es de los pocos que continúan en las revistas revividas por Ediciones B, y sigue allí hasta su final. En los Mortadelos de los 90, la tétrada de grandes rellenadores son Cera, Ramis, Maikel y él. 

Piluca, mismo autor, ca. 1989. Primera viñeta muy deudora de Jan. Basándome sólo en el letrero que se ve a medias, me apostaría una cena a que esa primera viñeta es el pueblo natal del autor.
Rovira es de estos cuatro el menos fecundo, y el de influencia más clásica (o sea, viejo). Pero esto le sienta bien. Hacer menos páginas que Ramis —nota: Ken Follett hace menos páginas que Ramis— le permite prodigarse en el dibujo. Y ahí ganamos todos, porque Rovira dibuja MUY bien. Hay documentación, hay paisajismo, hay minuciosidad, hay ecos de Uderzo. Hay tintes autobiográficos, lo cual siempre es bueno: uno dibuja mejor aquello que ama. Hay finísimos detalles de caracterización: Segis y Olivio conducían un Dos Caballos; Piluca cambia de ropa y peinado en función de las modas. Rovira es de los dibujantes que te encuentras hoy en un tebeo y piensas: "¿Cómo es que este tío no estaba haciendo cómic franco-belga?".

(La respuesta es sencilla: Sentmenat no está en Franco-Bélgica.)

Cinco Amiguetes es una serie creada en 1978, pronto instalada bajo las cabeceras de Zipi y Zape —súper, extra y sin plomo—. La premisa es de una literalidad intachable. Cinco chavales. Son muy amigos. Tienen un perro, que sería el sexto amiguete (plot twist!). Juntos forman una pandilla tan variopinta como permitía la escuela Bruguera o, siendo realistas, cualquier pandilla de amigos en una ciudad mediana de Catalunya en los setenta. La misma heterogeneidad de Verano Azul o Los Goonies. De hecho, para esos lectores de neurona laxa que lloran por la "diversidad forzada" en Star Wars, Cinco amiguetes representa una zona de confort. "¿Qué tal si metemos un gordo?" "Por qué no, siempre dan risa." "¿Y alguien con gafas?" "Buena idea, juguemos la carta intelectual." "¿Y una chica?" "Venga, un día es un día." "¿Y un negro?" "Eh eh eh pero esto qué es, ¿la ONU? ¡Basta de politizarlo todo!"

Doble página preciosa cortesía de Humoristan. (Por "cortesía" quiero decir que la he chorizao. Lo siento.)

La Panda, de Segura.
No es lo mismo.
Mi colección particular, que amén de exigua se encuentra a nueve mil kilómetros de donde estoy escribiendo esto, incluye tan poco material de los 5-A que soy incapaz de sacar siquiera sus nombres (por orden en la imagen de arriba: Juanjo, Nacho, Manolo, Bibi, Tato, y el perro Pirata. Gracias, Wikipedia). Aún tengo menos material cuando me doy cuenta de que Cinco amiguetes no es lo mismo que La alegre pandilla, una serie distinta creada por Segura (Roberto Segura, 1927-2008), ni que La Panda, ¡otra serie creada por Segura!

Superman y Clark Kent en la misma habitación: portada de F. Ibáñez de un Súper Humor (1a época, núm. 28, 1979). Salen todos los miembros de Cinco amiguetes (al fondo) y tres de La Panda.

Sí es bastante material para afirmar que Cinco amiguetes es una serie pausada, cosa rara en mis tebeos. Hay pocos gags, y menos memorables, pero el dibujo lo compensa. Las viñetas invitan a sentarse y reflexionar. Yo igual comía demasiado azúcar de niño para advertirlo. Pero lo advierto ahora. (Y aún como muchísimo azúcar.)

Foto de mierda, cortesía mía. Edgar blog bueno.

Ibáñez se arrepintió públicamente alguna vez de crear una serie de tres protagonistas como Chicha, Tato y Clodoveo, cosa que parece obvia siempre que se deshace de Chicha a la que puede (grave error). No creo que Rovira se arrepintiera de sus cinco personajes titulares; diría que lo planteó así para poder elegir cada semana. No tengo ninguna historieta en que salgan los cinco, pero las hay. Y claramente, cuando tocaba sacar a la plantilla entera, Rovira no bajaba el listón del dibujo:

Lo dicho de los ecos uderzianos. Si es que no hay como colorear con amor.

Sin embargo, que poco después el autor crease otra serie, Piluca, que podría ser la misma niña con el mismo perro y sin más guarnición, confirma que no necesitaba a una multitud para hablar de lo que quería hablar: de aventuras, travesuras, largos veranos y amistades inquebrantables.

Y una apostilla: es curioso que March y Rovira estudiasen juntos —lo dice él— porque no podrían ser dibujantes más distintos. March, todo rayas alargadas e histrionismo. Rovira, redondeado y tranquilo como una excursión campestre. Son el efecto bouba/kiki del cómic brugueril.

Contraste: March ca. 1987 vs. Rovira, 1978.
 

El final de la serie es el mismo de todas las series que discutimos por aquí: que B abandonó las revistas de cómics, y Jaume Rovira se pasó a la animación. Hoy estará jubilado. Supongo. No he querido molestarle. No puedo molestarle; no tengo su teléfono; soy un señor que hace un blog con los calzoncillos en la cabeza. No pidáis peras al olmo.

El legado de los Cinco amiguetes es relativo. Menor que el de Segis y Olivio, diría. Lo cual me parece tan predecible como injusto, porque S&O era cuadernismo gris, mientras que 5-A era modernidad y optimismo. Me ha gustado descubrir que tuvieron un álbum Olé, La fiesta de disfraces, del que estoy considerando seriamente pillarme una copia, y en números extra de la revista Zipi y Zape (1972-86) llegaron a tener historietas de hasta catorce páginas. Las cortas solían servir de relleno en Olés de Z&Z. Y poco más.

Y eso es lo que me parece irónico. Porque hoy día, cualquier proyecto narrativo que quiera apelar a nuestro niño interior, a la nostalgia en que nos refugiamos para escapar de la distopía que es el siglo XXI, tira sin rubor del recurso de la pandilla infantil: de las aventuras por vacaciones, bicicletas, acampadas, y pactos de lealtad eterna firmados a los once años.   

Dos productos de nostalgiaxploitation elegidos completamente al azar.

Lo cual parece indicar que si hoy alguien, inspirado por este blog o, más probablemente, por el dinero, resucitase a los Cinco amiguetes para una puesta al día o una adaptación hecha desde el respeto, el cariño y la molaridad, tendría números de convertirse en éxito. La fórmula está más que probada. Niños pasándolo bien. Es lo que funciona.

Es lo que debería haber funcionado en los ochenta, en realidad. Pero estábamos ocupados leyendo señores calvos con gafas. Yo qué sé.

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